Francisca Valenzuela: “La envidia y la competencia son hábitos ya antiguos en la música, yo no me regí por eso”

La artista sintetiza alguno de los rasgos más característicos de la generación de músicos locales del nuevo siglo: el inicio en la autogestión a espaldas de los grandes sellos; la libertad creativa; el poco pudor por hacer pop radial y masivo; y el anhelo de generar comunidad donde no existan rivalidades ni batallas por el lineup, lo que derivó en el festival feminista Ruidosa que organiza desde 2016.


Francisca Valenzuela (34) -quien escribió sus primeras canciones en la preadolescencia y desde muy pequeña sabía que su destino sería artístico- cuenta que vivió en aquel mundo en que comprarse un CD y después abrirlo era un rito que a veces podía rasguñar la epifanía.

“Me tocó igual esa experiencia de ir a comprar un CD y ver los créditos, las letras y el sello discográfico. Eso fue parte de mi fantasía musical como artista, en mi mente pop. Entonces sí yo tenía esa idea de un camino que tenía que ver con una cierta estructura, un cierto apoyo más institucional donde existía esta imagen de que eras descubierto por alguien, por un sello, y te posicionaba y de alguna manera misteriosa empezaba a construirse tu carrera”, admite la cantante, en conversación con Culto desde California.

Pero cuando a ella le tocó salir a defender sus primeros temas, a mostrar en un escenario el ritmo aún incipiente de su carrera, no vio estructuras formales, ni sellos a la caza de talentos, ni ejecutivos calibrando cuál sería el próximo CD que despacharían desde sus oficinas.

“La diferencia con lo que había antes la empecé a sentir cuando salí al mundo con mi música, en restoranes o en noches de cantautor, y me di cuenta que no había presencia de esos sellos discográficos o de personas del mundo de la música, del lado más de la industria y los negocios. Esos mundos no estaban presentes, no los veía, no los conocía. No sé dónde estaban. Entonces dije ‘ah, bueno, debe haber otro camino o tenemos que hace otro camino alternativo para no solamente subsistir, sino que para existir fuera de nuestras casas con nuestra música’. Eso fue alineado con el fenómeno global tecnológico de los blogs y de MySpace. Entonces empezaron a aparecer herramientas que permitían esa publicación de material propio”.

Francisca Valenzuela irrumpió como cantautora en un minuto de plena transición y fractura de la música chilena, cuando los grandes sellos habían dejado de apostar por los artistas nacionales, cuando la figura del solista empezaba a ganar espacio por sobre las bandas, cuando el pop en sus múltiples colores era un lenguaje mucho más común que el rock de guitarras, cuando el consumo parecía olvidar los formatos físicos para fascinarse con lo digital y cuando algunos de los artistas más reputados -y hasta convocantes- no tenían un gran eco en los medios oficiales.

En 2006, con sólo 18 años, comenzó a sonar su primer sencillo, Peces, mientras varios medios especializados subrayaban el diagnóstico: aunque no tenía una carrera musical más formal y no contaba con el espaldarazo de una compañía multinacional, en su figura existía una naturaleza distintiva, una sensibilidad fresca, juvenil y femenina que al menos por esos días no tenía tantos paralelos en la escena chilena.

“En realidad, yo creo que la idea de lanzarse como independiente o continuar adelante con una carrera de tal forma, no fue una cosa muy consciente, fue como avanzar no más. Avanzar e ir explorando, aprendiendo y montando sobre la marcha”, describe ahora.

De hecho, trazar un camino propio y autogestionado no era una opción entre varias: “Es que sencillamente no conocía otra alternativa”, reconoce. Luego sigue: “No me sentía cómoda ni sabía cómo presentar mi proyecto. Hacía lo que se me ocurría, es decir, yo iba donde un periodista y le decía ‘hola, soy Francisca Valenzuela, este es mi disco. ¿Te gusta? ¿no te gusta? ¿me quieres programar? ¿me quieres hacer un artículo?’ Era una autogestión constante y eran cientos y cientos de horas y de mails”.

Incluso cuenta que en algún momento se juntó acompañada de su madre -la científica Bernardita Méndez, quien en un comienzo funcionaba como su mánager- con Nicole, bajo el sólo propósito de pedirle consejos para establecerse como un nombre con protagonismo en el medio local.

Pero ese cara a cara con Nicole fue mucho más que un intercambio generacional; fue un encuentro entre dos personalidades con profunda fe en la música pop, masiva, comercial y confesional. Si en los 90 todo parecía agruparse bajo el rótulo del rock chileno y debía exhibir cierto espesor a prueba de críticas que acusaran superficialidad, las nuevas generaciones -como aquella a la que pertenece Valenzuela- le perdieron el pudor a ese género de nombre tan breve (pop) pero que a momentos sonó tan pecaminoso.

“Yo a Nicole no la conocía y le mandé un correo. Me presenté y le dije ‘tú eres my exitosa, tú eres muy famosa, me gusta mucho lo que haces, ¿cómo yo puedo ser como tú?, ¿te puedo hacer preguntas? ‘. Y cuando nos conocimos fue algo muy provechoso. Lo hice también con otras artistas. Simplemente me metía y lo hacía. No hay que tenerle miedo a ese trabajo de hormiga”.

“Igual sí, al comienzó sentí que hacían mucho esa diferencia entre rock y pop. Pasaba en toda Latinoamérica. En México era lo típico: el rock suena así y se ve así, y el pop suena así y se ve así; y estas son las personas que están en un lado y están son las que están en el otro. Si bien las cosas afectan, igual no pesqué tanto y musicalmente siempre hice lo que quise en mi carrera. Esa mirada la sentí más de los medios, las estructuras sistémicas, que del público, de mis colegas, o de la comunidad de gente que empezamos a crear. Con los medios, era una lucha constante por validarse”.

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En algún sentido, no contar con los lineamientos de una disquera ni con la agenda montada por un representante le permitió a Valenzuela otro factor disfrutado por gran parte de sus contemporáneos: la libertad creativa sin matices. Ser la dueña de lo que canta y toca sin que existan miradas ajenas decidiendo su rumbo.

A propósito de reconocer al pop sin pudor, hace un tiempo Ruidosa, la comunidad y festival que tú lideras, hizo una encuesta entre distintas figuras de la música latina y escogieron a Shakira como el gran referente de los últimos años. Curiosamente, es una artista que ni siquiera aparece mencionada en documentales como Rompan todo o en otro tipo de instancias. ¿Te sorprendió esa mención?

Es que eso te muestra quién es el emisor de la historia. Para mí, Shakira siempre fue un referente y para mis amigas que son músicos o que son mujeres del mundo y de Latinoamérica, también es un referente. La cosa es que ese referente nunca fue considerado porque aquellos que contaron la historia nunca la consideraron referente. Por ende, el valor de Ruidosa es ese. Entonces yo creo que eso era lo que pasaba. Ese fue el mundo que hemos estado complementando las personas que han sido no protagónicas en el relato, ya sea mujeres o disidencias de todo tipo. Eso fue formando mis decisiones artísticas y mis decisiones laborales, de activismo o de gestión, porque me empecé a dar cuenta de esa soledad y de esa necesidad constante de decir “hay que meterse en esta caja y no estoy en esa caja”. Eso ya me tenía chata igual, decir “por qué esta cuestión no funciona así” o “me siento tan inadecuada”, “siento que están pasando cosas bacanes y no están apareciendo en otros lugares o no estamos logrando cambiar esto”

“Ahora está cambiando, pero es justamente por este tipo de gestiones y conversaciones que yo creo que empieza a haber un ‘de veras, quizás había un punto ciego y no lo estábamos viendo culturalmente’”.

Dentro de esas gestiones, una de las más relevantes en su carrera fue la creación del festival Ruidosa en 2016, evento que reúne a distintas disciplinas con el propósito de integrar la mirada feminista a todos los ángulos de la industria musical. Por lo demás, la cita se ha extendido a otros sitios del continente.

Ahí hay otro punto que sintetiza una nueva era: la capacidad de juntar distintos artistas en un plan en común, sin la geografía más dispersa y dividida que caracterizó a la escena nacional en los 90 o principios de los 2000.

¿Es también ese un logro importante? ¿Crear una comunidad donde no existen ni etiquetas, ni competencias, ni quién está más arriba en el cartel de artistas que otro?

La idea de crear Ruidosa con una parrilla que fuera interdisciplinaria, intergeneracional y con géneros musicales y propuestas totalmente distintas, todo mezclado, es un reflejo, por una parte, a cómo yo siento que soy, y muchos somos, como consumidores de música; es decir, me gusta tanto Janet Jackson, Charly García, Nicole, Princesa Alba, Paloma Mami, y también me gusta Carla Morrison, Natalia Lafourcade y Santa Cecilia. Es decir, está todo, me gusta todo. ¿Por qué asumir que yo soy la única que es así, por qué no crear un espacio de cultura pop que celebre esa música sin miedo?

“También me pasaba mucho que me encontraba con festivales que si tenían más de una o dos mujeres, no podían tener otra. Cuando igual tenían veinte o treinta bandas de rock que a mis ojos eran todas iguales. Es decir, ellos me decían ‘tú eres igual a tu otra compañera cantautora y hay dos, y no podemos tener más porque ya tenemos 18 bandas’... pero eran todas iguales, con guitarra haciendo las mismas canciones. Entonces yo decía, ‘tenemos que encontrar una manera de hacer evidente que la música de mujeres no es un género musical y no es un género musical limitado en su público y su alcance’”.

“Además de que en el caso de Ruidosa como experiencia, el paraguas unificador era esta expresión de cultura pop que unía las causas activistas de género con la diversión, la emoción y el envoltorio de música pop. Para eso me parecía importante que fuera una experiencia inclusiva que tuviera todo tipo de mujeres haciendo todo tipo de cosas, con todo tipo de proyectos musicales, y decir que no hay una única manera de ser mujer. Y hablando de las carreras artísticas, no hay una única manera de ser exitosa porque también había esta idea cultural de que si ni Shakira estaba considerada como la más seca de todas, qué queda para el resto”.

¿Te sientes parte de una generación de artistas con códigos en común? ¿Y cuáles serían esos códigos?

Yo creo que sí y es interesante esta pregunta porque lo dijiste antes, hiciste mención a algo de los 90 como las envidias, las competencias, yo creo que ese tipo de hábito o visiones son como antiguos. Yo creo que yo, afortunadamente, no me regí por eso. Si bien me podría haber tocado de afuera, como que armé un mundo y me fui relacionando con personas donde no viví esos códigos. Lo que tú dices de una generación o un nuevo paradigma, es así. Hay otra manera de hacer las cosas. Los puntos ciegos no son los mismos y la ética es distinta, muchos temas que antes eran temas, hoy no lo son. Yo sí me siento que tengo una red, no solamente a través de Ruidosa, sino que de compartir y de comunicarse y pedir ayuda, preguntar y tener un así como un flow más colega a colega con mujeres y artistas de toda la región. Eso ayuda a desmitificar un poquito también la carrera de ser músico y generar escenas que también aportan para que se vayan forjando las carreras, lo que es súper importante porque así uno no depende únicamente de estructuras externas.

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