Vértigo de las listas

“9 Thermidor” de Raymond Monvoisin, Museo Nacional de Bellas Artes


Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

En su extraordinario libro El vértigo de las listas (2009) -que además de sumo inteligente es una maravilla de erudición al servicio del entendimiento-, Umberto Eco ilustra cómo desde Homero a Borges se ha intentado abarcar un universo que se aparece, ya sea como finito o infinito. De ser lo primero, su representación llega a tener forma cerrada como en el escudo de Aquiles en la Ilíada. En cambio, si se quiere representar lo que se supone no es sino un interminable etcétera, suele recurrirse a listas. Las que pueden haber muy diversas: incompletas (los nombres de los ángeles en el cielo ignorándose su número); ritualistas (tipo letanías y relicarios); pictóricas vía acumulación (El Bosco); recurrentes, al igual que en cánones, o dándose a entender mediante ritmos obsesivos (Ravel); enciclopédicas y en colecciones (las Wunderkammern); también, a menudo, caóticas o incongruentes como en la lista de animales que Borges cita de una enciclopedia china: “pertenecientes al emperador, embalsamados, amaestrados… fabulosos, perros sueltos, incluidos en esta clasificación, que se agitan como locos, innumerables, dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, etcétera, que acaban de romper el jarrón, que de lejos parecen moscas”.

Eco, que hace honor a su nombre -le gusta antologizar- acierta al destacar, entre las caóticas que causan vértigo, el listado de miembros de la Convención que figuran en Quatrevingt-Treize, la novela de Víctor Hugo sobre el Terror jacobino. Una pila de personajes, que procede a caracterizar, cuál de todos más espantoso: “Guadet, al que una noche, en las Tullerías, enseñara la reina al delfín dormido; Guadet dio un beso a la cabeza del niño e hizo cortar la del padre… Fouché, alma de demonio, cara de cadáver… Bentabolle, quien, cuando presidía, daba a las tribunas la señal de los aplausos y de los abucheos… Rouyer, que se opuso a que se disparasen salvas cuando fue decapitado el rey, diciendo: ‘La cabeza de un rey no debe hacer más ruido al caer que la de otro ciudadano’… Legendre, el carnicero… ‘¡Ven acá, que te acogote!’, le gritaba a Lanjuinas, [quien] contestaba: ‘Primero, haz decretar que soy un buey’… Sieyès, hombre profundo que se había vuelto hueco… no era servidor de la Revolución sino su cortesano…; los que querían vivir estaban con Sieyès…; preferían la Gironda y se inclinaban por la Montaña; el desenlace dependía de ellos; se inclinaban del lado de la mayoría; entregaban a Luis XVI a Vergniaud, Vergniaud a Danton, Danton a Robespierre, Robespierre a… Apoyaban todo hasta el día en que derribaban todo”.

En estos días en que una lista, que se preciaba de ser nada menos que “del Pueblo”, se disipa y sale de escena, habría que tener en cuenta que Víctor Hugo se refería a toda la asamblea, no a una fracción. Falta aún que caiga el telón.

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