Fue en Francia. Mientras daba una conferencia para los alumnos de la Universidad de Lyon, en invierno, a Leila Guerriero (55) comenzó a serpentearle una sensación por su cuerpo. “Estaba todo cerrado desde noviembre de 2021. Yo que no soy ni hipocondriaca, ni alarmista, ni nada, me empecé a sentir alarmadísima, porque habían 60 personas en un lugar calefaccionado, cerrado, sin ninguna ventana abierta. Todos tenían barbijo, pero era ridícula la situación. Por momentos, pensaba que por ser digna y no hacer una manifestación que me hiciera parecer paranoica, me iba a pegar el Covid. No dije nada, no me pasó nada, pero el temor estaba ahí”.

Por esos días, se encontraba retomando de a poco la normalidad tras la pandemia del Covid-19. Viajar por trabajo es algo que solía hacer antes que el virus se convirtiera en la noticia diaria del mundo. También contar historias, actividad que siempre realiza con entusiasmo. Cuando se habla con ella -al teléfono, como en este caso- no es muy difícil que enganche y empiece a relatar algo. Como si su día no estuviese completo sin narrarle algo a alguien, y por lo demás, siempre con una lectura lúcida de la realidad.

“Dentro de una semana me pondré una nueva dosis, creo que es la sexta, algo así. Más allá de los efectos físicos que produce el contagio, hay una especie de manía por tratar de pasar página lo más rápido posible a todo lo que pasó, que fue un trauma gigante, y los traumas gigantes no se solucionan pasando páginas”.

Leila Guerriero ©Diego Sampere.

Mirar y contar, pero también reflexionar. En ese sentido, en más de una ocasión se ha referido al oficio de periodista, que la ha visto consagrarse como un referente de la crónica latinoamericana. Así, toda una serie de escritos, conferencias, charlas y columnas al respecto hoy llegan compilados en el volumen Zona de obras, que ya se encuentra en las vitrinas nacionales vía Anagrama.

Original de 2014, cuando se publicó en España a través de la editorial independiente Círculo de Tiza, hoy llega con una nueva edición revisada y ampliada con siete textos nuevos. “No fue idea mía, sino de un periodista amigo, Juan Cruz Ruiz, quien estaba asesorando a esa editorial, y él sugirió que me propusieran hacer un libro que funcionara como una especie de autobiografía de la escritura. Él detectó que yo tenía mucho material sobre la escritura, que había dado muchas conferencias, y le parecíó que ahí había un libro disperso. Me lo propuso y dije que sí”.

De este modo, fue la misma Leila quien realizó la selección de escritos y escogió el orden en que aparecen. “Son siempre textos acerca de la escritura, no hay nada como un perfil o una crónica”.

En el texto Arbitraria, donde da consejos a otros periodistas, usted recomienda ver a Herzog, ¿por qué a él?

Yo miro muchos documentales, mucho cine y a mí siempre me fascinó Herzog. Además, ha escrito libros muy impresionantes, como Del caminar sobre el hielo. Al menos a mí me provoca algo con sus películas, tanto los largometrajes de ficción como Fitzacarraldo, Aguirre, la ira de Dios, o los documentales que ha hecho con científicos en la Antártica, con vulcanólogos, o Grizzly Man. Me parece que tiene una manera de acercarse a las cosas casi hierática y profundamente pasional a la vez, y eso me resulta sumamente atractivo. Es algo muy único.

Leila Guerriero ©Diego Sampere.

En textos como El síndrome, o Mi diablo, destaca la importancia de la lectura, ¿la considera clave para un periodista?

Creo que es obvia la importancia de la lectura para un periodista. Sea de radio, televisión, o se dedique a hacer documentales sonoros. Pienso que si uno se dedica a escribir y no lee, sería como un chef al que no le gusta comer, que no prueba otra comida que no sea la suya, que nunca probó otra comida que la de su vivienda familiar. Uno se nutre de todo lo que hicieron otros. Para alguien que escribe, nunca se detiene la absorción, uno nunca dice “Ya leí suficiente”. En lo que escriben otros están los descubrimientos, los deslumbramientos con prosas nuevas, con recursos nuevos, esos impactos que uno recibe y piensa “ojalá lo hubiera escrito yo”. No pasa todo el tiempo, pero creo que es fundamental, tanto para el equipamiento intelectual como para obtener recursos.

¿Siente que hay una mayor incorporación de las herramientas de la literatura en el periodismo?

Yo creo que el periodismo bien hecho siempre incorporó recursos narrativos que eran habituales en la literatura de ficción y que de a poco se fueron traspasando a lo que llamamos periodismo literario o narrativo, y que los periodistas los usaban para contar sus historias. Sin ir más lejos, en la década del 50 Rodolfo Walsh publicó Operación masacre (1957), que emplea una enorme cantidad de recursos de la ficción para contar una historia real y terrible. Antes de eso estuvo Hiroshima (1946), de John Hersey. Es una tradición que no empezó ahora, y quizás se ha hecho más visible ahora, porque hay un mercado editorial que ha publicado periodismo narrativo.

Para usted, ¿cuál es el actual estado del periodismo narrativo en Argentina y Latinoamérica? En el libro es bastante crítica con el llamado “Boom” de la crónica latinoamericana, que para usted no es tal.

Mirá, me parece rimbombante hablar de auge o Boom, porque es algo pequeño, de nicho, pero claramente las cosas han cambiado. Lo que pasa es que no ha alcanzado las dimensiones para llamarlo Boom, o al menos como yo entiendo la palabra, que son cientos de miles de lectores arrojándose sobre los libros de los autores englobados en esa etiqueta. Yo creo que hace 15 años, el panorama era bastante más fragmentado y desértico, no habían tantas revistas ni medios de comunicación que publicaran ese tipo de textos. En los últimos años, algunas se han mantenido vigentes, como Gatopardo, por ejemplo. El género del periodismo narrativo encontró un espacio de mucho carácter en el formato libro, de hecho, hay premios que se otorgan, como el nuevo Premio de Crónica de Anagrama. Claramente hay una presencia de este género, incluso al nivel de esa palabra un poco antipática, que es el mercado. Son autoras y autores con voces potentes, algunos dedicados solo a la no ficción, otros alternan con la ficción, como Mauro Libertella, por ejemplo. Creo que las cosas se van moviendo, pasan por momentos mejores, peores, lo que no creo es que lo que sea que pase, se pueda englobar bajo la etiqueta de Boom.

¿Qué piensa del surgimiento de medios digitales como una plataforma más para la difusión del periodismo narrativo?

Son un espacio que absorbe una buena cantidad de textos. De hecho, creo que son un motor de este tipo de periodismo. Incluso revistas como Gatopardo, que tienen una edición trimestral impresa, tienen una alimentación permanente de su web, con textos largos, que se encargan con tiempo, etc. No me parece que una cosa vaya en detrimento de la otra, me parece que subsisten perfectamente.

La vida post pandemia

¿Cómo vivió la pandemia?

El hecho de estar encerrados, de tener que pedir permiso para circular por la ciudad, no sé si a todos, pero a muchos de los latinoamericanos nos debe haber traído recuerdos de cosas horribles que pasaron en nuestra región, con toques de queda, ser sospechosos. Trabajé muchísimo, y estuve todo el tiempo muy iracunda con los discursos romantizados sobre la pandemia, con los discursos torpes que decían que íbamos a salir mejor, cosa que la realidad demostró que no, porque salimos de la pandemia y entramos en una guerra. Mirá que mejores que salimos. Ahora el mundo entero parece estar metido en la fiesta del mundial de Qatar, todo parece estar siendo barrido debajo de la alfombra. Me parece lamentable, creo que es una de la experiencias más crudas que recuerde, algo muy inédito. El hacer cuenta que no pasó nada, darnos abrazos, encontrarnos en los bares y restoranes repletos y salir de fiesta está bien, pero creo que también se debiera abrir una conversación pública para revisar todo lo que pasó, para la gente que no está bien o que lo sigue pasando mal y pueda decirlo. La gente mayor quedó muy alterada, he perdido la cuenta de los papas mayores de amigos míos que fallecieron en pandemia, no de Covid, sino que cayeron en una depresión oscura y horrorosa. A los daños colaterales no les dimos mucha importancia.

Decíamos que una de las primeras cosas que Leila Guerriero realizó una vez que las fronteras volvieron a reabrirse, fueron sus viajes por trabajo. Como la cronista de sangre que es, no deja pasar la oportunidad de relatar sus vivencias al respecto. “Mi primer viaje que hice post pandemia, fue a Estados Unidos, creo que en junio del 2021. Acá no había vacuna. Después viajé a Guadalajara, en septiembre, luego a España y Francia, siempre por trabajo. Esos primeros viajes eran muy fantasmagóricos, porque llegabas al aeropuerto, tenías que hacer una fila afuera, no te permitían entrar, no era como antes que llegabas al hall y hacías fila ahí. Te hacían pasar de a uno, pedían la declaración jurada, llenar papeles a lo loco, te miraban el certificado de PCR negativo, era como más o menos la única garantía, porque desde que te hacías el PCR a que te subías al avión podías contagiarte”.

“Los aviones eran un panorama bastante post atómico. Iban muy vacíos, lo cual era bueno, porque te podías agarrar varios asientos. Todo el mundo con mascarilla, y no se percibía el clima de cierto relajamiento que hay siempre, acá era otra historia. En las filas de migración de los aeropuertos habían 2 o 4 personas delante tuyo. Este año retomé un poco el ritmo, aunque tuve que rechazar varios viajes porque se superponían, ¡de golpe todo el mundo quería hacer todo! entonces en septiembre y octubre me invitaron a diez lugares distintos”.

“Recuerdo el 2021 estaba en Madrid esperando el resultado de una PCR para volver a Buenos Aires como si estuviera esperando un resultado de una cosa definitiva. Porque si te daba positivo te tenías que volver al hotel de inmediato y enconfrarte, rezar que no te pasara nada, cambiar el boleto de avión, era todo un desastre. Ahora medio que te puedes mover para todos lados. Ya casi no te piden nada, te miran un poco el certificado de vacunación, pero es casi protocolar, te diría. Por momentos, el estado de ebullición que hay en los aeropuertos, completamente estallados, desde los check point hasta migraciones, es una locura. ¡Paremos de viajar tanto! Porque hay como una especie de manía, la gente se está moviendo mucho. Igual es una buena noticia después de tanto tiempo de confinamiento, pero viajar en esos momentos de pandemia a mi me resultaba desafiante, atemorizante, dos o tres viajes de trabajo los hice sin vacunas, porque acá no habían, y arriesgaba”.

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