Los preparativos del "No" en Valparaíso

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Rodrigo González Torres, diputado PPD.

El entonces jefe de campaña del No en Valparaíso, Rodrigo González, llevó a la región a convertirse en una de las zonas donde la oposición se impuso por mayor margen (luego de Antofagasta y Santiago). Para ello, cuenta, fueron esenciales los sindicatos, pero también el trabajo a pulso con la ciudadanía, para enseñarles a defender votos, a funcionar como enlaces e incluso como correos humanos.


*Este artículo es parte del especial conjunto por los 30 años del plebiscito de 1988 entre La Tercera y la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez.

El entonces jefe de campaña del No en Valparaíso, el actual diputado Rodrigo González, fue el militante número 1 del PPD en la V Región. A él le encomendaron –desde Santiago- la formación de este partido instrumental en la zona, que debía dar cabida a los adherentes de la izquierda todavía proscrita por el régimen, para que pudieran participar legalmente del plebiscito. Una apuesta que terminó siendo exitosa: fue uno de los lugares en los que la oposición ganó por mayor margen de votación, con un 57,31% (superado por Antofagasta, con un 60,68% y la Región Metropolitana, donde alcanzó un 59%).

"Nosotros creíamos en el voto y desde ahí se formó el PPD", cuenta el exalcalde viñamarino y recuerda que tanto el partido como el Comando de Defensa del No aprovechaban la cercanía con el mundo sindical para utilizar de oficinas distintos inmuebles, como una sede de los trabajadores portuarios -frente a la Municipalidad de Valparaíso- o un local que antiguamente había pertenecido al Mapu, en calle Salvador Donoso, también en la Ciudad Puerto. Ahí se cocinaban las decisiones y se organizaban las huestes para sacar a Augusto Pinochet del poder.

La cercanía con los sindicatos no era nueva. De hecho, González venía trabajando para colaborar con ellos desde su regreso a Chile en 1983, concentrándose en asesorarlos tras el exilio que vivió en Luxemburgo e Italia. El parlamentario dice que precisamente los trabajadores fueron la punta de lanza del quehacer con miras al 5 de octubre de 1988.

Para el exedil, estaba claro que el plebiscito debía ir por la vía de la persuasión "y por eso trabajamos primero con los sindicalistas, porque eran los únicos que podían resistir y ejercer algún tipo de oposición, al interior de las empresas, sublevarse contra la asimetría que había entre trabajadores y empresarios, pero que además se atrevían a manifestarse públicamente", cuenta.

El "gran movimiento ciudadano"

Sin embargo, de los sindicatos rápidamente se pasó a la ciudadanía, pues se requería una compleja maquinaria que –a gran escala- permitiera realizar distintas tareas, sensibles por lo demás, que evitaran el mayor de los miedos que vivía la centroizquierda durante ese 1988: que la dictadura cometiera fraude y todo el esfuerzo no fuera más que una puesta en escena.

Por eso, la ciudadanía se convirtió en la vedette del proceso, pues se requería un enorme número de personas que pudieran ejercer como apoderados, enlaces, correos, call center y un largo etcétera. "Había que construir un gran movimiento ciudadano, capaz de impedir que el día de la votación se produjera el fraude que todo el mundo esperaba de la dictadura. Lo importante era ejercer el control ciudadano sobre el proceso de votación", recuerda González.

Por eso, la preparación de los apoderados fue esencial. En una verdadera máquina de formación cívica. Desde el comando que dirigía el diputado se estableció un formato de curso, donde "los capacitábamos desde las cosas más elementales, que la votación se hacía con un lápiz grafito, que solo había que marcar una raya, que no había que asustarse, que teníamos que estar todos presentes", recuerda González.

Esto, además, pensando en dos momentos cruciales que vivirían ese día histórico: el momento de la votación, pero más importante aún, el del escrutinio. "Las mesas tenían que estar todas rodeadas, fiscalizando y defendiendo cada voto", dice.

Las "clases" se realizaban en distintos lugares, dependiendo de la voluntad de sus dueños que debían prestarlos sin pedir nada a cambio. No había recursos para aquello. En la V Región, las parroquias fueron esenciales, pero también los colegios, que permitían reunir a gran cantidad de gente al unísono. Así, González recuerda que había un establecimiento en Valparaíso, en el Cerro Cárcel, donde lograban juntar entre 500 y 800 personas. O el colegio Winterhill, en Viña del Mar, "donde podías meter muchas personas y estaba tan lleno que la gente no cabía en las salas. Para hacer los discursos, teníamos que pararnos arriba de las sillas, porque el proceso formativo se transformó en un movimiento opositor muy fuerte y todo el mundo andaba con la chapita, mostrándola abiertamente, se comenzó a perder el miedo".

La organización era exhaustiva. Nada quedaba al azar. En un escenario plagado de profesionales (el diputado dice que había muchos ingenieros, abogados, profesores), se aprovechó el capital humano para preparar –en primer lugar- instructores, que funcionaban como monitores y que luego constituían grupos de trabajo más pequeños, comités por barrios, para luego generar asambleas más grandes, que podían reunir incluso a más de mil personas. A esta instancia, dice el diputado, "la gente ya venía preparada, entonces se aprendía mucho más rápido y a veces en una sola sesión terminábamos la capacitación".

Y el día de la votación todo funcionó como una máquina perfectamente aceitada: ese miércoles 5 de octubre había entre ocho y diez apoderados en cada mesa, perfectamente sincronizados y que entregaban toda la información de cómo había sido la votación, los votos objetados, los nulos, los blancos y los favorables. Luego los enlaces o "correos" viajaban raudamente al lugar donde estaba el teléfono designado para la tarea –en un mundo precelulares- y enviaba la información. Paralelamente, tomaban las actas de las mesas y las llevaban al comando central, en Valparaíso, en calle Salvador Donoso.

El trabajo era "a pulso", sin comodidades ni recursos. Solo lo básico era enviado desde Santiago tanto para la preparación como para el día de la votación. Y por básico entiéndase papelería, lápices, etc. Todo lo demás corría por cuenta de los adherentes: café, lugares de encuentro o cualquier extra que se requiriera.

El día D

Ese miércoles 5 de octubre comenzó muy temprano en la V Región. Luego de la conferencia de prensa del día anterior, en la que se hizo un enfático llamado a votar y recuperar la democracia, González recuerda que en la jornada plebiscitaria "nos vinimos al local que teníamos en Salvador Donoso y nos dedicamos a distribuir las carpetas del día de la votación que faltaban. Chequeamos local por local, yo en Viña y Valparaíso, otros fueron a Quilpué y al interior, para chequear que cada mesa tuviera su staff y que la conexión telefónica estuviera funcionando".

La comunicación estaba organizada con tres o cuatro teléfonos que tenían que estar desocupados en el lugar central, además de distintos puntos repartidos estratégicamente en toda la región. En las mesas estaban los apoderados y los enlaces, los correos, que eran los que tomaban los antecedentes y los llevaban hasta el centro telefónico desde donde se transmitía la información hacia Santiago. Esos enlaces tenían que actuar muy rápidamente, llevar el acta correspondiente a cada mesa y consolidarlas. Recibíamos rápidamente la información y se anotaban en papeletas.

La organización incluía también lo que sucedería el día siguiente, en un supuesto escenario de triunfo. González recuerda que "había que ir hasta las mesas escrutadoras para que no hubiese ninguna involución respecto de los resultados. Lo importante eran las actas, para poder defender la votación de cada mesa". Y de hecho, cuenta que "íbamos recibiendo una a una todas las mesas, de manera que el escrutinio nuestro, del movimiento por el No, fue anterior al escrutinio del gobierno".

El parlamentario admite que había confianza, pero del tipo "nerviosa". Siempre existía el temor –advierte-, hasta el último minuto, de que hubiese una intervención. Eso, hasta que el comandante en Jefe de la FACh, Fernando Matthei, tomó la delantera y reconoció el triunfo del No en la madrugada del 6 de octubre.

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