Columna de Rafael Rincón: Cinco ideas para hacer buenos ciudadanos (digitales)

Inteligencia artificial


Hace muchos años, en un colegio de una localidad mediana, una pandilla de habituales chicos malos quiso molestar a un par de jovencitas. Habían obtenido unas fotografías, de las de antes, de las que se conservaban en álbumes, y pensaron que sería divertido recortarlas y confeccionar montajes artesanales con las imágenes mal habidas y las de una revista para adultos. El resultado fue bastante feo en todo sentido. Lo fue por la manipulación vulgar e irrespetuosa, por la vergüenza y el mal rato ocasionados a las niñas, por la molestia de sus padres y por la deshonra de las familias de los victimarios, que muy apenadas no sabían dónde meter la cabeza por la intolerable acción de sus hijos devenidos en escolares problemáticos.

Pese a lo desagradable del suceso y al horrible comportamiento de los chicos, las cosas no pasaron a mayores ni salieron del colegio: merecidos regaños, suspensiones, castigos, disculpas y arrepentimiento. Al fin y al cabo, los culpables no pretendían embaucar a nadie, es decir, hacer creer que las imágenes, un burdo corta y pega de papel, eran reales. Querían burlarse, hacerse los graciosos, vengarse por algo o vaya usted a saber qué.

Hace poco, en un conocido colegio santiaguino, unos alumnos hicieron algo aún más grave: crearon imágenes de ciertas estudiantes, según reporta la prensa, manipuladas con inteligencia artificial (IA) para hacerlas ver desnudas. Usaron lo que se conoce como deepfake y pusieron a las víctimas en situaciones degradantes. El problema es que sí parecían reales, que para eso son los deepfakes, para que parezcan de verdad. Gracias al increíble avance tecnológico, los deepfakes son falsificaciones altamente sofisticadas, ya no sólo de fotos, sino también de videos y de audio. Se pueden usar con benignos fines publicitarios, de entretenimiento y humorísticos o con propósitos maliciosos. El material trucado circuló como circulan las cosas hoy y las muchachas, se dice, hasta habrían sido acosadas en línea por desconocidos con toda clase de insinuaciones y ofertas inapropiadas.

Las dos situaciones tienen en común una conducta inaceptable, obscena, y una falta de principios, valores y decencia evidentes. Pero las consecuencias fueron muy diferentes. Siempre han existido la mentira, la manipulación, el bullying y el acoso, pero no los potentísimos medios disponibles hoy para llevarlos a cabo, ya no pegando imágenes en los baños o paredes de una escuela, o pasándolas de mano en mano, sino dejándolas a la buena ―o mala― de internet. Y es que hoy podemos crear cualquier tipo de contenido de manera fácil, a muy bajo costo y con una calidad impresionante, para luego regarlo en segundos por todo el planeta y hacer que millones de personas, voluntaria o involuntariamente, participen como vehículos y/o consumidores.

¿Se resuelve esto con implacable legislación, buena educación digital y duras sanciones? Sí y no. Sí son ámbitos de acción imprescindibles, pero no son suficientes. Menos aún se enfrenta cerrándole las puertas a la tecnología o con medidas escolares y familiares excesivamente restrictivas, como bien advierten en este mismo medio Catalina Araya, Directora de Educación de Fundación País Digital, Cyntia Soto, Gerenta de Sostenibilidad de ClaroVTR, y Martín Cáceres, Director de Innovación del Ministerio de Educación. Sería imposible una prohibición absoluta, se perderían oportunidades en la educación, las cosas pasarían a escondidas y podríamos descuidar lo más importante: las buenas prácticas.

Hoy, para tratar esto, se habla de la ciudadanía digital, pero para ser un buen ciudadano digital, hay que ser primero un buen ciudadano en general, no sólo online sino también offline. Esto amerita, en casa y escuela, un trabajo tremendo. Si tuviera que proponer unas pocas ideas que no pueden faltar en esta imperativa labor educativa, aquí van cinco:

  1. Conciencia de nuestro poder: Del que tenemos con la tecnología de hoy, del que cualquiera de nosotros tiene con un smartphone, un par de aplicaciones, internet y suficiente voluntad. Poder para hacer mucho bien o mucho mal, para aprender o impulsar una buena causa o para robar, engañar y dañar. Ya las consecuencias no quedan en un radio relativamente pequeño, fáciles de contener, sino que se escapan de las manos en un santiamén. Sin conciencia de este poder tecnológico ―y del que no tenemos para controlarlo cuando se desata― no dimensionamos la magnitud de sus efectos.
  2. Naturaleza y propósito de la tecnología: La tecnología y su uso son expresiones de lo que somos y amplifican lo que somos. Revelan nuestros sueños, creencias, valores y necesidades. Nos acompañan desde el fuego, el arado o la lanza hasta la energía nuclear y la IA. Ya no sólo nos ayudan a superar nuestras limitaciones físicas, sino también algunas cognitivas. La tecnología es humana, producto de nuestro ingenio y de nuestra creatividad. Sin ser buena o mala per se, sí obedecerá a nuestros deseos, por lo que es decisivo cómo nos relacionamos con ella y cómo la empleamos. Su propósito ideal es resolver problemas, no crearlos. Y amplificar lo mejor de nosotros, no lo peor.
  3. Sentido de la realidad y prudencia en la virtualidad: Los mundos real y virtual son distintos y hay que saber dónde se está, pero a veces nos perdemos mientras las consecuencias burlan las fronteras con pasmosa agilidad en estos tiempos de internet, IA, realidad aumentada, realidad virtual, etcétera. Perder jugando a las carreras de autos o tener una relación virtual puede parecer inofensivo, a menos que haya apostado demasiado dinero, que me haga adicto o que mi privacidad sea invadida y expuesta. Manipular digitalmente algo no lo hace realidad, pero sí puede influir en la realidad y causar estragos. Revelar demasiada información personal también. Las repercusiones de lo que ocurre en el mundo virtual o de lo que sale de él pueden ser catastróficas.
  4. Sentido de responsabilidad: Entiendo que fue Stan Lee con Spiderman quien popularizó el viejo adagio «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Pues eso, nuestro «superpoder» tecnológico nos impone «superresponsabilidades». Cada acción tiene un gran potencial de impacto. Pensar las cosas antes de hacerlas es vital, ya no dos veces sino tres y más. No es que hoy sea más importante ser responsable, pues siempre ha sido fundamental. Es que hoy nuestros actos, cuando sus efectos viajan en la red y con sus ondas expansivas, demandan más reflexión, cautela y disposición para afrontar las consecuencias.
  5. Claridad ética y moral: El juicio es, entre otras cosas, la capacidad de distinguir el bien del mal, que sí existen. Aquí no caben los relativismos. Esto puede llegar a ser mucho más poderoso que la empatía; no hay que ponerse en los zapatos de las jóvenes acosadas ni «sentir» lo que experimentan ―de hecho, no podemos―, o pensar si nos gustaría que nos hicieran lo mismo, para saber que faltarles el respeto y perjudicarlas está muy mal. Aquí cobra fuerza el sentido del deber: me comporto bien y hago el bien porque es mi deber. Uso responsablemente la tecnología porque es lo correcto.

Como ven, ninguna de estas ideas necesita una app, IA o dispositivos ultramodernos. Todos podemos promoverlas y enseñarlas, para empezar, con el ejemplo. No son de la era digital; son en esencia principios de siempre ―de toda la vida y para siempre―, que en la esfera digital nos ayudarán y ahorrarán más de un dolor de cabeza junto a la legislación, la educación en materias digitales, las competencias técnicas, etcétera. Por eso me pareció tan acertado cuando hace poco Catalina Araya, arriba citada, me corrigió al decirme que no había que hablar de «habilidades digitales» sino de «habilidades para el mundo digital», muchas de las cuales son, por cierto, muy antiguas y no sólo técnicas. Pues algo de esto vale para ser buenos «ciudadanos digitales»: ser buenos ciudadanos a secas, no sólo más hábiles y competentes sino mejores, buenas personas online y offline para que con el inmenso y creciente poder de la tecnología hagamos un mundo mucho más próspero y amable.

Por Rafael Rincón-Urdaneta Z., líder de los Objetivos de Desarrollo Digital, Foro de Líderes de los Objetivos de Desarrollo Digital, Fundación País Digital.

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