Histórico

La incómoda mueca de la comedia negra

Provocar, desatar carcajadas, dudas y forzar reflexiones. Son las claves de un género de larga vida que hoy reclama su lugar en las tablas. El reciente éxito de El hotel, de La María, corrió el telón a otras obras, como Manual de Carroña y La trágica agonía de un pájaro azul, además de los reestrenos de El taller y Lucía, que hicieron del humor su mejor arma.

FUE CULPA de Shakespeare. Luego de Molière y todos los que les leyeron y siguieron haciéndolo hasta hoy, seducidos por la acidez de esos textos que burlaban la autoridad, las zancadillas de la vida y, desde luego, la desgracia y torpeza humana. Porque entre todas sus hermanas comedias, la negra debe ser, sin duda, la más agraciada y adictiva. Ese placer de la risa nerviosa, culpable y dolorosa, la convierte en un género entrometido, inagotable e insospechadamente vigente.

A mediados de agosto, la compañía La María (Los millonarios) volvió a prenderle fuego al escenario con El hotel, un crudo retrato a la impunidad de cuatro ancianos que fueron relegados a pasar el resto de sus días en un confortable albergue en la Antártica por antiguos crímenes de lesa humanidad. “La comedia negra es el único género con que se pueden tratar estos temas, porque no tiene moral y devela la crueldad y violencia, y utiliza como vehículos de comunicación la insolencia, la ironía y todos los vicios que tenemos como sociedad”, opina Alexis Moreno, autor y director de la obra que estará hasta el 1 de octubre en el Teatro de la Palabra.

En cada una de sus obras, La María recurre a un lenguaje libre de pudores para repasar aspectos como la memoria y la hipocresía, pero otras propuestas optan por el silencio, el uso de imágenes y algunos artificios. Es el caso de Manual de Carroña de la compañía Mario, Luiggi y sus fantasmas (Como ovejas y lobos), la obra escrita y dirigida por Ariel Hermosilla que se presenta en el Teatro del Puente hasta este jueves 8.

Vemos una cena, un festejo sin motivo. Y, más allá, la puesta en jaque de las buenas costumbres impuestas por el Manual de Carreño de 1853. Un lobo, ovejas, un huemul, un cóndor y un chivo, entre otros animales, comparten un festín servido por dos humanos, pero a medida que la muda escena avanza, y al percatarse de que nada les apetece, los comensales ponen sus ojos sobre la servidumbre.

“Vivimos en una comedia negra constante -opina Hermosilla-, basta detenerse un minuto en el día y preguntarse, ¿por qué estoy haciendo esta estupidez? Y si no viene el llanto, seguro vendrá la risa. Tenemos también la televisión con sus sangrientas historias, los programas de radio de corazones destrozados que buscan ayuda sicológica en un locutor que no los conoce, y hasta en el vagón del metro, entre Candy Crush y Pokémon Go. Tenemos un cotidiano extraño, grotesco y empapado de humor. Por eso el público goza, más si es que éste es incorrecto. Quizá lo necesitamos terapéuticamente”, añade.

“Creo que la gente engancha con la comedia negra porque les permite tomar conciencia sobre la crueldad de nuestra idiosincrasia”, dice la dramaturga Carla Zúñiga, de Teatro La Niña Horrible (En el jardín de rosas), la compañía que el 29 de septiembre estrenará La trágica agonía de un pájaro azul, su cuarta obra, en el Teatro Camilo Henríquez. La historia está basada en el cuento Buenas noches, mamá, de Marsha Norman, de 1983: Nina, una mujer de 40 años, decide suicidarse pues no le encuentra sentido a su vida.

Alguna vez tuvo una hija, pero murió a las pocas horas, y desde entonces vive sola con su madre, a quien le confiesa sus ganas de morir. “Es una tragedia, pero abordada desde el humor negro y sombrío para develar el absurdo de las relaciones humanas y reírnos de los discursos conservadores que norman nuestros comportamientos”, dice Javier Casanga, director del montaje protagonizado por Juan Pablo Fuentes y Felipe Zepeda. “Cuando el espectador se sorprende riendo de temas que nos pueden resultar crueles, viene un extraño sentimiento de culpa que alguien inventó y que nosotros terminamos cobijando. Es a ese absurdo al que nos hace enfrentar la comedia negra, siempre y cuando ésta funcione”, agrega.

En el año en que fue destapado el escándalo por las propiedades de CEMA Chile, además de la reciente muerte de la escritora manchada por la Dina, Mariana Callejas, el pasado 10 de agosto, el GAM repondrá, con sus elencos originales, Lucía (2015) el 26 de octubre, y El taller (2012) el 14 de diciembre, respectivamente. La primera, escrita por Ximena Carrera y dirigida por Sebastián Jaña (Medusa), retrata a una abatida Lucía Hiriart, viuda de Augusto Pinochet, en el día de su cumpleaños. La actriz Carmina Riego encarna a una mujer que perdió la popularidad que alguna vez tuvo, y a la espera de una entrevista con un periodista que nunca aparece.

“Siempre me pareció que esa era la única forma de contar esta historia, porque el humor negro te da licencias y una distancia necesaria. También es una forma de exorcizar al monstruo. Si te ríes de él, deja de ser una figura temible. Si lo expones al ridículo y empiezas a verle ‘la costura’, te das cuenta de que el monstruo funciona por el poder que se le otorga o no”, dice su autora.

En el Chile de los 70, en las sombras del régimen y al interior de una casa en Lo Curro, un grupo de escritores se reúne para leer sus trabajos a María, ganadora de un prestigioso concurso de cuentos. Mientras, Tomy, su marido gringo, supervisa extraños negocios con italianos. Estrenada en 2012, El taller de Nona Fernández, dirigida por Marcelo Leonart, recoge uno de los más oscuros episodios de la literatura chilena: el taller que dirigía en su casa la escritora Mariana Callejas, cerrado en 1978, cuando salió a la luz que su marido, Michael Townley, agente de la DINA, había planeado y ejecutado el atentado que terminó, primero, con la vida de Orlando Letelier y años después, con la del general Carlos Prats.

“Soy un obsesa con la historias de dictadura, pero estoy convencida de que debemos reformular los formatos para volverlas actuales. Sacarles solemnidad, victimización y popear con ellas”, dice su autora y protagonista. “El humor apareció como una herramienta para eso. La risa es un bálsamo maravilloso. Reírse con ganas, a destajo, es una experiencia liberadora”. La ficción y el teatro, concluye, “tienen esa inquietante facultad de ser el espejo en el que nos podemos observar. Un espejo que enfoca y deforma al mismo tiempo”.

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