No fue la Guerra de los Cien Años. Tampoco la de los Seis Días, pero Arturo Vidal y Claudio Bravo sellaron, sobre el césped del Rico Pérez de Alicante y luego de 732 lunas, algo parecido a un armisticio. Un alto el fuego de 90 minutos. El arquero, además, habló por primera vez ante los medios -aunque más bien de soslayo- del clima que hoy se respira en el camarín, tratando de quitarle hierro al asunto de la ruptura. Y aunque en la cancha, es cierto, no tuvieron demasiada química, terminaron por salvar a Chile de la derrota con dos buenas actuaciones y una importante cuota de conexión futbolística. Bravo y Vidal deberán acostumbrarse a convivir, pues la Roja los necesita.

Fue a las 17.15, hora local, cuando la selección chilena realizó su ingreso al terreno de juego para enfrentar a Colombia. El arquero completó el entrenamiento sonriente, casi exultante, devolviendo afectuosamente cada saludo que recibía, mientras Vidal encabezaba, con rictus más serio, los trabajos precompetitivos del resto de jugadores de campo. Al filo de las seis de la tarde, la liturgia del prepartido volvió a juntarlos para la proyección del himno chileno, pero Bravo, situado segundo en la fila -tras Medel- y Vidal -cuarto, al lado de Maripán- no se toparon. Tampoco para la foto oficial, colocados uno a cada altura; ni para la tradicional arenga previa al inicio del choque. Casualidad o no, sus caminos no confluían.

Su primera interacción, de hecho, no tuvo lugar hasta el minuto 10 de partido, en un envío largo del arquero que no logró interceptar por centímetros el volante, quien agradeció la intención con un gesto de su mano, de espaldas, mientras se alejaba.

Al cuarto de hora se rompió Medel, dejando su sitio en la cancha a Sebastián Vegas y la jineta de capitán a Alexis. Bravo, presuntamente el segundo hombre en la línea de sucesión a la capitanía, respondió con dos intervenciones de muchísimo mérito para preservar el 0-0. La segunda de ellas, ante un remate de Zapata, fue colosal.

Fue en el minuto 34 cuando los protagonistas de la guerra fría más larga de los últimos tiempos se comunicaron por fin. Con lenguaje de signos, con gestos, pero lo hicieron. Había que colocar una barrera y lograron alcanzar un consenso.

Con la llegada de la segunda mitad el partido se caldeó, los cambios se sucedieron y el Rico Pérez se convirtió en una auténtica caldera. Vidal, incansable en la batalla, se excedió tanto en sus protestas que terminó viendo la amarilla, minutos antes de que Bravo, impecable en el juego con los pies, desbaratara una nueva tentativa colombiana. Entre ambos, cuando el asedio cafetalero se recrudeció, abortaron una nueva ocasión bajo palos. Desde ese momento y hasta el pitazo final tocó sufrir y los dos sufrieron.

Al término del duelo, el guardameta alzó al fin la voz: "Para mí esto no es un tema país. Un tema país son cosas más profundas, más importantes, como la sequía, que son sumamente más gravitantes que lo que puede ser jugar al fútbol. En líneas generales existe una tranquilidad de que aquí hay gente grande, gente que quiere hacer las cosas de buena manera, que se conoce de muchos años y eso es algo muy valioso que tenemos que aprovechar". Medel, el nuevo capitán, ahondaba en la misma tesis: "Lo importante es que adentro somos todos compañeros. Luego afuera cada uno puede hacer lo que quiera, pero aquí todos somos uno". Y aunque Vidal, la otra mitad del conflicto, había declinado minutos antes hacer declaraciones, el armisticio de Alicante, de algún modo, ya estaba sellado.