El escudo humano de los 50 mil salvados

ANUARIO 2020: ESPERANZA

En estos nueve meses, un contingente de 200 mil personas ha encarado la pandemia, día tras día. En turnos de 24 horas y con trajes que cubren cada poro de sus cuerpos, los 18 mil trabajadores de las UCI aprendieron a combatir el virus y a torcer funestos pronósticos. A recibir pacientes críticos y sacarlos, recuperados. Pero también a soltar y despedirse. Acompañando, de la mano, los últimos minutos.



Cuentan que han aprendido a reírse con los ojos. A guiñarlos como saludo. A fruncirlos para dar ánimos. Y a consolar con la mirada.

Ataviados de pie a cabeza con trajes aislantes, están conscientes de que los gestos de sus manos y la expresión que atraviesa los protectores oculares pueden calmar la angustia de los enfermos que esperan, impacientes, la remisión del agresivo virus que les roba el aliento. Y las fuerzas.

“Estos pacientes, tan graves, despiertan débiles, tristes. Y los equipos trabajan mucho lo afectivo, en tirarlos para arriba y explicarles que esto es transitorio, que los vamos a sacar adelante”, cuenta Tomás Regueira, expresidente de la Sociedad de Medicina Intensiva (Sochimi). Y añade: “El equipo pone su corazón en que el paciente confíe en que está de salida, que queda un largo camino, pero que lo peor ya pasó. El cariño del personal es clave para sacarlos adelante”.

Son casi 50 mil las personas que han sido hospitalizadas en el país por Covid-19. No todas salieron con vida. Y en el otro extremo, 200 mil funcionarios de salud, 18 mil de ellos en las UCI, son el escudo humano de esta pandemia.

Y en esos equipos, por momentos, ha permeado la tristeza, la desolación y la rabia. También han tenido miedo: la enfermedad no distingue oficios y ya ha infectado a 38 mil de ellos. Y 75 no resistieron.

A las pocas horas recibimos una llamada de la matrona Solange Ferra y notamos como familia un cambio muy favorable, ya que no sólo nos informó de su estado de salud, que por cierto ya no había mucho que informar, sino que logró empatizar con el momento que estábamos viviendo, alejados, y nos dijo “le di la mano a don Eugenio”. Para nosotros eso significó emoción, porque le dio la mano. Esa mano que a nosotros nos angustiaba profundamente no poder darle. Sentimos un trato muy humano de su parte.

Familia Núñez Duarte (Carta a Hospital Barros Luco)

“Ha sido un año muy duro por el trabajo físico. Y de mucha pena compasiva. Las circunstancias de esta pandemia son realmente difíciles; los pacientes están solos y el personal se convierte en su familia. Los funcionarios, en todo el país, han impedido las muertes solitarias. Han acompañado e incluso rezado en los últimos momentos de abuelos, madres, padres o hijos, que se han ido en ausencia de sus seres queridos. Los he visto llorar al lado de sus cuerpos, tomados de las manos. Es cierto que han sido meses muy duros en lo emocional y sicológico, pero profundamente cargado en lo espiritual y lo humano”, relata Luis Castillo, jefe de la Unidad de Pacientes Críticos del Hospital Barros Luco.

Nuestra familia padeció la pérdida de tres miembros producto del Covid-19 -los padres y un hermano de mi madre, en paralelo a su hospitalización-, por lo cual estamos eternamente agradecidos de que Julia haya caído en tan buenas manos. Me quedo corta de expresiones para manifestar nuestra gratitud. Subrayo el trabajo realizado por la Dra. María José Flores y el de la kinesióloga Joceline Arias, quien asumió el compromiso humano en el momento en que mi madre necesitó apoyo de ventilación mecánica.

Denisse Arredondo (Carta a Clínica Indisa)

A las 8.00 cesa labores el “turno saliente”. Se encaminan a sus casas, con los surcos de las mascarillas plasmados en el rostro. Con pesadumbre, a veces; con esperanza, otras.

Y en la recepción de los servicios los detienen pequeñas sorpresas: ha llegado carta de un paciente que salió de alta; globos y chocolates de una familia o dibujos de niños que ya se curaron del Covid. Las abuelas que han vuelto a sus casas regresan con tortas y galletas. Algunas con tejidos y bordados, detalles que prometieron a sus cuidadoras durante sus estadías. Y la lista es larga.

Se dirige a usted la numerosa familia Boudon con el fin de hacerle llegar nuestro más profundo y sincero agradecimiento a usted (Gisella Castiglione, directora Hosp. Barros Luco) y a todo el personal encargado de aliviar los padecimientos en los últimos días de nuestro querido Enrique. Agradecemos, profundamente, el gesto de las Dras. López y Ojeda, que una vez enteradas de su condición de exmúsico de la Orquesta Filarmónica de Chile, no dudaron en facilitarle su tan anhelada música en los últimos días.

Familia Boudón Vergara (Carta a Hospital Barros Luco)

En el invierno, cuando las salas UCI estaban atestadas, también se agolpaban regalos de privados: desde zapatillas para descansar los pies a cremas para evitar la resequedad del alcohol, pasando por pizzas y sándwiches.

“La gratitud llega a ser insuficiente para lo que expresan los pacientes y sus familiares. Esto es la realidad de los funcionarios, y un soplo de vida es el mejor aliciente para seguir y aguantar días de tanta tristeza”, dice Castillo.

Quiero felicitar y agradecer al equipo del piso 6 donde estuve siete días. A las enfermeras Javiera, a Camila, a Paolo, a la pequeña Daniela, que con cariño les lava el pelo a las pacientes. A Mario, con su música. A todos los que a pesar de su turno de 24 horas y su cansancio, pueden tratar con respeto, con cariño y con humor. A las y los kinesiólogos, al personal de rosado, a las chicas y chicos de alimentación. ¡Gracias por su compromiso con la salud pública! Felicitaciones también por su calidad profesional a la Dra. Doren y al Dr. González.

Paula Ahumada (Carta a Posta Central)

Maritza Navea, directora del Departamento de Enfermería de Clínica Alemana, también repara en el sentimiento que los pacientes retornan. “Haciendo a un lado lo malo, estos han sido los días más lindos que hemos vivido como enfermeras, porque hemos podido realmente mostrar lo que somos, para lo que realmente estamos y lo que hacemos: entregar el corazón y acompañar a la gente cuando sufre. Más allá de la tecnología, las máquinas y los equipos: tomar sus manos, hablares, mirarlos a los ojos y tener de vuelta toda esa gratitud que hemos recibido”.

Testimonios de los funcionarios

Hoy fue el día de despedirte. Fue el día de mirar de frente a la realidad. De abrazar con la mirada a tu familia, de intentar expresar la pena, la impotencia, la rabia, la decepción y el desconcierto. Hoy, una parte de mí quiere entender que la batalla no es contra la muerte, y en mi mente sé que no es un fracaso, que no somos superhéroes ni estamos llamados a lo imposible, pero mi corazón no lo acepta completamente.

Macarena Amthauer (enfermera coordinadora Red Salud UC Christus)

Yo también temía contagiarme, veía a los pacientes demasiado angustiados, graves, solos, tristes y con el miedo a morir muy cercano. Sentía que debía darles mucho ánimo y fuerza. En ocasiones no hallaba palabras, no sabía qué decirles para subirles el ánimo. Fue ciertamente como vivir una batalla campal, donde todas hacíamos de todo para sacar al paciente adelante.

Equipo de enfermería servicio Médico Quirúrgico UC

No lo pensé dos veces, aunque sabía que no debía hacerlo, me impulsó la necesidad de ayudarla. Salí de la habitación desinfecté mi celular, lo envolví en una bolsa plástica y lo sellé con tela adhesiva. Volví a entrar y le dije: “Sra. Marcia, llamemos a su hija”. Ver su carita con una sonrisa que iluminó la habitación y sus ojitos brillantes me inundaron de alegría. Ella estaba muy agradecida y yo, muy emocionada.

Lorena Contreras (enfermera unidad GES, Red salud UC Christus)

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