Confesiones de un profesor: “No soporto a los Millennials, lo mío es criticar y, si debo, destruir”

Estoy muerto, me matan, no comprenden absolutamente nada de lo que digo (Jacques Lacan).


Tal como me han comentado lectores por redes sociales, el narcisismo no es exclusivo de líderes Millennials, ni de una industria en particular, razón por la que en esta oportunidad saldremos de las oficinas corporativas para entrar al claustro universitario de la mano del boomer Ken Wilber -autor que sufrió en carne propia el narcisismo del mundo académico- y de Eduardo, un académico local al que me tocó coachear y que sufría... de sí mismo.

Partamos con Wilber:

Durante el período de diez años que pasé sin escribir ocurrió un hecho al que no le presté la atención debida y es que el mundo académico, en general, y los estudios culturales, en particular, se vieron invadidos por el postmodernismo radical y por el meme verde, hasta el punto de que las universidades se hallaban tan infectadas de postmodernismo que el único discurso aceptable era el de lo políticamente correcto”.

Para este ícono New Age, fue extraño ser severamente criticado por académicos y psicólogos transpersonales -que antes lo habían apoyado, seguido o acompañado-, por no ajustarse a los dogmas imperantes y a cuestionar lo políticamente correcto. Y es que, aun siendo consciente de los prejuicios imperantes, no calculó la fuerza del narcisismo del meme verde. ¿Qué es eso?

Los memes son etapas evolutivas en el modelo de Spiral Dynamics de Clare Graves, etapas que marcan el camino -en espiral- del desarrollo de nuestra consciencia. En este modelo, el meme verde vendría a ser la sexta etapa, esa que de acuerdo a este autor, es la responsable de los cambios y revoluciones de su generación. ¡Es una etapa de expansión de la consciencia y de integración de las diversidades y minorías!

En este estado de conciencia se desarrolla el yo sensible, un yo que busca relacionarse con otros seres humanos a través de comunidades de valor basadas en sentimientos compartidos. Acá crece la conciencia del otro, la sensibilidad ecológica, se acogen a los históricamente excluidos y se refuerzan valores igualitarios, multiculturales y antijerárquicos que aspiran a liberarnos de la codicia, el dogma y la división. La mala noticia es que muchas veces, detrás del optimismo de estas banderas libertarias, se esconde un fuerte narcisismo.

Para Wilber esta era la actitud dominante en el mundo académico y se pregunta ¿Por qué mi generación quedó atrapada en el meme verde, en el relativismo pluralista, en el igualitarismo extremo, en la oposición a cualquier jerarquía, en el postmodernismo deconstructivo y en el pluralismo fragmentador?

En su libro Una Teoría de Todo postula que “el intenso subjetivismo del meme verde fue un imán y un refugio para el narcisismo” y la vida académica un oasis para aquellos o aquellas que no calzaron en el mainstream. Ajenos a la áspera competitividad del mundo de los negocios o a la corrupción de la realpolitik, los boomers rebeldes se quedaron en las aulas para seguir luchando contra el sistema.

Para este boomer -nacido en 1949 en Estados Unidos- “una de las causas del narcisismo, pues, se asienta sencillamente en el fracaso del proceso de crecimiento y evolución (…) con la consiguiente dificultad en adaptarse a las reglas y roles de la sociedad. Para Wilber la frase que refleja la superficialidad narcisista de su generación es que “a mí nadie me dice lo que tengo que hacer”.

Para graficar este narcisismo en la cultura académica, les presento a Eduardo, un postdoctorado que, en medio de la pandemia, me contacta vía zoom porque le toca ser el moderador de un seminario y no sabe cómo hacerlo. Para resguardar la identidad de mi cliente, se han cambiado nombres y datos biográficos.

Hola Sebastián. Es bien sencillo mi problema, pero no sé si sabes cómo funcionan estos seminarios.

No… no lo sé…

Mira, la cosa es así. El candidato a doctor defiende su tesis delante de un grupo de doctores. Uno escucha por unos 30 o 40 minutos a la víctima, pero en realidad no lo estás escuchando, sino tomando notas para destruir su tesis. Después se abre un espacio para el diálogo. Ahí todos fingen estar gratamente sorprendidos por la tesis. Esto dura poco, generalmente hasta que el primer doctor lanza la primera crítica. Los demás seguimos tomando notas, pero ahora para destrozar los argumentos de los otros doctores. Así, el siguiente doctor no solo criticará la tesis del candidato, sino que hará pebre al anterior crítico. Y así sucesivamente, hasta hacernos mierda entre todos y después darnos cordialmente la mano y terminar, si la pandemia lo permite, con nuestras acideces en un bar. Esto lo manejo al dedillo, pero el problema es que desde que volví de España con mi postdoctorado, me toca ser moderador y eso no es para mí.

¿Qué hace un moderador?

Se supone que hace observaciones descriptivas de la tesis y después va tomando los comentarios de los demás examinadores para condensar favorablemente la discusión en una síntesis. La idea es que amortigüe las críticas y temple el tono de la conversación, lo que, a mí, sinceramente, me parece una idiotez. Antes que me tocara ponerme el sombrero de pelotudo, me parecía que los moderadores estaban demás y que decían puras sandeces… No, tanta tontera no me resulta.

Foto: Reuters

¿Qué no te resulta?

No te imaginas lo que me cuesta quedarme callado, no criticar ácidamente la tesis del candidato y hacer pebre a los otros examinadores. Eso es lo mío, criticar y, de ser necesario, destruir. Mi señora dice que si me muerdo la lengua me enveneno. Es cierto. No ando regalando piropos y créeme que jamás pediría ayuda a un coach, pero en la universidad me pusieron un ultimátum y mi señora también. En otro contexto mandaría a la punta del cerro al Rector. ¿Quién se cree? Lamentablemente a esta altura en ninguna otra universidad me aguantan.

¿Por qué?

Estoy viejo para tanta webada. Escuchar las tesis de estos pendejos es un suplicio. Las palabras clave son identidad, minorías, inclusión, derechos humanos, derechos del cuerpo, la cuerpa, de las plantas y de los animales. ¡Aborto ya! ¡Por favor! ¡Qué lata!¡Parecen loros! Ahora el Patriarcado, el feminismo y la adopción homoparental son cosas del pasado. Ahora es el estado opresor, la violencia de género y los binarios. ¿Qué quieres qué haga entonces? Antes me aplaudían por criticar. ¿Qué cambió? ¿Ahora no les gusta el pensamiento crítico en la Universidad? Bueno, no te lateo más con mi infinita amargura, la cosa es que han habido quejas, sumarios, clausuras y hasta funas por mis actitudes y palabras.

¿Qué hiciste?

Lo que te dije. Escucho, tomo nota y después disparo. Lo que antes me celebraban, ahora es de mal gusto. No puedes criticar lo políticamente correcto y supongo que al rector se le ocurrió ponerme de moderador para callarme. Pero no lo logró. Además, no le veo la gracia a moderar y a recoger las opiniones para integrar todas las voces. ¡Están todos muy serios, sensibles y alérgicos a la crítica! Quieren que les aplauda las tonteras como si estuviéramos en un colectivo y yo ya estoy mayorcito. Yo era un niño en los 70 y en los 80 también estuve en contra del sistema. ¿Y cómo no estarlo en plena dictadura? En los noventa apoyé a los pueblos originarios, nunca he sido homofóbico, estoy de acuerdo en que parejas del mismo sexo adopten hijos y que en algunos casos las mujeres aborten. ¿Qué más quieren? En fin, supongo que cuando los pendejos hacen lo mismo que yo hacía de joven, se desata mi locura.

¿Qué locura?

Nada grave, simplemente me posee la ira divina, una rabia destructora y vengativa que, bien administrada, es un espectáculo. Entiéndeme, yo no soy un soñador, ni un buen planificador. Jamás podría haber sido artista o gerente, soy malo para crear cosas o para cuidarlas. Lo mío es criticar con argumentos, destruir con ingenio y desesperar con astucia a mi contrincante. No pretendo ser una buena persona y para ser moderador parece que hay que serlo y si no fuera porque el rector me dijo que si recibía una queja más me ponía de patitas en la calle o me mandaba a hacer clases en pregrado... no estaría acá… confesándome con un coach… que es como una cruza rara entre un cura buena onda y un personal trainer… Perdón si te ofendí, pero detesto a los psicólogos y me carga pedir ayuda…

Las sesiones con Eduardo fueron un constante desafío intelectual y emocional. Con este cliente literalmente no podías pestañear, por lo que leer la biografía de Lacan -escrita por Élisabeth Roudinesco- se transformó en una poderosa caja de herramientas. Escuchemos a Roudinesco describir al psicoanalista francés:

“No solo era seductor, libertino, caprichoso e imposible de satisfacer, sino que estaba habitado por el sentimiento de un genio portador de una gran obra y por un inmenso deseo de ser reconocido y hacerse célebre. De modo que no pensaba más que en sí mismo y en sus trabajos”.

Y es que, pese al trabajo de meses realizado con Eduardo, nunca me quedaba claro si estaba contento, si le servía o si simplemente tomaba las sesiones para batirse a duelo conmigo y demostrarme cuán absurdo era intentar ayudarlo. Finalmente, cuando logró moderar el seminario sin despedazar la tesis, al postulante y a los examinadores, me dijo que, después de divorciarse civilizadamente de su segunda señora, ésta había sido la experiencia más triste y aburrida que recordara. “Eché de menos el espectáculo. Me eché de menos a mí”.

Continuará…

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