La narrativa social del reciente cine chileno

David Hernández protagoniza Trastornos del Sueño, de Sofía Paloma Gómez y Camilo Becerra.

Desde filmes como Cuentos sobre el futuro (2012) hasta Trastornos del sueño (2018), los realizadores nacionales han abordado las urgencias diarias del país.


Joel, que en la película Trastornos del sueño (2018) parte como nochero de edificio y termina como guardia de supermercado, tiene pesadillas con los llamados "hombres pollitos", pequeños seres que emergen de una extraña nube cuando menos se lo espera. En realidad, el mal sueño lo ha heredado de una vieja conversación con otro trabajador nocturno de condominio, que dice realmente haberlos visto en una de sus muchas rondas nocturnas al piso -1 del edificio. Es una especie de fantasma del empleado con exceso de trabajo, pero también puede ser un trastorno mental.

La citada película de los directores Camilo Becerra y Sofía Paloma Gómez se titula metafóricamente como si fuera el diagnóstico de un psiquiatra. En rigor, el trastorno del sueño al que se refiere bien podría ser la postura de ambos cineastas sobre una realidad: la de quienes nunca logran un trabajo estable y no sólo son golpeados en su bolsillo, sino que en su estabilidad mental.

Estrenada en el Festival de Cine Sanfic 2018, la propuesta de Becerra y Gómez tiene apenas dos actores profesionales en un fresco donde el resto son vecinos de la zona o actores ocasionales. El centro de gravedad de la historia le corresponde a Joel (a cargo de David Hernández), quien después de perder su trabajo de nochero sobrevive casi como un zombie en el departamento de Puente Alto que comparte con su madre y su abuela con Alzheimer. Ahí mismo también vive su prima, con quien mantiene una particular relación afectiva y sexual.

Las inciertas condiciones laborales, la salud en estado de emergencia y una vida de allegado son las coordenadas del mapa vital de Joel. Es el mismo ADN de Perro muerto (2010), el primer largometraje de Becerra y Gómez, ambientado en Quilicura y donde el eje de todo es Alejandra (Rocío Monasterio), una joven madre soltera que vende ropa en la feria y que mientras estuvo viva su bisabuela pudo tener techo seguro. Tras su muerte, Rocío se enfrenta a la furia y la incomprensión de su propio abuelo (Daniel Antivilo), quien pretende vender la casa y, de paso, condena a la muchacha al autoexilio de su propio hogar. La cinta fue todo un hallazgo y ganó la competencia nacional del Festival de Valdivia 2010.

Niños sin futuro

Dos años después del estreno de Perro muerto, la cineasta Pachi Bustos realizó Cuentos del sobre el futuro (2012), documental que registró lo que había pasado con cuatro muchachos de la población Los Navíos de La Florida que a inicios de los años 90 participaron en Chinoticias, un noticiario infantil organizado por un grupo universitario donde estuvo la propia Bustos. Algunos no terminaron la educación secundaria, otros pudieron tener por fin una casa propia (más bien una mediagua) y otros difícilmente están en condiciones de pagar la operación urgente de sus hijos.

Un año después, el joven director Ignacio Rodríguez realizó La chupilca del diablo (2013), trabajo de egreso de la Escuela de Cine de la Universidad del Desarrollo, que además ganó el Premio del Jurado en el Festival de Valdivia 2013. Acá el núcleo de la trama es un hombre de la tercera edad: Jaime Vadell es Eladio, un cascarrabias fabricante de aguardiente del barrio de Estación Central, que ve cómo su negocio ya no le da réditos y al mismo tiempo es amenazado una y otra vez por dejar el sector ante el avance inmobiliario.

Entre los directores consagrados, el cineasta Alejandro Fernández Almendras registró un particular estallido en Matar a un hombre (2014): se trata de la explosión personal de Jorge (Daniel Candia), un trabajador forestal de Tomé que angustiado por la inoperancia del sistema judicial (el hombre que disparó a su hijo salió de la cárcel en pocos días), decide tomar la justicia por sus propias manos

En el mismo 2014 se realizó también la película Volantín cortao, de Aníbal Jofré y Diego Ayala, un registro de la odisea de Paulina (Loreto Velásquez), estudiante universitaria que hace su práctica profesional en el Servicio Nacional de Menores (Sename). La cinta, ganadora del Premio del Público en el Festival de Valdivia 2014, se decanta por dos rutas: por un lado muestra con sentido casi documental la realidad de la cuestionada institución y además relata la relación afectiva de la muchacha con uno de los chicos internos.

También alude al Sename el filme Mala junta (2016), de Claudia Huaquimilla, ganador de Mejor Película en el Festival de Valdivia 2016. Este largometraje recorre el camino de Tano (Andrew Bargsted), quien sale del Servicio Nacional de Menores sólo para caer en un lugar donde las diferencias y las injusticias son aún mayores: llega a una localidad cercana a Temuco y se hace amigo de un joven mapuche que es a su vez objeto de bullying.

https://www.youtube.com/watch?v=P68YI4Sawj4

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