Columna de Óscar Contardo: Un botellón chino

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El lenguaje da para mucho, el problema es cuando los gestos y los hechos contradicen los discursos. La invocación persistente a la clase media como el segmento predilecto del gobierno, con un plan especial para protegerla, queda pulverizada cuando las señales son: la educación pública solo es para los mejores del curso, la salud para los sanos y las oportunidades para los mejor relacionados.


El lenguaje en algún momento debe ajustarse a los hechos, a lo que realmente sucede y que en ocasiones es descrito de manera equivocada, ambigua o de forma derechamente incomprensible. Por ejemplo, cuando el presidente de la Asociación de Isapres aclara que el sistema no puede "darse el lujo de recibir gente enferma" está describiendo nítidamente lo que son esas empresas y la manera en que se conducen en la realidad, pese al modo en que son presentadas. No son un sistema de salud, porque no están orientadas a que las personas estén tranquilas en la eventualidad de que se enfermen, algo que suele ocurrirle a la gran mayoría; el objetivo, sugirió el presidente de las isapres, es obtener un margen de ganancia entre mil y dos mil pesos por persona. Lo dijo como si se tratara de cabezas de ganado y no de vidas humanas. Por fin un poco de franqueza. Ese gesto sincero alineó el discurso con la experiencia que la gran mayoría tiene sobre las empresas aseguradoras de personas sanas. Es un alivio en una época en que aquello que se declara en un día, puede cambiar al siguiente, según la oportunidad y la temperatura ambiental.

En febrero, la oposición venezolana organizó en una ciudad de Colombia un concierto de beneficencia para recolectar ayuda -alimentos y medicinas- para la población venezolana que sufre una brutal escasez. El concierto, además, era una medida de presión internacional para que Nicolás Maduro dejara el poder. Asistieron los presidentes de Colombia y Chile, que han calificado el gobierno de Maduro como una dictadura. El concierto, además, sirvió como plataforma para desafiar a la alta comisionada de Derechos Humanos de la ONU. Políticos y artistas exigieron que la funcionaria internacional visitara Caracas y acelerara un cambio de gobierno. Hoy, tan solo dos meses más tarde, el Presidente Sebastián Piñera afirma durante su visita a China que "cada uno tiene el sistema político que quiera". ¿Entonces para qué molestarse en un costoso viaje a la frontera venezolana? ¿Por qué exigirle a un organismo internacional intervenir en una situación interna? En Venezuela, al menos había precedente de elecciones libres. ¿Cómo sabemos el sistema que China quiere tener? ¿Preguntándoles a sus ciudadanos o al partido?

Paralelas a las declaraciones del Presidente Piñera, la Cancillería envió una carta a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos pidiendo respeto a la autonomía de los países. La misma comisión que ha denunciado persistentemente violaciones a los derechos humanos en Venezuela y Nicaragua junto a organizaciones como Human Rights Watch, ahora es desdeñada por los gobiernos de Chile, Brasil, Argentina y Paraguay. Súbitamente, el multilateralismo ya no les convence. La protección de los más débiles -los más pobres, las mujeres, los niños, la diversidad sexual, los opositores- en países con desigualdades abismantes gobernados por regímenes como el de Maduro y Ortega queda en entredicho por un documento de tono ultraconservador y nacionalista que recuerda tiempos en que las dictaduras de los mismos países firmantes, de manera coordinada, hacían y deshacían a su antojo en el continente.

El lenguaje da para mucho, el problema es cuando los gestos y los hechos contradicen los discursos. La invocación persistente a la clase media como el segmento predilecto del gobierno, con un plan especial para protegerla, queda pulverizada cuando las señales son: la educación pública solo es para los mejores del curso, la salud para los sanos y las oportunidades para los mejor relacionados. Escuchar una y otra vez a connotados miembros de la élite pedirles a las personas que se esfuercen, como reprochándoles su existencia, es exasperante. El anunciado viaje presidencial a China -la potencia en la que se proyectan las ensoñaciones de prosperidad- era la gran ocasión para demostrar que esa voluntad de dar oportunidades a todos era una realidad, sobre todo cuando no se han logrado los índices económicos prometidos. Lo que vimos, sin embargo, fue una gira para grandes empresarios de la minería, un sector que cada vez requiere menos mano de obra debido a la automatización, un viaje provechoso para los hijos emprendedores del Presidente y una oportunidad para que el expresidente Frei -ahora embajador plenipotenciario en Asia- promocionara su propia marca de vinos sin falsos pudores. Ni rastros de cooperación científica o tecnológica o de la clase media encarnada en algún emprendimiento más sofisticado que importar contenedores con manufactura oriental. El clímax de la privatización de las relaciones exteriores estuvo simbolizada en un botellón de vino.

Alguna vez un economista estadounidense usó un juego de palabras para definir nuestro país. Dijo que Chile en realidad no era un país, sino otra cosa. It's not a country. It's a country club. Hay un cúmulo de hechos, de reflejos en la realidad, que le da la razón a ese hallazgo del lenguaje. R

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