Hace exactamente un año, el 2 de julio de 2019, Chile estaba muy pendiente del evento astronómico más esperado del año, un eclipse total de Sol y con mucha razón, siendo uno de los fenómenos más extraordinarios e impactantes que la naturaleza es capaz de poner en escena. Durante escasos minutos es posible observar a simple vista la corona solar y, con un pequeño telescopio, distinguir detalles de las protuberancias: inmensas columnas de gas ionizado de un color rojo muy intenso que, desde la superficie del sol, se levantan hacia el espacio llegando a formar hermosos arcos sostenidos por campos magnéticos.

La visión es realmente magnifica. Pero no siempre los humanos hemos tenido la posibilidad de gozarla plenamente; hubo un tiempo en que los eclipses generaban terror y angustia. No es difícil de imaginar. Aun hoy, cuando el sol se oscurece, el día se hace noche, nos envuelve la luz espectral del eclipse, es inevitable sentir escalofríos, o incluso emociones irracionales y primitivas. Y en parte esto buscamos cuando nos acercamos a este fenómeno grandioso. No es casualidad que el año pasado el evento revolucionara el norte de Chile con el interés multitudinario que se generó, la cobertura de prensa y un flujo de turistas nacionales e internacionales sin precedentes.

La franja de totalidad pasaba por La Serena, el Valle del Elqui, los Observatorios Tololo, Gemini, La Silla, los lugares astronómicos más importantes del mundo y las opciones de observación que se ofrecían eran muchas y muy interesantes. Personalmente opté por observar el eclipse desde la playa de La Serena. Un departamento arrendado frente a Avenida del Mar fue el observatorio perfecto del fenómeno astronómico, pero también del evento masivo que surgió a su alrededor. Con mi familia fuimos parte de la multitud que se reunió ese día frente al hermoso escenario del Océano Pacifico.

Compartir las emociones diversas de miles y miles de personas -que pasaron de los gritos y los cantos, al silencio atónito en el momento de la totalidad-, fue tan impresionante como el eclipse mismo. Pero nadie se asustó ese día, muy por el contrario fue un día de fiesta y alegría.

Turistas se preparan en el poblado de Cachiyuyo, en la región de Atacama, para observar el eclipse solar total. Foto: Agencia Uno

El público sentía que lo teníamos todo controlado, calculado por los científicos con una precisión milimétrica, de manera que todo ocurrió en el lugar y en el instante preciso. La ciencia cumplió. No era necesario ser astrónomos en ese momento y entender los detalles de los cálculos, existía evidentemente una confianza general en la ciencia, que permitió a la multitud asumir un comportamiento colectivo coherente y racional. Existía, por así decirlo, una especie de “inmunidad de rebaño” contra lo irracional y el miedo, la misma que hoy necesitamos construir en contra la pandemia de Covid-19.

Es insólito volver a pensar en ese día de fiesta hoy, a un año de distancia, con todo lo que ha pasado en Chile y en el mundo durante los últimos meses. Hemos visto tensiones sociales, fuerzas de las naturalezas, comportamientos colectivos, desarrollarse de maneras mucho menos que controladas y, sin duda, nos hemos sentidos impotentes, confundidos y asustados frente a los acontecimientos de este año.

Por cierto, un sistema de 7.500 millones de humanos o el brote de un virus desconocido tienen otro nivel de complejidad en comparación con los movimientos del Sol, la Tierra y la Luna, que hoy son fenómenos bien comprendidos.

El largo camino para entender los eclipses

Sin embargo, llegar a esa comprensión ha sido un camino largo, difícil y, como es sabido, no libre de conflictos. Entonces repensar hoy el eclipse de hace un año invita a reflexionar. Primero, sobre los desafíos globales que el futuro nos plantea y de los que, en este ultimo año, hemos tenido una muestra.

Reflexionar también sobre las herramientas que tenemos para enfrentar el futuro, entre las que, sin lugar a dudas, deben jugar un papel central el desarrollo de conocimiento y la educación. Finalmente, reflexionar sobre los comportamientos colectivos de nuestra sociedad que deben inspirarse en el bien común, más que en el interés particular, y fundarse en la confianza en las ciencias y en la racionalidad, tal como fue ese día de Julio del año pasado.

El próximo 14 de diciembre ocurrirá otro eclipse de sol observable desde el sur de Chile, el siguiente visible desde Chile será en el 2048. ¿Como llegaremos a esas citas con el futuro? Este año nos ha enseñado que, más allá de los cálculos astronómicos es muy difícil hacer predicciones.

Los antiguos miraban al cielo para obtener pronósticos, pero la realidad se ha mostrado más compleja y finalmente el futuro, más que en los astros, está en nuestras manos. En Chile hemos dado un gran paso con el recién creado Ministerio de la Ciencia Tecnología Conocimiento e Innovación, que sin duda representa una gran oportunidad para movernos hacia un país más justo y desarrollado. Los eventos astronómicos, finalmente marcan el paso del tiempo y son oportunidades para colocar nuestra existencia en un contexto más amplio y racional, el resto depende de nosotros.

* Académico del Centro UC de Astro Ingeniería, Escuela de Ingeniería UC