Los coach vivimos bajo el supuesto de que las creencias y los valores configuran nuestra identidad, es decir, el ¿quién soy? Metafóricamente, nuestras creencias y valores -sobre el mundo, los otros y sobre nosotros mismos-, son las capitales de nuestro mapa mental y nos permiten orientarnos en tiempos de cambio e incertidumbre. Son, siguiendo con las analogías, los ladrillos con los que construimos nuestra propia realidad y es precisamente por esta razón que cuesta tanto cambiarlas, pues cuestionar, modificar o sacar uno de estos ladrillos, nos hace temer que se nos venga abajo nuestro edificio mental. ¡Yenga!

¿Por qué tanto? Desde la perspectiva del coaching las creencias y valores no son solo ideas ingeniosas o discursos de moda, pues su componente fuertemente emocional nos hace vivirlas como certezas y verdades incuestionables que cohesionan nuestra estructura interna. Si no me creen, cuestiónele a un amante del fútbol la importancia de un mundial, a un doctor su diagnóstico, a un católico, apostólico y romano los sacramentos o a un periodista la necesidad de estar bien informado.

La paradoja es que la rigidez de algunas de estas creencias y valores puede producir óptimos resultados en la vida personal y laboral y es por ello que Manfred Kets de Vries y Danny Miller exploraron en los años ochenta distintos y exitosos estilos de liderazgo en búsqueda de la fantasía predominante.

Así como en columnas anteriores exploramos el mindset de los narcisos, ahora nos sumergiremos en los pantanos mentales de aquellas personas a las que coloquialmente llamamos “perseguidas” o “desconfiadas”. Líderes que al igual que los narcisos están muy bien preparados para la vida organizacional y la guerra. ¿Preparados? ¿Seguros? Vamos.

Los comportamientos básicos del estilo paranoide son el recelo, la desconfianza, la hipersensibilidad, la hipervigilancia y la búsqueda constante de motivos escondidos y significados ocultos. ¿Qué quisiste decir con eso último? ¿Estás hablando de mí? Primera advertencia: cuida tus gestos, silencios y palabras, pues los líderes paranoicos gozan de una atención intensa y, en buen chileno, no se les va una.

Por fuera pueden ser fríos y caracterizarse por su racionalidad extrema. Por dentro, la principal creencia que sostiene su edificio mental es que “no puedo fiarme de nada ni de nadie”. Esta convicción convierte al mundo en una amenaza y dificulta -y a veces imposibilita- confiar no solo en los demás, sino en las propias capacidades.

Este virus mental puede distorsionar la realidad a tal punto que se hace muy doloroso desarrollar sanas relaciones pues como estos sujetos están imposibilitados de confiar en nadie, están siempre observando, detectando y previendo oportunidades y amenazas tanto en su vida personal como laboral. ¿Hagamos un FODA de esta columna?

Dado este panorama, no es de extrañar que este estilo cause atmósferas de incomodidad y desencanto en sistemas familiares, sociales y laborales. Es cierto, ahogan, pero no hay que desconocer que estos mapas paranoicos son altamente funcionales. Basta ver series como Homeland, House of Cards, Ozark o Juego de Tronos para comprender que las personas “mal pensadas” pueden salvar un país, proteger una familia, rescatar un negocio, ganar elecciones o preservar un imperio, pues estos protagonistas dedican tiempo y energía al análisis de las amenazas y los peligros.

Ahora, si tienes un jefe, jefa o una pareja paranoica, sabrás que estos sujetos nunca quedan contentos a la primera, pues siempre están evaluando complejos escenarios, previendo la falla, lo que falta… algo que puede ser extremadamente desalentador para personas entusiastas, con iniciativa y creatividad, pero muy funcional para negocios que requieren alta acuciosidad o para familias que necesitan cuidarse de su entorno.

En sus relaciones personales y profesionales tienden a poner a prueba a los demás antes de confiar. Al ser altamente analíticos y racionales, se relacionan dando escaso margen de acción, pues no confían en que nadie vaya a hacer mejor las cosas que ellos. Por eso les cuesta delegar hasta las tareas más sencillas. Todavía no te has ganado su confianza. Y tal vez, después de que finalmente confíe en ti una tarea, descubrirás que le dio la misma a varias personas más… para ver quien la hacía mejor.

Lamentablemente las crisis familiares, las rivalidades políticas y/o comerciales propician, desarrollan y sostienen estas creencias que giran en torno a la desconfianza y pueden hacer de estos líderes verdaderos linces o monstruos. Basta una mala experiencia para que las antenas de estos sujetos se activen y no descansen hasta encontrar al responsable, al culpable o al enemigo. Una vez detectado, prepárate para recibir sus próximos ataques.

En su círculo más íntimo es altamente probable que reine la desesperanza sobre el cambio, pues las palabras de buena crianza, las invitaciones a soltarse o a confiar en el amor incondicional no surten ningún efecto en los líderes paranoicos, pues ellos necesitan data y hechos concretos que contrarresten todas las evidencias que han recogido en contra del mundo.

Aunque te frustres, su programación está diseñada para no dar nada por sentado y es por eso que, paradojalmente, gozan cuando la realidad nuevamente los decepciona. A modo de muestra médica, léanse en voz alta, con cara seria y una sonrisa interior las siguientes frases: “Siempre lo supe. Nunca dudé que tenía la razón. Te lo dije, no iba a llegar. Yo sabía que no iba a funcionar. Era obvio que era un engaño. El problema es tu ingenuidad”. ¿Cómo se sintieron?

Para graficar este estilo, les presento a Ricardo, gerente de una institución financiera. Por razones de confidencialidad se han cambiado nombres y datos biográficos.

Hola Sebastián. La verdad es que si bien nuestra primera sesión fue muy agradable, me hace ruido que sean diez sesiones. Me pareció excesivo y por eso fui a conversar a Recursos Humanos para entender por qué me habían elegido para este programa, pues tú, mejor que nadie, sabe que debajo de estas iniciativas se disfrazan muchas cosas. Yo no me compro este discurso de potenciar liderazgos y pregunté quien más estaba en el programa. Entiendo que tu no me dijeras que otros gerentes te habían sido asignados, pero me parece raro que este banco, que se llena la boca con la transparencia, oculte este tipo de información. Sé que estamos recién empezando, pero por muy profesional que tu seas, ¿qué va a pasar con nuestras conversaciones? Sé que son confidenciales, pero al final tienes que entregar un informe del proceso. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Quién lo lee? ¿Qué decisiones van a tomar con él? En fin, le hice todas estas preguntas a Juan José, el gerente de Personas y el personaje tartamudeaba. Sebastián, no es contra ti, pero estoy cansado de estos estudios de clima, de liderazgo, de engagement y de todas estas evaluaciones tipo salmón que son puro jurel.

¿Y qué crees que están evaluando?

Mira, mi señora es Head Hunter y le hice todas estas preguntas. En el fondo, debajo de estas iniciativas bien intencionadas recopilan información para ver a quien le cortan la cabeza.

¿Eso te dijo tu señora?

No, no me dijo eso, es lo que no me dijo lo importante, pues no fue capaz de refutar tajantemente mis sospechas. Tampoco pudo Juan José…

¿Y tampoco pude yo?

No dudo de tu sinceridad y de tu profesionalismo. Vi tu perfil en Linkedin y revisé la página de la consultora donde te asocias y tengo claro que, en algún minuto, ésta tiene conversaciones con el banco en que tú no estás presente. Igual me encantaron las preguntas que me hiciste la semana pasada. Las anoté. ¿Qué pasaría si pudieras confiar en tu equipo, en tu jefe, en tus pares? ¿Siempre siempre siempre te quieren perjudicar? ¿Nunca, nunca, nunca ha habido alguien digno de delegar? Aunque al principio me parecieron preguntas huevonas, hice la tarea y me voy a arriesgar a ser sincero.

¿Me estás poniendo a prueba?

No… Bueno… tu eres psicólogo… supongo que sabes que sí. Y aunque suene políticamente incorrecto, no confío en nadie de acá. Tampoco tengo la certeza de que siempre me quieran perjudicar, pero te puedo dar muchos ejemplos en los que lo intentaron. Y cada vez que he delegado he terminado trabajando el doble, pues aquí nadie entiende los estándares que hay que tener para que este negocio funcione. No hay margen ni tiempo para errores. Menos ahora.

¿Y cuándo descansas?

Sinceramente, nunca. Y lo que más me estresa es que mi señora viene desde septiembre hinchándome por las vacaciones. Es difícil desconectarse, esto es 24x7, me apasiona y ella quiere que vayamos a un lugar donde yo no pueda seguir trabajando. Sabe que en la playa me aburro, sobretodo, de su familia y sus amigas. Y eso me motiva a irme a trabajar. Y dice que tengo que hacerlo por los niños, pero tengo claro que es por ella, porque le cuesta hacerse cargo de la logística y necesita que yo esté. En la oficina ella es súper ejecutiva, pero en la casa es un despelote. Yo veo todo lo de la casa. Todo. Y ella, es cierto, se encarga de acompañar y entretener a los niños, pues yo nunca he sido ni seré de esas personas que juegan con los hijos. Suena mal, pero me aburre. Le he ofrecido organizar las vacaciones, dejar todo pagado y quedarme en Santiago. Pero nada, insiste en que vaya desde el día uno hasta el final, pues sabe que si no parto con ellos es probable que nunca vaya.

¿Te estresan las vacaciones?

Me resulta fácil organizarlas. Me anticipo a todo, pero me carga estar en ellas y sentirme obligado a pasarlo bien, me carga ese discurso fácil de que la vida es ahora y hay que disfrutar. Más que estresarme, no lo paso bien cuando no estoy con la adrenalina a mil. Me desesperan las conversaciones weonas, me producen desconfianza, pues todos intentan mostrarse de lo más relajados, todos quieren vivir en el sur, en la playa. Todo ese discurso buena onda es ridículo. Si tanto lo quieren… ¿por qué no lo hacen? Y claro, detrás de esas sonrisas, esos pareos y esos sombreros de paja que sacan para pasearse, hay puras mentiras. Desconfío de la gente sonriente, pues como decía mi abuelo, estoy preparado para el león, pero no para la laucha. Tú sabes cuando viene uno y nunca sabes cuando aparece el otro. Y eso, a mí, me estresa. Y en el verano, debajo de esos sombreros weones y esos traguitos en la mano, todos los maricones sonrientes me parecen lauchas.

Continuará…

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