Se trata de un verdadero clásico universal y, sin embargo, a 76 años de su primera publicación, El diario de Ana Frank sigue incomodando a cierta parte de la población. Las razones varían: según consigna una publicación del diario El País, una guardería alemana bautizada como la joven judía solicitó el cambio de nombre. ¿Los motivos? Consideran que su historia, especialmente considerando la guerra desatada en Gaza, puede resultar difícil de entender para los niños.
La noticia desató una oleada de críticas en el país europeo. Aún así, la directora del establecimiento argumentó que sólo querían tener un nombre sin trasfondo político. Lo sucedido en Estados Unidos es distinto. En paralelo, dos escuelas norteamericanas quitaron de sus bibliotecas la edición ilustrada del diario de Frank porque contenían sus reflexiones sobre el sexo. Algo que se incorporó en las últimas versiones del libro, y que fueron censuradas por el padre de la joven al momento de editar los escritos de su hija.
Para muchos resulta difícil comprender que, en pleno siglo XXI y a más de ochenta años del holocausto, un texto que ha sido fundamental para la comprensión de los crímenes de la segunda guerra mundial sea objeto de censuras. Sobre todo, cuando se trata de una serie de escritos que narran los acontecimientos sin la ficción de por medio.
¿Qué dicen los cuestionamientos sobre la censura?
La periodista y escritora Macarena García señala que hay una distinción esencial entre estas dos situaciones: “Diría que son dos fenómenos distintos anclados en dos formas culturales de lidiar con la figura de Ana Frank en particular, y también con aquello que es y no es apropiado a los niños”, señala desde Barcelona.
“Pero sí se emparentan. No solo en el hecho de que están relacionados con la figura de Frank, sino que se encuentran en esta intensidad censuradora y en la idea de que hay contenidos que no son apropiados para ciertas edades”. Entre esos contenidos está por un lado el político, que motiva la decisión de la guardería alemana, y por otro, el de la sexualidad, que es argumentado por las escuelas norteamericanas.
Camilo Marks, crítico literario, comparte que en ambos casos hay un ánimo censurador. “Estamos hablando de un texto básico del siglo XX. En todos los colegios debería ser lectura obligatoria. Además, siendo tan terrible la historia de Ana Frank, el libro es muy bonito, muy bello. Está muy bien escrito. Está escrito por una adolescente que podría haber llegado a ser una gran escritora”, señala.
Más allá de los hechos particulares, es posible analizar el trasfondo de lo ocurrido en ambos países. García, autora del libro Enseñando a sentir. Repertorios éticos en la ficción infantil, afirma que “lo que es interesante mirar ahí es que hoy en día nadie le pondría el nombre Ana Frank a una guardería porque, de alguna forma, estamos mucho más tomados culturalmente por una idea de que lo infantil debe tener siempre un nombre feliz, inocente, esperanzador, colorinche”.
“Antes habían un poco más de espacios para otro tipo de repertorio”, continúa. “Eso pasa también cuando miras lo que se está publicando actualmente en literatura infantil. Aparecen cosas muy edulcoradas, muy suavecitas. Antes había más libertad. Ahora hay una intensidad mucho más censuradora, de control del tipo de contenidos que se entregan. Y eso se topa con varias cosas. Aparecen ciertas cuestiones de memoria, como podría ser darle el nombre de Ana Frank a un colegio, pero donde más aparece es en aspectos vinculados a la sexualidad”.
Comparando ambos casos, lo de Estados Unidos parece responder a una conducta censuradora que viene fraguándose con fuerza en los últimos años. “No me sorprende, porque en Estados Unidos están en una nueva ola censuradora que da miedo, con distintas intensidades en los distintos estados, ya que cada uno tiene su propia regulación”, señala la escritora. Y recuerda otro caso reciente: “Esto también lo relacionaría con la censura a Maus, que en su momento también la justificaron no como censura al holocausto, sino aludiendo a que aparecía una mujer desnuda en algún sitio”.
“Quisieron salir un poco del negacionismo, que es algo de lo que se les podría acusar. Ha habido mucha censura en los últimos años, sobre todo en textos relacionados a la exploración de la sexualidad, pero no solo eso. Dentro de esos temas entran también los considerados políticos, en un amplio espectro. Esa idea de que los textos no pueden ser ideológicos”, agrega la autora.
A Marks tampoco le extraña lo sucedido. “En Estados Unidos quieren hacer cualquier cosa. Es el país más rico del mundo, tiene 300 millones de habitantes, las mejores universidades del mundo, pero hay millones de personas que creen que venimos del espacio exterior. Hay unos 10 mil o 20 mil colegios o escuelas en el sur donde no se puede ni mencionar a Darwin, a Freud o Marx. Ese es Estados Unidos. Y por otra parte, es el país más adelantado. Cualquier cosa que me digan de ellos, yo la creo”, afirma el crítico.
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Otro consenso entre ambos autores tiene que ver con la importancia de que El diario de Ana Frank siga estando presente en las lecturas de los jóvenes. “El libro no tiene nada de confuso. Es una historia de amor muy sencilla. Absolutamente clara. Quizás para niños de seis años no, pero para niños de 12 o 14 años está perfecta”, dice Marks.
Por su parte, García apunta las virtudes literarias impresas en la obra. “El diario es una obra literaria tremenda. Muchas veces, a propósito de verla como testimonial, nos perdemos la obra literaria riquísima que era. Y la historia del diario y el hecho de que ella misma lo haya reescrito y editado hasta los últimos días, nos da cuenta de una autora. Una autora de 14 años, que está explorando el mundo y la vida desde su ático, pero con una riqueza y una complejidad impresionante”.
“Se tiende a olvidar que es un diario”, agrega Marks. “Que todo lo que ocurre es real. Es una niña que tiene una imaginación literaria enorme y que, como te digo, podría haber sido una gran escritora”.