Jovino Novoa

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En una de nuestras últimas conversaciones afirmaba que el error de la derecha siempre ha sido creer que nuestras ideas no son populares, no pueden tener mayoría y que hay que disfrazarlas y disimularlas. Curiosa ironía que, en el día de su muerte, se haya elegido una cuenta pública precisamente para que volvamos a encontrarle la razón a Jovino.


“Escondan los niños, que viene Jovino Novoa”, gritaba un activista de izquierda en las cercanías del cerro Renca, en medio de una actividad de una campaña del exsenador en 2005. Había pasado un año desde que Gema Bueno confesara que sus graves imputaciones en contra de Novoa eran falsas y que la justicia lo liberara de cualquier responsabilidad. Pero en ese entonces, al igual que ahora, los mismos canallas seguían agraviando y dándole espacio a una de las mentiras más infames de nuestra política reciente.

“Nos odian porque nos temen y nos temen porque nos saben irreductibles”, es una de las frases más recordadas de Jaime Guzmán. Creo que esa frase, precisamente, refleja completamente lo que fue Jovino Novoa: era temido y odiado porque era un irreductible. Pese a las agresiones, persecuciones y calumnias, Jovino Novoa siempre dio la cara, argumentó y defendió sus posiciones.

Como asesor legislativo, aprendí de su riguroso estilo de trabajo y de su preocupación permanente por actuar con un profundo sentido de responsabilidad. No importaba cuán popular fuera un proyecto, medida o indicación, lo más relevante era ver si era correcta, si se alineaba con las ideas y convicciones que defendíamos y, si estaba mal, cómo se podía mejorar. No era un hombre de trincheras. Al contrario, en muchas materias demostraba su pragmatismo y sentido de realidad; pero fue siempre consecuente y coherente con sus compromisos y promesas hasta el final. No fui su amigo ni tampoco su asesor permanente, pero tuve el privilegio de trabajar con él y compartir algunas conversaciones que fueron fundamentales en mi formación y aprendizaje.

Como senador, fue un faro doctrinario en las más diversas materias y un referente claro para ordenar las votaciones y compromisos de sus pares en el Congreso. Como presidente del Senado, descolló en el manejo ponderado de su posición y fortaleció la transparencia de la institución en momentos en que la actividad parlamentaria comenzaba a ser severamente cuestionada. Como líder político, fue una de las voces más sobresalientes de la Unión Demócrata Independiente en el apogeo de su historia política, y su ausencia en los últimos años es prueba evidente del declive profundo y desorientado que hoy vive parte de ese partido.

No tengo ninguna duda de que algunos, al leer estas líneas, se escandalizarán porque alguien se atreva, en estos tiempos de profunda corrección política, a homenajear a un hombre cuya trayectoria, según ellos, se reduce a la de un funcionario de la dictadura y a la de una persona condenada por la justicia por irregularidades en el financiamiento político.

No puede importarme menos. Jovino Novoa es uno de los políticos más trascendentales de los últimos 30 años en la política chilena y, desde la derecha, un personaje fundamental no solo en la transición, sino también en la consolidación del proyecto institucional, económico y social más exitoso de nuestra breve historia republicana. Un hombre que no estuvo exento de errores, pero cuya sobresaliente trayectoria quedará impresa en el alma republicana de Chile y en aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo.

En una de nuestras últimas conversaciones afirmaba que el error de la derecha siempre ha sido creer que nuestras ideas no son populares, no pueden tener mayoría y que hay que disfrazarlas y disimularlas. Curiosa ironía que, en el día de su muerte, se haya elegido una cuenta pública precisamente para que volvamos a encontrarle la razón a Jovino. Que descanse en paz.

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