Columna de Óscar Contardo: TVN al borde
Tal como ocurrió con el diario La Nación, que agonizó durante años antes de cerrar, TVN ha ido siendo desguazado de a poco, a vista y paciencia de quienes supuestamente defienden el valor y la necesidad de lo público.
Durante el primer semestre de 2024 TVN reportó pérdidas por más de 10.800 millones de pesos, un foso de ocho mil millones de pesos más profundo que el del período anterior. Frente a este hecho, Francisco Vidal, presidente del directorio del canal, declaró que el modelo chileno de televisión pública abierta ya “dejó de funcionar”, que es el momento para que el Estado intervenga, es decir, que disponga de dinero para destinarlo al canal, porque hasta ahora, y pese a lo que suelen repetir políticos de ultraderecha, TVN se sostiene gracias al avisaje privado, no a través de fondos públicos o de los impuestos de todos los chilenos.
El modelo de televisión pública en curso fue definido y adoptado en 1990, cuando el primer gobierno democrático tuvo que hacerse cargo de una estación de televisión que durante la dictadura funcionó como órgano de propaganda financiada por el Estado y que, en la práctica, estaba quebrada. Para sanar las cuentas las nuevas autoridades tuvieron que despedir una planilla ociosa contratada por el régimen y replantear la programación con más imaginación que recursos. Hubo, además, una remodelación institucional que balanceó el diseño político binominal, por un lado, y los requerimientos económicos del canal, por otro. Nacía un modelo de televisión pública único, surgido en circunstancias muy específicas, en un país que recuperaba la democracia en un contexto de enormes expectativas populares, por un lado, y múltiples amarres autoritarios, por el otro. Quienes se hicieron cargo del canal debían actuar con pies de plomo y buscar el beneplácito de una audiencia que crecía en capacidad de consumo: lo lograron. Durante la primera década de la democracia una marca teñida por la arbitrariedad, como lo era la marca “Canal 7″, dio paso a otra, más amable y cercana, representada por la sigla TVN y el eslogan “el canal de todos”. La principal competencia del momento estaba restringida a tres estaciones: dos universitarias y una privada. Actualmente, ninguno de esos canales -el 13, el 11 y el 9- es controlado por las mismas manos que a principios de la década de los 90.
Creo que todos los mayores de 45 años podríamos nombrar dos o tres programas emitidos por TVN que marcaron la cultura popular durante los primeros 25 años del retorno a la democracia: El mirador, Los Patiperros, el 24 Horas de Bernardo y Cecilia, las gitanas de Romané, el matinal que siguió la separación de los siameses y el que hizo de Felipe Camiroaga un icono inmortal. Momentos en que el canal público revelaba su misión, como El Informe Especial que difundió masivamente los abusos cometidos por Fernando Karadima, o el momento en que Mónica Rincón apareció en una madrugada de febrero informando sobre un intenso terremoto del que aún no se sabían mayores detalles.
TVN sostuvo una presencia, logró una conexión y aportó a la construcción de un “nosotros”. Esa conversación entre el canal público y los chilenos se detuvo en algún momento hace más de un lustro, y nunca más se retomó. Quienes estuvieron a cargo del canal -sus directorios- en algún punto no comprendieron que el desafío para enfrentar el futuro del medio público era algo más importante que cronometrar el número de segundos dedicados a cada sector político en el noticiero.
Nada es lo mismo para la televisión abierta después de más de tres décadas, no solo por la propiedad de los canales, sino por los cambios tecnológicos ocurridos que trastornaron el negocio: el dinero de los avisajes publicitarios, la fuente de ingreso de los medios de comunicación se licuó tras la masificación de la banda ancha de internet, de los smartphones y de las aplicaciones de redes sociales. El público cambió de costumbres; la publicidad, de escaparates. Los menores de 30 años apenas ven televisión abierta, crecieron en un mundo distinto y eso no va a cambiar. Nada es lo que era, sin embargo, el modelo de TVN continúa funcionando como si lo fuera.
Hoy, el imponente edificio de Bellavista, construido en la época en que el dinero llegaba a borbotones a TVN, funciona como la casona de una familia venida a menos que arrienda habitaciones para mantenerla. La presencia del canal en las redes sociales es paupérrima y la identidad de sus noticieros y sus reportajes se confunde con la línea editorial de sus competidores privados. ¿Qué diferencia marca entonces tener un canal público si los enfoques y las voces son exactamente iguales a los de las estaciones privadas?
El actual gobierno ha fallado en dos ámbitos en los que se suponía debería haber tenido un desempeño impecable: cultura y televisión pública. Las palabras de Francisco Vidal indican que TVN ya no puede mantenerse con el modelo creado en 1990, que necesita fondos del Estado, un dinero que muy difícilmente llegará. El problema es que para argumentar que algo es necesario, en este caso un canal público, cabría esperar que quien así lo estime lo demuestre con hechos: ¿De qué modo en la actualidad TVN marca una diferencia respecto del resto de los medios? No sé si la respuesta sea todo lo rotunda que se esperaría.
Tal como ocurrió con el diario La Nación, que agonizó durante años antes de cerrar, TVN ha ido siendo desguazado de a poco, a vista y paciencia de quienes supuestamente defienden el valor y la necesidad de lo público, los mismos que a la hora de la verdad no son capaces de asumir la tarea para la que fueron mandatados y hacen de su rol poco más que un acto de presencia protocolar, como el de los parientes lejanos que acuden a un funeral por compromiso y que actúan condolidos porque es lo que se debe hacer, aunque en realidad solo estén pensando en cumplir el trámite y decir un par de cosas que los hagan quedar bien a ellos para zafar rápido, porque finalmente de eso se trataba todo.