El éxodo de fábricas está vaciando el corazón industrial de Brasil

Una antigua fábrica de Ford en São Bernardo do Campo. Foto: Maira Erlich/ The Wall Street Journal

Más de una docena de grandes empresas, desde Ford a Sony, han cerrado recientemente sus puertas en la mayor economía de América Latina. Aunque fabrican productos muy diversos, todas adujeron en gran medida las mismas razones: altos costos y bajos beneficios.


SÃO BERNARDO DO CAMPO, Brasil- Durante medio siglo, una inmensa fábrica de automóviles Ford se erigió aquí, en el corazón industrial de Brasil, como símbolo de la fuerza manufacturera del país. Pronto albergará pollos congelados y lavadoras importadas.

Después de que el fabricante de automóviles estadounidense cerrara la producción aquí en 2019 y cerrara el resto de sus plantas de Brasil dos años más tarde, una empresa de logística se trasladó para construir almacenes para minoristas y supermercados locales. La salida de Ford de Brasil fue el ejemplo reciente más llamativo de una tendencia económica que está sacudiendo al país más grande de América Latina: la industria se está marchitando junto con los empleos bien pagados que el país necesita.

La industria manufacturera, que llegó a representar el 36% del Producto Interno Bruto (PIB) de Brasil en 1985, cayó a sólo el 13% en 2022, el peor ejemplo de “desindustrialización prematura” del mundo, según una reciente clasificación de los 30 países que representan el 90% de la industria manufacturera mundial realizada por el Instituto de Estudios para el Desarrollo Industrial (IEDI), con sede en Sao Paulo.

Ello ha supuesto un difícil reto para el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que empezó como obrero metalúrgico aquí, en São Bernardo do Campo, antes de hacerse famoso liderando un potente movimiento sindical. Como Presidente, se ha comprometido a reducir drásticamente la pobreza, una tarea casi imposible, según los economistas, sin un mayor crecimiento económico y la recuperación de la base industrial del país.

Da Silva anunció el 25 de mayo un paquete de exenciones fiscales para impulsar la producción de automóviles, en uno de los primeros grandes intentos de su gobierno por resucitar la moribunda economía brasileña, que según las previsiones sólo crecerá un 1% este año. El izquierdista se ha comprometido a hacer de la reactivación de la industria brasileña uno de los principales objetivos de su gobierno, nombrando al vicepresidente Geraldo Alckmin, favorable al mercado, ministro de Industria, Desarrollo y Comercio.

Mateus Alves, estudiante universitario de 18 años, ha vivido en primera persona el declive industrial de Brasil. Su padre trabajaba en la fábrica de este lugar, pero fue despedido cuando Ford se marchó. Alves aceptó entonces un trabajo a tiempo parcial como jardinero en el emplazamiento para ayudar a su familia a llegar a fin de mes, limpiando la maleza que se había apoderado de los edificios abandonados.

“Lo mejor que puedo hacer es irme de Brasil”, comentó Alves, estudiante de informática, que afirma que su sueño es trabajar en Estados Unidos.

Ford, que cerró su planta de automóviles en São Bernardo do Campo en 2019, se encuentra entre las miles de empresas que han cerrado en Brasil en los últimos años. Foto: Maira Erlich/ The Wall Street Journal

Miles de empresas han cerrado en Brasil en los últimos años, entre ellas algunos de los mayores fabricantes del mundo. Además de Ford, los fabricantes de automóviles Audi y Mercedes, Sony, LG, las farmacéuticas Roche y Eli Lilly, las cementeras LafargeHolcim y CRH, y la cervecera japonesa Kirin han suspendido o cerrado algunas o todas sus operaciones en Brasil en los años recientes. Aunque fabrican productos muy diversos, todas adujeron en gran medida las mismas razones: altos costos y bajos beneficios.

Muchos países desarrollados también han visto menguar la fabricación en las últimas décadas, pero sus economías han seguido yendo bien. El Reino Unido, Australia y Canadá han registrado pérdidas de empleo especialmente importantes en la industria en las últimas décadas, en gran medida porque la productividad ha aumentado al automatizarse y hacerse más eficientes las fábricas. Con unos ingresos ya cómodamente elevados, muchos de los países más ricos se han convertido en economías basadas en los servicios, con industrias financieras y tecnológicas en auge.

Nada de esto puede decirse de Brasil. Se está transformando rápidamente en una economía basada en los servicios, mientras que los ingresos siguen siendo bajos, tan bajos que millones de personas son demasiado pobres para consumir servicios, dicen los economistas.

La productividad sigue siendo similar a los niveles de 1985, y las importaciones de bienes industrializados han sustituido gradualmente a los productos nacionales a medida que las exportaciones industriales han ido cayendo, según un estudio de Claudio Considera, antiguo funcionario del Ministerio de Hacienda de Brasil.

“La industria manufacturera está al borde de la extinción”, sostuvo Considera, añadiendo que las medidas proteccionistas del gobierno para impulsar la industria local han tenido el efecto contrario, eliminando los incentivos para que las fábricas del país sean más competitivas.

De los 30 países clasificados por el IEDI, sólo 10 vieron disminuir la contribución de la industria manufacturera al crecimiento económico entre 1970 y 2017 a precios constantes. De esos 10, sólo cuatro experimentaron descensos cuando el PIB per cápita aún no había superado los US$ 20.000, lo que el estudio define como desindustrialización prematura. Y entre esos cuatro países -Brasil, Rusia, Argentina y Filipinas-, Brasil sufrió el descenso más notorio. Mientras tanto, otros países en desarrollo como India y muchas otras naciones asiáticas siguen industrializándose.

Arreglar el problema no será fácil, señaló Tony Volpon, economista y exdirector del Banco Central de Brasil. La desindustrialización es la consecuencia de todos los grandes problemas de Brasil, dijo, citando los tipos de interés perennemente altos, los bajos niveles de educación, la ineficacia del gobierno, el excesivo gasto público, las deficientes infraestructuras y los elevados costos laborales.

“El tipo de cambios políticos que habría que hacer para que Brasil fuera industrialmente competitivo a escala mundial es tan alucinante que resulta muy difícil de imaginar”, afirmó Volpon. “Hemos hecho algunos avances, pero otros países avanzan mucho más rápido con la robótica y ahora con la inteligencia artificial”, agregó.

La pandemia empeoró las cosas, explicó Rafael Cagnin, economista del IEDI, con cierres de fábricas que obstaculizaron la producción local. Las rupturas de la cadena de suministro animaron a más empresas estadounidenses a transferir parte de su producción a mercados más cercanos, pero en América Latina eso sólo benefició en gran medida a México.

Un edificio abandonado en la zona industrial de São Bernardo do Campo. Foto: Maira Erlich/ The Wall Street Journal

El declive industrial de Brasil es una noticia especialmente mala para el desempleo, que con un 9% es superior a la media de América Latina, indicó Cagnin. La producción industrial, como multiplicador del crecimiento, genera demanda y empleo a lo largo de toda la cadena de suministro, a diferencia de la agricultura, que ha apuntalado cada vez más la economía brasileña en los últimos años.

“Cultivas algo, lo pones en un camión... lo exportas y ya está. Su capacidad de generar empleo termina ahí”, aseguró Cagnin.

Lo que Brasil exporta en materias primas, suele importarlo de vuelta como producto acabado. El año pasado exportó casi US$ 30.000 millones de mineral de hierro, en su mayor parte a China, sólo para volver a comprar unos US$ 3.000 millones en forma de acero. Envió US$ 43.000 millones en crudo, pero compró gasolina a Estados Unidos por falta de refinerías.

En los años 80, el país producía alrededor del 50% de los ingredientes farmacéuticos que necesitaba, pero ahora sólo fabrica el 5%, según la Asociación Brasileña de la Industria de Ingredientes Farmacéuticos.

Como muchos de los líderes empresariales de Brasil, Rinaldo Mancin, director de la Asociación Brasileña de Minería, culpa al bizantino sistema fiscal del país, afirmando que los departamentos fiscales de las operaciones brasileñas de las empresas suelen ser los más grandes del mundo. “Es imposible competir así”, afirmó.

Aunque el gobierno ha propuesto cambios en el sistema fiscal del país, los economistas señalan que no es posible reducir la presión fiscal debido al fuerte gasto público, gran parte del cual está bloqueado en gastos obligatorios en pensiones y salarios del sector público.

En el centro del declive industrial de Brasil se encuentra la industria automovilística, que representa aproximadamente una quinta parte de la producción manufacturera del país.

Como parte de las medidas del mes pasado, da Silva recortó una serie de impuestos para la compra de autos de US$ 24.000 o menos. “Estamos perdiendo la carrera”, escribieron da Silva y Alckmin en una declaración conjunta. Citaron los esfuerzos de otros países para desarrollar nuevos programas de industrialización, diciendo que Brasil necesitaba estar preparado para “este nuevo momento de la globalización, en el que incluso los países liberales están invirtiendo en contenido nacional”.

Orlando Morando, alcalde de São Bernardo do Campo, acogió con satisfacción los esfuerzos por impulsar la industria automovilística.

“Hace una década que Brasil no tiene ningún tipo de política de reindustrialización”, comentó Morando. “Hoy nuestra batalla es si el PIB crecerá un 1% o un 2%”. El declive industrial y la pérdida de puestos de trabajo han ejercido presión sobre los servicios públicos, ya que un mayor número de residentes ha recurrido a los hospitales públicos tras perder el seguro de asistencia sanitaria”, dijo.

Aquí, en São Bernardo do Campo, los trabajadores de la antigua planta de Ford se muestran esperanzados con los nuevos planes de la administración, una vuelta al pasado que, dicen, era mejor que el presente.

“Tenía 20 años cuando empecé a trabajar aquí, no tenía nada, básicamente sólo la ropa que llevaba puesta”, contó Edmilson Santana, de 48 años, antiguo trabajador de mantenimiento de la planta de Ford, que ahora trabaja como guardia de seguridad para los nuevos propietarios de la planta. “Las fábricas cambiaron nuestras vidas para mejor”, añadió.

Edmilson Santana, antiguo trabajador de mantenimiento de la planta de Ford, se encarga ahora de la seguridad mientras el solar permanece vacío. Foto: Maira Erlich/ The Wall Street Journal

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