Columna de Marcelo Contreras: Lollapalooza Chile día 1, un pasito para atrás (y con Billie Eilish como estrella)

Billie Eilish cerró triunfalmente esta primera noche de Lollapalooza, aunque de nuevo hubo problemas que detuvieron el espectáculo, para solicitar a la gente que diera varios pasos atrás. La artista estadounidense de 21 años, referente generacional, cautivó a una audiencia dominada por jóvenes mujeres identificadas con esta heroína algo gótica del pop.



Lil Nas X canta un fragmento de Something in the way de Nirvana mientras remata un número de baile magnífico. El artista afroamericano de 23 años, uno de los cabezas de cartel, es un divo del pop que se devora el escenario con un hip hop elástico y receptivo, con porciones de musical y videoclip en directo, todo de una. Viene de montar y contonearse sobre un gigantesco caballo blanco de utilería, interpretando su gran éxito Old town road, con cuyo video la rompió en el mundo de la música como un vaquero sexy y absolutamente gay.

Lil Nas X es una gran estrella absolutamente moderna con su currículo de personalidad de redes sociales primero, y luego figura musical. Como muchos de los solistas juveniles de hoy, no se preocupa mucho por disimular el uso de pistas. Su voz retumba mientras el micrófono está lejos.

En las primeras horas de la tarde pasó exactamente lo mismo con Pailita, también despreocupado hasta el descaro por ocultar el uso de pistas. El paroxismo llegó cuando invitó a Young Cister. Parecían hacer aspavientos de que no necesitaban cantar, sino sólo moverse sobre el escenario.

Pailita también invitó a Marcianeke. Por algunos pasajes, el astro urbano famoso tanto por su música y voz de lija, como por una notoria afición por las drogas duras, se robó el protagonismo cuando interpretaron el exitazo Dímelo ma y luego Farandulera.

Tras 45 minutos de show, el artista de Punta Arenas, que ha construido su carrera privilegiando los singles y las colaboraciones -aún no publica un álbum formal-, era todo sonrisas, bendiciones y agradecimientos.

Pailita sabe frasear, tiene la lengua rápida, y el público conoce de memoria la mayor parte de su lista de éxitos, desatando chillidos y karaokes multitudinarios gracias a una pluma motivada en la noche, la discoteca, y la alta valoración de las cualidades anatómicas femeninas, asuntos centrales en el urbano.

Dada la redundancia métrica y rítmica en su versión del género, el espectáculo se hizo algo chato hacia al final. El furor revivió con Ultra solo, el hit junto a Polimá Westcoast, el antepenúltimo corte antes de Na na na y Parcera.

La primera tarde de Lollapalooza arrancó algo tibia y no por la temperatura. Hasta antes de la caída del sol, el festival irradiaba una vibra de previa, un ensayo, un preámbulo.

Los ingresos lucían más fluidos que en el debut del parque Bicentenario en 2022, en tanto los escenarios centrales albergan menos público aglomerado. Sin embargo, con el correr de la tarde, hubo shows detenidos por asistentes apretujados en la reja, como pasó con el espectáculo del puertorriqueño Mora. Incluso antes del número de Billie Eilish, se pidió por altoparlantes que la asistencia retrocediera algunos pasos.

Como medida preventiva, no es descartable a futuro sectorizar accesos por orden de llegada, como se hace en otros festivales para evitar efectos dominó, avalanchas y tragedias.

Detalle fashion en retirada en este Lollapalooza: los atuendos florales que eran parte de la tradición femenina del festival, se han ido.

A las 17:45 apareció Modest Mouse, veteranos del indie estadounidense, con 30 años de carrera.

Después de todo este tiempo, la banda es más un compendio de clichés indies, desde el look hasta la estructura de sus composiciones, que una propuesta atractiva y madura, que saque partido de toda esa experiencia. Desaliñados, más bien estáticos, y ciegamente confiados en patrones ultra probados en el género -códigos repetitivos, un juego de guitarras sin mayor diálogo-, Modest Mouse ejemplifica los lugares comunes del rock indie y un flojo presente.

Sin ser descollantes, mucho más intenso, entretenido y moderno, el rock pop de los canadienses Mother Mother.

La energía revivió con Conan Gray y su pop fresco y edulcorado, profundamente optimista, con una facha algo retro, como un ídolo juvenil estadounidense para adolescentes en los 70. Conan, que además la rompe en redes sociales, pidió abrazos para todos los que habían ido con su mejor amigo. Un diez en ternura. La gente, feliz.

El show de Billie Eilish tuvo de dulce y agraz. Sin más necesidad que su presencia y carisma, rehuyendo las obviedades del bombón sexy, la estrella pop generacional de 21 años resultó cautivante desde el primer minuto con Bury a friend y Didn ‘t change my number, con su mezcla de estilos que van desde el urbano a lo gótico, un arco anímico que oscila entre las ganas de enfiestarse, hasta a convertirse en un ovillo cuando la pena es mucha.

Pero su show se vio empañado por quejas debido al bajo volumen, con cánticos dominados por voces femeninas, el grueso de la audiencia de Eilish, repitiendo ‘no se escucha’. El espectáculo también se detuvo por el problema recurrente de la jornada, pedir al público que retrocediera ante la presión ejercida en las primeras filas. Tarea pendiente.

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