Opinión: Las inquietudes de Kundera

Kundera se ha convertido en un mejor ensayista, en cambio sus novelas ya no tienen la misma fuerza ni la misma capacidad para emocionar que antes.




El año pasado, el checo Milan Kundera fue acusado de delatar a la policía, en los años 50, a un espía anticomunista. Como era de esperarse, luego de esta supuesta revelación llovieron las críticas sobre Kundera y fue denostado por los catones de turno. Se defendió negando la denuncia, y señaló que se trataba de una canallada sin fundamentos. El asunto al final nunca quedó muy claro.

En su nuevo libro de ensayos, Un encuentro (Tusquets, $ 13.000 pesos), encontré un párrafo que iluminó lateralmente ese episodio. Kundera escribe a propósito de su admirado amigo, el narrador Bohumil Hrabal: "En nuestros tiempos aprendimos a someter la amistad a lo que suelen llamarse las convicciones. Y lo hacíamos con el orgullo de actuar con rectitud moral. Es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita, a la fuerza imperfecta, probablemente pasajera, que solo los muy cortos de entendederas pueden tomar por una certeza o una verdad. Contrariamente a la pueril fidelidad a una convicción, la fidelidad a un amigo es una virtud, tal vez la única, la última". Si bien esta no es una respuesta a su inculpación, por lo menos es un fragmento que permite avizorar cómo cambiaron las ideas de Kundera y cómo pondera sus valores ahora.

En este libro volvemos a hallar la acostumbrada inteligencia de Kundera para abordar sus inquietudes estéticas y morales. Escribe sobre la pintura de Francis Bacon y Ernest Breleur; revisa ciertas obras de sus contemporáneos, como Philip Roth, Juan Goytisolo, García Márquez y Danilo Kis; identifica a Rabelais como precursor de la novela moderna; redacta piezas sobre autores que lo marcaron, como el narrador italiano Curzio Malaparte y el poeta y político de las islas Martinicas Aimé Césaire. Pero por sobre todo, Un encuentro es una reunión de temas que apasionan a Kundera, como la música de ciertos compositores relevantes, entre los que destaca su compatriota Janácek, a quien le dedica un texto esclarecedor. El destino y las formas de la novela es otra de las obsesiones de Kundera sobre las que vuelve en este libro. Aboga por ampliar los alcances del género. Cree que las novelas deben contener más elementos que una buena historia; deben ser, además, construcciones que den cuenta del espesor de la vida, incluyendo sus frivolidades.

El atractivo de estos ensayos de Kundera, al igual que los anteriores, radica en la falta de énfasis de su estilo y en su habilidad para realizar apreciaciones parciales. Nunca parece estar preocupado de evaluar a los otros, sino de extraer algo de ellos para pensarlo desde su perspectiva. A partir de determinados libros y autores elabora sus propias divagaciones, hiladas con naturalidad, como si estuviera hablándole al lector despacio. Por ejemplo, toma un aspecto de Céline y lo desarrolla sin atenerse a ningún otro plan que mostrarnos las ocurrencias que le suscita la frase que recogió como detonante. No se ocupa de dar información elemental en sus reseñas, porque da por sentado que quienes leen lo hacen por necesidad y no para cultivarse. Jamás deja su tono autobiográfico, en especial en la sección de fragmentos Las listas negras o divertimento en homenaje a Anatole France, en la que da rienda suelta a su humor y cuenta sus experiencias como extranjero y exiliado. Por su ingenio, es la parte más enganchadora de Un encuentro.

Me atrevo a decir que Kundera se ha convertido en un mejor ensayista (penetrante y entretenido), en cambio sus novelas ya no tienen la misma fuerza ni la misma capacidad para emocionar que antes. No es raro: el trabajo literario siempre ha estado expuesto a las metamorfosis. Sobre todo, cuando nace de la condición existencial del autor y no de las ambiciones desmesuradas.

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