El caso Sergio Ramírez o Latinoamérica como la tierra donde la literatura choca con la política

De izquierda a derecha: la mexicana Elena Poniatowska, el brasileño Bernardo Kucinski y la chilena Diamela Eltit.

Fue Mario Vargas Llosa quien este lunes, en el marco de un conversatorio con el perseguido escritor nicaragüense, soltó una frase que resume algo cierto: “Es muy difícil ser un escritor latinoamericano y no verse afectado por la política". En Culto, repasamos algunos libros que han tocado -desde diferentes ángulos- lo político y lo social en diversos países de esta parte del globo.


Los convidados de piedra, de Jorge Edwards

Publicado en 1978, en esta novela el escritor nacional Jorge Edwards desarrolla una ficción ubicada en una fiesta de un sector acomodado de la sociedad chilena (algo que trabajó mucho en su literatura, la vida puertas adentro). En el transcurso de la celebración, un evento de cumpleaños celebrado en octubre de 1973, los contertulios se explayan sobre el golpe que derrocó a Allende, aunque de cierta forma, Edwards los muestra de un modo algo irónico. De hecho, practicando el pelambre, hablan de gente perteneciente a su misma clase social y que no fue invitada por, entre otras razones, haber adherido a la UP, esos son “los convidados de piedra”. El mismo autor, señaló en entrevista con El País en 1978: “Tengo la impresión de que siempre hay un equívoco entre el narrador y el autor, de que la frontera es finísima, y que, de alguna manera, el escritor de memorias se comporta como novelista, y el novelista hace una crítica, una crónica de su mundo personal”.

El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez

Un ejercicio totalmente centrado en la ficción, pero con un pie puesto en lo real es lo que propuso Gabriel García Márquez en esta novela de 1975. En ella se centra en un país ficticio, gobernado por un dictador ficticio, pero que está a orillas del mar Caribe. García Márquez toca un tópico muy latinoamericano: el dictador que envejece en el poder, y que no solo ve cómo le salen canas, también experimenta la soledad de gobernar.

Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa

Es un clásico, sí, pero también un ineludible a la hora de hablar de narrativa que haya tocado al poder en América Latina. Publicada en 1969, el peruano Vargas Llosa trata sobre los días en que su país era gobernado bajo la dictadura del general Manuel Odría, entre 1948 y 1956. El protagonista, Santiago Zavala, conversa con Ambrosio, un zambo quien fue chofer de su padre. Así, la novela se adentra en recovecos como el tema de lo racial, muy presente en el país vecino, la homosexualidad, y la realidad de la represión que viven en el presente del relato.

Palomita Blanca, de Enrique Lafourcade

Acaso tomando un tópico clásico de la literatura, el amor entre gente de distintas clases sociales, Enrique Lafourcade publicó en 1971 una novela que se convirtió en un imperdible de la literatura nacional. Entre cultura pop, teleseries, y el festival de Piedra Roja, la joven María -de origen humilde- se enamora de un joven de clase alta, Juan Carlos. Ambos se ven envueltos en el convulso Chile de 1970, con las elecciones que dieron el triunfo a la Unidad Popular y el posterior atentado contra el general René Schneider.

La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska

Vamos a la no-ficción. Un hecho que marcó a fuego la historia de la segunda mitad del siglo mexicano fue la matanza de Tlatelolco, donde el ejército reprimió a sangre y fuego una manifestación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco, en la Ciudad de México. Esto, el 2 de octubre de 1968. La periodista y escritora mexicana Elena Poniatowska hizo un trabajo donde entrevistó a testigos de los hechos y los puso en sus propias palabras en una historia oral de los hechos. Un libro que impacta por su crudeza.

Los chicos de la guerra, de Daniel Kon

Publicado en 1983, solo un año después del fin de la guerra de las Malvinas, en este volumen el periodista argentino Daniel Kon entrevistó a una serie de sobrevivientes del conflicto. Todos, jóvenes veintañeros que habían logrado sobrevivir a un conflicto, en que, según denuncian, fueron sin la preparación adecuada. Los relatos, crudos y a veces chocantes, son un testimonio del horror que les tocó vivir a muchachos que debieron cambiar las aulas universitarias y las fiestas por un fusil al fin del mundo.

Las tres muertes de K., de Bernardo Kucinski

Si hubo dos momentos duros de la dictadura militar brasileña, entre 1964 y 1985, fueron las administraciones de Emilio Garrastazu Médici (1969 - 1974) y Ernesto Geisel (1974 - 1979). Es en este último período donde se ambienta la novela Las tres muertes de K., del periodista y escritor brasileño Bernardo Kucinski, publicada en 2013, en la que se se basó en su propia experiencia de vida, puesto que su hermana y su cuñado fueron detenidos desaparecidos. Así, narra la historia de K., un padre que busca a su hija quien ha desaparecido, lo cual lo lleva a realizar una desesperada e incesante búsqueda para dar con su paradero. Durante su búsqueda, debe afrontar sus sentimientos de culpa y descubre la identidad militante de su hija. “Escribir esta novela fue una catarsis, una cosa que estaba atragantada y de repente salió”, señaló el autor en entrevista con El País, en 2013.

Fuerzas especiales, de Diamela Eltit

En rigor, todo el corpus de la obra de Diamela Eltit tiene un cariz político y crítico, solo que la autora nacional prefiere enfocarse en los márgenes, en el mundo de quienes son excluidos (como lo hicieron también Carmen Berenguer y Pedro Lemebel), con especial atención hacia las mujeres. En esta novela de 2013, la autora, reciente Premio FIL de Literatura, se sumerge en la vida de una joven prostituta, quien vive en un barrio marginal asediado constantemente por las Fuerzas especiales policiales. Para sobrevivir en un mundo hostil, donde se ve enfrentada a la violencia contra las mujeres y su clase social, la joven debe sacar impulsos de otro lugar. Debe sacar “fuerzas especiales”, para vivir en un mundo donde reina la desesperanza. Es una novela dura, difícil de leer, que no da relajo. Pero un ejercicio necesario si lo que se quiere es sumergirse en los márgenes.

La Flor de La Candelaria, de Giancarla Zabalaga de Quiroga

Ambientada en la década de 1930 en Bolivia, en las revueltas campesinas que terminaron desembocando en la revolución de 1952 y la posterior reforma agraria, esta novela de la autora boliviana Giancarla Zabalaga de Quiroga relata la historia de una pareja, Aurora Villarreal y Alberto Mendívil, quienes tratan de vivir un “cuento de hadas” en medio de un paisaje convulso, y ponemos las comillas con intención, porque contraviniendo las normas de su época y su clase acomodada, ambos viven en concubinato. Fue publicada en 1989.

Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño

No es de los libros que más se mencionan del autor nacional, aunque en rigor, es de sus mejores novelas, el “problema” es que está a la sombra de colosos como Los detectives salvajes, Estrella distante y 2666 . Publicada en 2000, se trata de un monólogo del agónico sacerdote católico (y Opus Dei) Sebastián Urrutia Lacroix, un alter ego de un personaje real, el cura y crítico literario Ignacio Valente. En su agonía durante una noche, Urrutia Lacroix repasa los días en que -entre otras cosas- le daba clases de marxismo a los integrantes de la junta militar, y las tertulias en la casa de María Canales donde se torturaban a opositores (en alusión a Mariana Callejas).

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