Gonzalo Muñoz: La hora de las preguntas B

“Inicialmente el cambio se daba de la mano de las generaciones más jóvenes. Sin embargo, sobre todo este año, ha sido impresionante ver que las conversaciones más relevantes y con mayor perspectiva de impacto que he tenido son con personas sobre 55 años”, dice Gonzalo Muñoz. Foto: Juan Farías.

Champion de la COP25 y empresario-activista de la causa medioambiental y el rol social, dice que es un nuevo momento para autointerrogarnos y enfrentar nuestros fantasmas. Por ejemplo, ¿qué nos impidió ver problemas que eran tan evidentes?


A fines de la primera década del siglo XXI el agrónomo Gonzalo Muñoz se hizo algunas preguntas que marcaron un giro definitivo en su carrera profesional. Se preguntó, por ejemplo, cuál era el rol social de la empresa y dónde se encontraba su verdadero valor. Las respuestas lo llevaron en 2009 a fundar -junto a sus amigos Joaquín Arnolds y Manuel Díaz- la empresa de reciclaje TriCiclos, una compañía que potencia la economía circular y que debe su nombre a los tres ciclos de la sustentabilidad: equilibrio en lo ambiental, social y financiero. Hoy, la firma tiene presencia en casi toda Latinoamérica.

Además de ejercer como presidente ejecutivo de TriCiclos, Muñoz es cofundador de Sistema B, consultora cuya misión es apoyar la construcción de ecosistemas favorables para Empresas B y otros actores económicos que utilizan la fuerza del mercado para dar solución a problemas sociales y ambientales. Con esta experiencia a cuestas, en 2019 el Presidente Piñera lo nombró High-Level Climate Action Champion de la COP25, cargo que desempeñará hasta la próxima cumbre COP26 que se desarrollará el 2021 en Glasgow. De esencia pionera, fue también el primer representante del mundo privado y no político en ocupar este cargo, desde el cual ha logrado que -hasta ahora- el 68% del PIB mundial se comprometiera a alcanzar la carbono neutralidad al 2050.

Hoy, nuevamente, Muñoz se hace preguntas. Interrogantes que invita a plantearse también al resto del empresariado y la ciudadanía. Asegura que tras el estallido social y la pandemia, “el desafío principal, en este minuto, es descubrir qué nos impidió ver cosas que eran evidentes. No basta que solucionemos los problemas en la urgencia, muchos de esos problemas han sido evidentes, comunicados y advertidos durante suficiente tiempo como para que hubiéramos podido preverlos”.

¿Cuáles, por ejemplo?

Me refiero fundamentalmente a que llevamos al menos cuatro años con la claridad suficiente de que los dos grandes desafíos que tenemos en el sector empresarial, y diría que en cualquier nivel de organización, son la crisis de inequidad y la crisis climática. Pero tendemos por alguna razón a hacernos los tontos, a intentar ignorarlas y pretender que porque las ignoramos van a desaparecer. Por el contrario, a medida que las ignoramos solo incrementamos su manifestación.

En este desafío de comprender, ¿cuál diría que son las razones que nos impidieron ver lo evidente sobre estas crisis?

Hay varias dimensiones. Existe una más personal, donde probablemente en esta lógica exitista de nuestra especie y la forma en que competimos, tendemos muchas veces a dejar de lado desafíos como este, ya sea porque nos resistimos al cambio o porque me obligan a entrar en estos espacios de pérdida de confort, o me hacen hacerme preguntas que me cuestionan cómo he logrado lo que he logrado. Ahora, cuando nos vamos a la empresa misma, esta reflexión nos obliga necesariamente a hacernos preguntas que son muy duras: Si a mi empresa le va extraordinariamente bien, ¿eso es bueno o malo para el mundo? ¿Es bueno o malo para la naturaleza? ¿Es bueno o malo para la sociedad?

¿Y es posible que a una empresa que le va muy bien sea al mismo tiempo muy buena para el mundo?

Lo importante ahí es no caer en la trampa tradicional de decir “es que la empresa perfecta no existe”. Obvio que no existe, pero lo que pasa es que nos ponemos en una actitud de blanco o negro en el sentido de que o hago todo o no hago nada. Y como no existen las empresas santas o perfectas, o no sabemos cómo hacerlas, al final no se hace nada. Pero yo no hablo de eso, hablo de que todos debiéramos hacernos esas preguntas difíciles constantemente. Para algunas de ellas vamos a encontrar respuestas, en otras ocasiones vamos a encontrar rutas para esas respuestas y va a haber otras ocasiones en que deberemos esperar y en el momento en que la respuesta caiga, la aplicaremos. Las empresas B hacen eso y hoy estamos hablando de que hay casi 4.000 empresas B certificadas en el mundo, pero más de 120.000 que están hoy en día usando estas herramientas, muchas de ellas con el ánimo de certificarse. Las empresas B en materia de demandas por certificación crecieron más de un 38% este año, un año marcado por la pandemia y la crisis.

La nueva ruta

A Muñoz le gusta describir las empresas B como compañías que obtienen su rentabilidad producto de haber generado bienestar para la sociedad y el medioambiente a través de sus productos y servicios, y también a través de sus prácticas. Es decir, la rentabilidad como una consecuencia y no como un fin en sí mismo. Hoy esta tendencia crece con fuerza en Chile; de hecho, es el país líder de la región en cuanto a certificación de empresa B per cápita.

¿Son las nuevas generaciones las que promueven este modelo o también los empresarios de más edad han tomado conciencia al respecto?

Inicialmente, el cambio e implementación de empresas B se daba de la mano de las generaciones más jóvenes. Sin embargo, en la actualidad, y sobre todo este año, ha sido impresionante ver que las conversaciones más relevantes y con mayor perspectiva de impacto que he tenido son con personas sobre 55 años. En general, ejecutivos, presidentes de compañías y dueños de empresas que se dan cuenta de que su camino ha sido exitoso, pero que producto de la pandemia debieron, de alguna manera, parar y en esta parada han caído en cuenta de que son capaces de hacerse preguntas y no quieren seguir haciendo lo mismo que hacían antes, quieren seguir de forma distinta. Entendieron que esto es una cultura, un lenguaje, y que para entenderlo se necesita aprender y alfabetizarse desde lo más básico hasta lo más complejo.

¿Les podemos pedir a los pequeños y microemprendedores que aspiren a tener este tipo de negocios donde la sustentabilidad es clave, aun cuando sus ingresos puedan ser menores, sobre todo ahora donde producto de la pandemia intentan sobrevivir en un ambiente económico deprimido?

Son dos respuestas. Primero, tenemos un desafío tremendo como sociedad que tiene que ver con la informalidad, entonces me cuesta darle propósito a la informalidad. Tenemos que lograr que las personas comiencen a operar en la economía formal y a partir de ahí construir toda una ruta sobre cómo agregarle propósito a lo que hagan. Ahora, si hablamos de economía formal, todo emprendedor o emprendedora opera en la lógica de contar historias, de tener una narrativa de por qué tu producto debiera ser elegido por los clientes, consumidores o usuarios. Para eso es importante aprender a hacerse estas preguntas de las que hemos hablado y luego empezar a resolverlas, y al final mucho de este proceso hará que la empresa sea más eficiente. Por ejemplo, usar menos recursos: hay muchos gastos que se hacen, que son innecesarios y luego de que son erradicados es importante convertir toda esa nueva eficiencia en narrativa. La idea es: “Yo te voy a explicar por qué voy a gastar menos en producir tal cosa y por qué eso es bueno para ti y para el medioambiente”. Luego también es importante que esa narrativa esté certificada por un tercero creíble que valide que lo que tú estás diciendo y que lo que dices estar contribuyendo, efectivamente lo estés haciendo.

Muñoz asegura que el concepto de empresa B se ha extendido a todas las industrias, incluso a algunas menos evidentes, como la financiera. “En el caso de una empresa de servicios financieros, el impacto no estará en cuántas fotocopias sacan o si el edificio es led, tiene más que ver con de dónde viene el dinero que invierte y hacia dónde va, qué tipo de sociedad están promoviendo a partir de lo que hacen”.

Cuenta que le ha tocado en los últimos tres años acompañar este proceso muy de cerca en Chile, desde la implementación de los primeros fondos que empezaron a trabajar con los criterios PRI (priciples for responsable investment) y aquellos que empezaron a entender la importancia de aplicar criterios ASG (ambientales, sociales y de buena gobernanza).

“Desde TriCiclos estamos apoyando a algunos fondos de inversión para que aprendan a implementar estos principios, incluso desde el levantamiento del fondo y el scounting de cuáles son aquellas empresas en las cuales podrían invertir y acompañarlas no solo en lo que llamaríamos la ruta de darle rentabilidad al propósito, sino que darle propósito a la rentabilidad. Es decir, tomar empresas súper tradicionales, desde una vulcanización hasta una empresa de jardines o también una de inteligencia artificial, y decir cómo podemos hacer que opere efectivamente con los más altos estándares en criterios ambientales, sociales y de buena gobernanza”, explica.

Agrega que una de las lecciones que dejó la pandemia fue que las compañías que tienen criterios ASG incorporados tuvieron mucho mayor resiliencia respecto de las símiles que no los tenían. “No hay mejor ensayo que lo que nos tocó vivir este año para demostrar que una empresa con buenos niveles de prácticas sociales ambientales y una gobernanza que entienda e incorpora todos estos aspectos resiste de mucho mejor forma un embate como el que vivimos. Y si asumimos que existe una alta probabilidad de que tengamos otros embates a futuro, entonces qué importante es incorporar estos criterios de forma preventiva”, destaca.

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