Hace algunos días el presidente de la República presentó el nuevo Proyecto de Ley que busca potenciar la integración social en nuestro país. Esto responde a que hemos construido ciudades donde el nivel de ingresos define casi a la "perfección" los vecinos y las características de cada barrio, generando - al menos - dos problemas de fondo.

El primero: a menores ingresos, los equipamientos y el entorno de un barrio son más precarios, afectando directamente en la calidad de vida. Y el segundo: al no conocernos dentro de una ciudad, al no integrarnos, se generan prejuicios que tienden a estigmatizar a "un otro" que no conocemos. Y esos prejuicios se generan por igual, indistinto de la parte de la ciudad de donde provengamos.

Si ese "otro" tiene rostro, tiene nombre, tiene historia; si ese "otro" importa, los prejuicios desaparecen y la convivencia dentro de una nación mejora. Para eso necesitamos lugares y espacios para conocernos y construir vínculos.

Este Proyecto de Ley busca justamente corregir estos dos puntos. Para el primero, llevar la ciudad con sus servicios y equipamientos a aquellos lugares "olvidados" y para el segundo, buscar incentivos para que familias de ingresos diversos vivan en lugares bien ubicados dentro de la ciudad, en lugares en torno a ejes de transporte público y con buenos niveles de servicio cerca.

Revertir la construcción socio-espacial de nuestras ciudades, modelo heredado de la época de las haciendas, no es un tema simple ni automático, pero al menos cuestionarnos el daño que provoca la segregación social y espacial en la construcción de una nación, debiera ser un tema esencial.

Confío en las nuevas generaciones, aquellas que se van criando en un mundo donde lo distinto tiene valor y hay que respetarlo. Probablemente, en algunas décadas más, cuando lean estas líneas, dirán que el evitarnos unos con otros son trancas del pasado.