Las guerras culturales y la era de la intolerancia

Protestas raciales en Atlanta.

Inspirado en su caso real, hace 20 años Philip Roth publicó La mancha humana, la historia de un distinguido profesor universitario que pierde su empleo y su reputación por decir dos palabras que ofendieron a un estudiante. En el último tiempo este tipo de historias se han replicado en universidades y espacios culturales de Norteamérica, mientras el debate se polariza y aparecen actitudes censoras entre los movimientos progresistas.



El profesor Coleman Silk era uno de los académicos más apreciados del College Athenas, una pequeña universidad de Nueva Inglaterra. Especialista en lenguas clásicas, su carácter sociable e ingenioso lo alejaba visiblemente del perfil del intelectual arrogante, y lo aproximaba a la figura del maestro afable y cercano. De tal modo que su curso de literatura griega antigua era uno de los más populares del campus. El profesor Silk había pasado la mayor parte de su vida académica en Athenas, y en el período que ocupó el puesto de decano, la facultad observó una notable renovación. Ahora, a los 71 años, era una personalidad venerable y, tras el retiro, su nombre podría haber sido asociado a una cátedra o un ciclo de conferencias. Eso, desde luego, si no hubiera pronunciado dos palabras incorrectas.

En el segundo semestre de 1998, el profesor Coleman Silk cayó en desgracia. Había transcurrido más de un mes del inicio de las clases y dos estudiantes aún no aparecían en el curso. A la quinta semana, tras pasar lista, Silk preguntó: “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han hecho negro humo?”. Aunque el profesor lo desconocía, uno de los estudiantes ausentes era afroamericano, y al enterarse de sus palabras, se sintió denigrado. Entonces Coleman Silk fue objeto de un sumario y una humillante caza de brujas por una expresión desafortunada (”negro humo”), luego de miles de horas dedicadas a la universidad.

Coleman Silk es el protagonista de La mancha humana, la portentosa y conmovedora novela que Philip Roth publicó en el 2000, hace 20 años. En ella el formidable novelista de Newark advertía con lucidez sobre un fenómeno que lo irritaba tanto como la hipocresía, los excesos de la conciencia políticamente correcta.

Contemporáneamente, La mancha humana se leyó como una reacción al puritanismo que contagió a la sociedad norteamericana con el caso Lewinsky. La novela transcurre en ese ambiente, lo que incrementa la atmósfera ominosa del relato. Pero en ella Roth narró con las herramientas de la ficción la desventura real de Melvin Tumin, destacado profesor de sociología de Princeton. Autor de libros pioneros en torno a la raza y la desigualdad, en 1985 el profesor Tumin pronunció las mismas palabras infortunadas que condenaron al Coleman Silk, después de 50 años de prestigiosa trayectoria.

“Pero ninguna de estas credenciales sirvieron de mucho cuando los poderes del momento se conjuraron para despojar al profesor Tumin de su alto puesto académico sin ningún motivo, igual que el profesor Silk acaba deshonrado y despojado en La mancha humana”, relató Roth en uno de los ensayos de ¿Por qué escribir?

Philip Roth
Philip Roth detestaba la hipocresía tanto como los excesos de la corrección política.

De cierto modo, la historia de Coleman Silk y Melvin Tumin se ha replicado en el último tiempo en las universidades y en espacios culturales en Estados Unidos. Desde el asesinato de George Floyd a manos de un policía, hace dos meses, una ola de protestas remeció a Norteamérica. Las reivindicaciones de mayor justicia, igualdad e inclusión social se han extendido a todos los ámbitos, y eventualmente han dado lugar a posiciones radicales y dogmáticas.

Las repercusiones abarcan desde el retiro de la película Lo que el viento se llevó de la plataforma de HBO por su contenido racista, para ser reincorporada con un mensaje contextualizador, hasta la salida del editor de Opinión de The New York Times, James Bennet (ex director de The Atlantic) tras publicar una columna del congresista republicano Tom Cotton que llamaba a los militares a contener las protestas. Días después, la columnista de la misma sección, Bari Weiss, renunció alegando censura y hostilidades.

Paralelamente y en consonancia con un proceso de revisión histórica o descolonización, fueron derribados monumentos de los generales confederados, una estatua de Colón fue retirada en Los Angeles, a Churchill le enrostraron su pasado racista, así como a Gandhi, y hasta una escultura de Cervantes -que nunca pisó América- resultó vandalizada

En este ambiente de tensiones, un grupo de autores distinguidos e ideológicamente diversos publicó una carta abierta en revista Harper’s a favor de la libertad de expresión y el derecho a discrepar sin sufrir represalias. “El libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado. Si bien era esperable de la derecha radical, la actitud censora está expandiéndose también en nuestra cultura: una intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo”, dice la carta firmada por más de 150 autores, entre ellos Margaret Atwood, Noam Chomsky, Salman Rushdie, Francis Fukuyama y JK Rowling.

La escritora JK Rowling sufrió la ira de la comunidad trans por un afirmación en que diferenciaba a las mujeres biológicas de las transgénero.

Autora de una saga fantástica que promueve los valores del pluralismo, la tolerancia y la libertad, la creadora de Harry Potter se enfrentó a la indignación de la comunidad trans luego de publicar un artículo que ponía en duda a las mujeres transgénero. Los principales sitios de fans rompieron vínculo con ella, es decir, la “cancelaron”.

Hoy, quien manifieste una actitud incorrecta o insensible ante las causas progresistas “no es alguien que sólo está equivocado sino un instrumento de la perpetuación de la supremacía blanca y la hegemonía heterosexual”, afirma el ensayista David Rieff, hijo de la escritora Susan Sontag.

En entrevista con La Tercera Domingo, Rieff asegura que se ha instalado una nueva sensibilidad radical que busca imponer un pensamiento único, especialmente en temas identitarios, de raza y género, y que rechaza los matices y la disidencia. “En las facultades lo que sucedió realmente es que han decidido que sentirse ofendido por una idea es también ser amenazado, en ese sentido cada propuesta que me ofende es una agresión”, dice. Esa sensibilidad impregna hoy la cultura y en su búsqueda de justicia, censura y cancela.

La carta de Harper’s provocó reacciones airadas en redes sociales, el medio privilegiado para canalizar la ira de nuestra época. “La naturaleza y la magnitud de la reacción refuerzan el mensaje de la carta”, respondió Noam Chomsky. Ciertamente, los autores tocaron una esfera sensible y problemática. En nuestro idioma, otro grupo de escritores liderados por Mario Vargas Llosa apoyó la misiva, y el novelista Javier Cercas aseguró que se ha venido a instalar “un puritanismo de izquierda”.

Por cierto, la derecha populista aprovecha la discusión y reivindica la incorrección política para descalificar, menoscabar y promover discursos de exclusión.

Para algunos intelectuales, vivimos en una nueva era de intolerancia, o de la venganza como la llama Alberto Manguel. “Hoy hay millones de voces que parecen decir con voz cada vez más potente: ‘Llegó nuestro turno’. No piden por favor, no tratan de convencer, ni siquiera están reclamando paciente y razonablemente justicia. Directamente incendian el camino para abrirse paso, y ciertamente no están usando el fuego para iluminar a nadie. Combaten la intolerancia con intolerancia”, afirma.

Autor sagaz y creador de universos complejos, a Philip Roth le interesaba poner en tensión los conceptos de identidad, y el conflicto del profesor Coleman Silk no reside solo en ser perseguido por los comisarios de la corrección política: Coleman es negro, pero de tez clara, y gracias a eso se hizo pasar por blanco toda su vida. Ocultó su negrura, renunció a sus raíces y disfrutó que la gente lo identificara como blanco. De ese modo escapó de los prejuicios y la segregación institucionalizada y pudo construir su admirable trayectoria académica. Triste e irónicamente, su angustia y su tragedia la desencadenan dos palabras infortunadas, en el momento inoportuno, que tropezaron con sus propios orígenes.

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