Carlota Pérez: “Esta es la primera revolución tecnológica que reemplaza el trabajo mental y no sólo el manual”

Carlota Pérez, investigadora y experta en tecnología y desarrollo socioeconómico.

Esta experta británica-venezolana plantea que “con esta revolución es posible montar un juego suma-positiva entre los países desarrollados, emergentes y en desarrollo, entre el mundo de los negocios y la población de cada país, y entre la humanidad y el planeta”.


La destacada economista británica-venezolana Carlota Pérez sigue desentrañando, como pocas personas, nuestra época. A sus más de 80 años, continúa enseñando, investigando, publicando sobre tecnología y desarrollo socioeconómico. Y conversando sobre la quinta revolución tecnológica que vivimos hoy, y que ha sido impulsada por las tecnologías de la comunicación y la información. Pérez explica cómo han sido las cuatro revoluciones tecnológicas anteriores, que partieron en 1771 con la Revolución Industrial, y cómo sus etapas se van repitiendo. Parten por la introducción de una nueva tecnología, que irrumpe en los mercados. Son las fases de irrupción y frenesí (incluyendo booms financieros) cuando florecen los negocios, pero aumenta la desigualdad. Eso termina en colapsos con protestas, populismo y deslegitimación de las instituciones, cuyo enfrentamiento por nuevos liderazgos da paso a las “épocas doradas”. Su obra Revoluciones tecnológicas y capital financiero: la dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza, fue incluida como uno de los “libros del siglo”, por parte de la revista Foreign Affairs. En 2020 fue señalada en Forbes como una de las “cinco economistas que lo están redefiniendo todo” y en Prospect, como una de los 50 mejores pensadores del mundo.

Vía email, Carlota Pérez contestó las preguntas de La Tercera acerca de su mirada de los desafíos políticos, sociales y ambientales de hoy.

Usted ha establecido las trayectorias comunes de las cinco revoluciones tecnológicas que hemos vivido desde 1771. ¿Qué lecciones podemos sacar de las cuatro anteriores?

Creo que hay tres lecciones importantes. Lo primero que se puede establecer es precisamente que el cambio tecnológico en las economías de mercado es constante, pero no continuo. Los grandes cambios que llamamos revoluciones tecnológicas, de las cuales estamos ahora en la 5ª, desde la llamada revolución industrial en Inglaterra, se articulan como respuesta al agotamiento de la revolución anterior. Otra lección importante es que no hay determinismo tecnológico. La sociedad y el Estado escogen, del espacio de viabilidad brindado por cada revolución tecnológica, aquellas direcciones que cumplen mejor con los objetivos de la sociedad. Hitler, Stalin y las democracias occidentales todas usaron la revolución de la producción en masa para sus propósitos y el mismo Henry Ford trabajó como consultor para los tres sistemas.

¿Cuál es la lección más importante?

La tercera enseñanza es la más importante quizás para nuestros países, y es que las oportunidades son un blanco móvil. Dado que cada revolución es moldeada inicialmente en los países centro y tanto la demanda como el acceso a la tecnología cambian a lo largo del proceso, hay que estar atento para identificar las ventanas de oportunidad apenas se abran. Los latinoamericanos, por ejemplo, aprovechamos la madurez tecnológica y la saturación de mercados para la producción en masa en el Norte desde los 60, para crecer en los años 60 y 70. Los llamados Cuatro Tigres Asiáticos (Corea, Taiwán, Singapur y Hong-Kong) aprovecharon que la madurez de la producción en masa coincidía con la revolución informática y la tensión en Asia durante la Guerra Fría (y la guerra en Vietnam), para dar el salto al desarrollo.

Cada etapa de la revolución tecnológica tiene dos partes, y al medio lo que usted llama un turning point. ¿Cuáles son los momentos más peligrosos de las revoluciones?

Bueno, eso depende del cristal con que se mire. Las primeras décadas, o período de instalación, son lo que Schumpeter llamó tiempos de ‘destrucción creadora’, cuando las nuevas tecnologías reemplazan o modifican las viejas. Las regiones e industrias víctimas del cambio las vivirán como peligrosas, y los trabajadores que pierden sus empleos y cuyas habilidades pierden vigencia las verán como mortales. Los períodos finales, es decir las épocas doradas, como el boom victoriano, la Belle Époque y el auge de posguerra son tiempos de ganar-ganar para los negocios y la sociedad en los países desarrollados, pero pueden ser duros para los que quedan afuera. En la cuarta revolución, es decir, la de la producción en masa de 1913 a 1971, fue excelente para casi todos en el Norte, pero dura para muchos en lo que se llamaba el Tercer Mundo. Hubo casos como la explotación del caucho en Brasil y otros países que fue reemplazada por caucho sintético. Pero, en general, había lo que Prebisch llamó las tijeras de precios entre productos manufacturados y materias primas. De allí justo surgió la idea de montar un proceso de industrialización por sustitución de importaciones.

¿Qué pasa en los turning points o “puntos de cambio”?

El período del medio, que en castellano denominé el ‘intervalo de relevo’ (aunque en inglés lo llamé, no tan felizmente, el ‘punto de cambio’) es el tiempo más peligroso políticamente. Es en ese momento cuando toda la parte destructiva de la destrucción creadora de las primeras décadas estalla en resentimiento y protestas de las víctimas y se crea el terreno fértil para los líderes populistas de extrema derecha y de extrema izquierda. En los años 30, Mussolini, Franco y Hitler, por un lado, y Stalin, por el otro, amenazaron a la democracia. De enfrentar esa amenaza surgió la social democracia, que montó en EE.UU. y en Europa el ‘Estado del bienestar’ que trajo prosperidad a las empresas y a la gran mayoría de la población. Las épocas doradas son los tiempos de legitimación del capitalismo, cuando la búsqueda de riqueza de unos beneficia a muchos más. Como verás, son muy complejos los procesos de adopción de las revoluciones tecnológicas y tienen efectos muy variados para diferentes grupos y en diferentes contextos.

Revolución tecnológica.

¿Estamos viviendo el turning point? ¿O estamos todavía en el período de instalación, donde aumentan la desigualdad, la recesión y el desempleo?

Pues no me resulta fácil decidir, porque estamos experimentando ambos fenómenos a la vez. Es obvio que el resentimiento y las protestas típicas del turning point están creciendo en muchas partes y que el populismo y las autocracias están teniendo éxito en tomar el poder en muchos países en todos los continentes. Pero la desigualdad sigue creciendo y el desarrollo tecnológico de la revolución digital sigue amenazando empleos. Basta observar las discusiones sobre la inteligencia artificial. Pero con esta revolución hemos vivido el más largo período de instalación, y eso no es por azar. Hay varias razones para eso. Una es que esta es la primera revolución que reemplaza el trabajo mental y no sólo el manual. Otra que, a diferencia de las anteriores, tuvo que esperar 24 años para que internet fuera puesto en funcionamiento para todos. Cada revolución tiene una infraestructura de transporte y comunicación que define el nuevo espacio vital para la economía. Los vapores y los ferrocarriles transcontinentales definieron la globalización para la tercera revolución desde 1870 hasta la Primera Guerra Mundial. El automóvil y la electricidad definieron la cuarta. En ambos casos la infraestructura apareció desde el principio (incluso desde antes).

¿Influye la geopolítica?

Otra explicación muy importante para la prolongación es el colapso de la Unión Soviética y la transformación de China, lo cual brindó, por primera vez en la historia, una enorme masa nueva de trabajadores de bajo costo y un mercado potencial gigantesco. Finalmente, dado que internet y las tecnologías digitales permitieron que las finanzas se hicieran globales, no se ha dado el reacoplamiento del capital financiero con el capital productivo que caracteriza las épocas doradas. Peor aún, además de constituir un casino, donde se hace dinero con dinero o con la propiedad inmobiliaria y no con la producción de nada útil, las finanzas se han hecho infinitamente móviles y ningún país puede regularlas ni penalizar sus conductas ilícitas, so pena de que se escapen a otro país (con frecuencia a un paraíso fiscal). Todas esas complicaciones sin precedentes hacen difícil saber con certeza en qué período estamos.

¿Cuándo llegará el momento de la “construcción creativa? ¿Cree que podrá venir, finalmente, una nueva época de prosperidad?

Yo soy optimista por una razón muy importante: con esta revolución es posible montar un juego suma-positiva entre los países desarrollados, emergentes y en desarrollo, entre el mundo de los negocios y la población de cada país y entre la humanidad y el planeta. Lo primero, porque los países avanzados necesitan mercados para bienes de capital, proyectos de ingeniería, alta tecnología, servicios digitales, educación, bienes de lujo, etc. Y eso sólo se lograría si muchos países empezaran a desarrollarse, probablemente produciendo los bienes de consumo (que ya sólo regresarían al norte con robótica), las materias primas y materiales procesados, los alimentos, etc. para los mercados propios y de exportación. Esa es la oportunidad actual para el Sur, pero requiere la decisión del Norte. Lo segundo, es decir, el montar un nuevo Estado del bienestar adecuado al siglo XXI en cada país, basado en direcciones rentables para las empresas y condiciones favorables para la población, es perfectamente posible aprovechando inteligentemente las nuevas tecnologías, tanto para la producción como para la conducción del gobierno. Y, por último, la necesidad y posibilidad de adoptar tecnologías y estilos de vida que permitan evitar daños irreversibles a la naturaleza se facilita por el carácter intangible de las tecnologías digitales. Ya tenemos música, cine y lectura sin soporte físico. El mundo de la innovación en esa dirección es inmenso. Entonces, la viabilidad existe; una época dorada global y sustentable es posible. Lo que falta es el consenso para montarla y los líderes capaces de concebirla. Allí es donde entra mi pesimismo.

Usted dice que el cambio hacia una economía sustentable y socialmente aceptable no puede ser solo por miedo y culpa, sino por atracción y deseo de nuevos estilos de vida. Una redefinición de lo que es la buena vida.

Es importante, para empezar, entender que, en cada revolución, es el nuevo estilo de vida el que genera la demanda que atrae los nuevos negocios y los empleos que reemplazan los que son destruidos por las nuevas tecnologías. La ‘buena vida’ se ha redefinido con cada revolución tecnológica y en cada época dorada, y cada vez se ha incorporado a disfrutarla una más amplia porción de la población. En el boom victoriano, se pasa de la buena vida aristocrática en grandes mansiones en zonas rurales a la vida urbana de los burgueses industriales con casas, muebles, cerámica, cortinas, cuadros, lámparas, sombreros, libros, etc. hechos por una capa de nivel medio que imitaba hasta cierto punto ese estilo de vida. En la Belle Époque se desarrolló un estilo cosmopolita, con mucha vida exterior: restaurantes, cafés, bares, hoteles, teatro, ópera, music halls y todo un mundo de información, periódicos, revistas, libros, eventos culturales, etc. además de los viajes por el mundo (fue la primera globalización) en tren o en vapores. En esa época se incorporaron a la buena vida nuevas capas intelectuales y los trabajadores calificados (acusados de ser una ‘aristocracia obrera’). El ‘estilo de vida americano’ que caracterizó la época dorada de la posguerra se centraba en la vivienda propia suburbana con un auto en la puerta y llena de aparatos eléctricos. Estos incluían la televisión, el radio y el tocadiscos, constituidos en el centro de distracción de la familia (dentro de la casa) y complementados por salidas en auto al centro comercial para hacer unas compras y tomarse una Coca-Cola y una hamburguesa. El modelo se difundió por el mundo y aún hoy constituye el sueño en los países que aspiran a una mejor vida, incluida China. Desafortunadamente, ese modelo es altamente desperdiciador, intensivo en energía y materiales y, claro, muy dañino para el ambiente.

¿Cómo sería ese estilo de vida mejor hoy y cómo define usted una buena vida?

Un estilo de vida digital y ‘verde’ sería mucho menos pasivo, más creativo y activo. El mundo digital abre, por supuesto, posibilidades de información, comunicación y entretenimiento en línea que son algo pasivos. Pero, a diferencia de la TV o radio, son interactivos y abren puertas a la creatividad, con la fotografía, los videos y los podcasts, así como a la creación de grupos de interés común en diversas áreas de la vida. La mayor información que tenemos sobre la salud abre un espacio de actividad y ejercicio, incluyendo andar en bicicleta, hacer yoga u otros ejercicios, caminar o correr. Igualmente, la alimentación puede ser mucho más sana precisamente porque ahora estamos mejor informados sobre la salud preventiva. La posibilidad de comer vegetales frescos y no enlatados o congelados, gracias a las tecnologías de cultivo hidropónico que pueden ser montadas dentro de las ciudades. Quizás nos acostumbremos también a comer carne de laboratorio (y no será la primera vez que algo que nos parecía terrible, como los tatuajes, por ejemplo, termine siendo la norma). El paso de la posesión al alquiler de bienes durables permitiría cambiar de modelo, tamaño, etc., contando con mantenimiento de aparatos con información electrónica, a ser desensamblados al final de una larga vida. La educación en todos los terrenos y mucho más variada y a la medida se convertiría en algo que combina las capacidades para el trabajo y los placeres creativos. Aunque te parezca que esta es vida para intelectuales, no es la primera vez que se difunde a lo largo y ancho de la sociedad un modo de vida que parecía exclusivo. Mientras los ricos y educados iban a la ópera, los trabajadores iban al music-hall y se volvieron locos con la emoción del cine. La historia muestra que los nuevos modos de vida surgen inicialmente en la parte superior de la escala de ingresos y, a medida que aumenta la demanda, bajan de precio y se hacen accesibles.

Chile está redefiniendo su pacto social a través de una nueva Constitución. Ha sido un periodo largo, tras un estallido social. ¿Cómo ha visto la situación de Chile, cambio dentro de cambio de época?

Estoy muy preocupada por Chile. Creo que los jóvenes han estado tratando de atravesar el abismo saltando. La población se ha ido hacia los extremos y se ha despoblado y debilitado el centro. Sin un rediseño socialdemócrata no habrá paz y sin paz no habrá progreso ni desarrollo. Creo que Boric entendió eso y tengo la esperanza de que lo dejen gobernar (tanto los suyos como los de la oposición). Y no es sólo Chile. Prácticamente toda América Latina se ha ido a los extremos y abandonado el centro. Ni qué decir de mi pobre país, Venezuela, gobernado por una cleptocracia incompetente y represiva que llevó la economía a un tercio de lo que fue, destruyendo lo que pudo haber sido un salto al desarrollo con el trillón de dólares que recibió Chávez hasta el 2010 y los más de dos millones de graduados universitarios que hemos dejado el país. Es una tragedia y no creo que se ha comprendido suficientemente a lo largo del continente. Pero esa es la característica de estos períodos. La reacción a la destrucción es el populismo.

Por último, ¿cuál es la lección más grande que ha aprendido en su destacada trayectoria profesional acerca de la historia, del cambio y la continuidad?

Siento decir que la lección más grande que he aprendido es que el capitalismo no sabe prevenir. Sólo hace los cambios necesarios cuando está al borde del abismo. Desgraciadamente, en cuanto concierne al medioambiente, eso no puede funcionar. La desigualdad se puede revertir, pero el cambio climático es irreversible.

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