Kim Ki-duk, la muerte del prolífico pionero del nuevo cine coreano

El cineasta surcoreano Kim Ki-duk, que murió este viernes 11 de diciembre a los 59 años, en una imagen captada el año pasado en el Festival de Cine de Moscú. Foto: Pavel Golovkin/AP.

El realizador que falleció hoy de covid-19 a los 59 años fue la puerta de entrada al cine coreano en Chile y el mundo casi dos décadas antes de que la película Parasite arrasara en los Oscar 2020. Responsable de 25 filmes donde la ambición poética se alterna con la violencia, Kim Ki-duk ganó el Festival de Venecia y fue premiado en Cannes y Berlín.


Aunque lo había ganado todo, incluyendo el León de Oro del Festival de Venecia por su película Pieta (212) y el León de Plata del Festival de Berlín por Samaritan girl (2004), el cineasta Kim Ki-duk no estaba precisamente en el territorio de los héroes del cine coreano, sino que se había transformado en una especie de forajido del sistema. Acostumbrado a trabajar fuera de la industria y muchas veces acusado de excesiva violencia en sus largometrajes, el prolífico director parece haber terminado sus días en una trama que podría salido hasta de su propia pluma: en un hospital lejos de su país, buscando fondos para un nuevo filme, a sólo nueve días de cumplir 60 años.

De acuerdo a la información proporcionada por el director ruso Vitaly Mansky, responable del festival de cine ArtDocFest en Riga (Letonia), y confirmada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea del Sur, Kim Ki-duk falleció en la mañana de este viernes 11 de diciembre en un hospital de Letonia como consecuencia de coronavirus. El realizador nacido en la localidad surcoreana de Bonghwa se había trasladado hace unos meses al país báltico con la intención de comprar una casa, adquirir la nacionalidad y estaba en tratativas para rodar ahí una nueva película.

Según el diario especializado Variety, el Instituto de Cine de Estonia (país vecino de Letonia) había rechazado recientemente una solicitud de Kim Ki-duk para realizar una producción que sería co-producida entre Corea del Sur y Estonia, pero que se filmaría en esta última nación. La mala noticia, en cualquier caso, no lo había desanimado (la razón del descarte de la obra fue sólo por llegar fuera de plazo) y Kim Ki-duk esperaba volver a postular en el 2021. La cinta, de acuerdo a la directora del Instituto de Cine de Estonia, tendía el nombre de Rain, snow, cloud and fog.

Primavera, Verano, Otoño, Invierno y... Primavera otra vez (2003) fue la primera película que se estrenó en Chile de Kim Ki-duk.

“Es muy triste que no haya podido hacer la película. La trama parecía muy intrigante, como todas sus historias. Eran cuatro narraciones que se cruzaban y daban lugar a un tejido más grande“, dijo a Variety Edith Sepp, directora del Instituto. “Puede que el estilo de Kim Ki-duk guste o no, pero a nadie deja indiferente”, añadió Sepp. “Era tal vez una mente turbulenta, pero al conocerlo brevemente en el otoño, pudimos ver a un creador fiel a su esencia, a alguien con ojos llenos de pasión al describir su próximo trabajo. En mi opinión, solo quería hacer películas en su vida, nada más “, enfatizaba Sepp.

Kim: la primera línea del cine coreano

Curiosamente el proyecto póstumo del director tiene uno de aquellos títulos que eran su marca registrada, utilizando palabras que se suceden casi al azar y que describen estados de ánimo, períodos del año o conductas humanas. Un ejemplo: la primera película que de él se conoció en Chile fue Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera (2003) y una de sus últimas en el mundo era Human, space, time and human (2018).

Mientras Primavera, otoño, invierno.. y otra vez primavera se llevó cuatro galardones del Festival de Cine de Locarno y abrió los ojos a toda una nueva generación de cinéfilos a los largometrajes que se hacían en Corea del Sur, Human, space, time and human tuvo escasa distribución internacional y su realizador debió enfrentarse a una reprobación unánime de la crítica especializada en el Festival de Berlín 2018, con una conferencia de prensa bastante incómoda por utilizar un adjetivo benévolo.

Antes de que en la década pasada se hicieran conocidos en el mundo cineastas como Bong Joon-ho (Parasite, 2019) o Yeon Sang-ho (Estación zombie, 2016), Kim Ki-duk ya había golpeado la puerta de la globalización cinematográfica con la mencionada Primavera, otoño..., una cinta que era curiosamente atípica en su filmografía y que descansaba en el paisaje de la naturaleza y la reflexión antes que en la violencia o las relaciones afectivas.

En Chile fue un pequeño suceso de cine arte y coincidió también con la irrupción del cine de un compatriota de Kim Ki-duk: ese mismo año Park Chan-wook estrenó Oldboy (2003), largometraje hiper-violento que se llevó el Gran Premio del Jurado en Cannes y que también tuvo distribución en nuestro país. Ambos cineastas lideraron la nueva horneada de directores de Corea del Sur que comenzó a ganar festivales de cine en todo el mundo y donde un joven Bong Joon-ho también aportó con su cinta de culto El huésped (2006).

La Red (2016) fue la última cinta de Kim Ki-duk que se pudo ver en salas en Chile,

Diferentes en sus temperamentos (Kim es directo y crudo, Park es más epico y Bong nunca abandona su sentido del humor), los tres tienen en común la capacidad de abordar géneros como el suspenso, el drama familiar o incluso la cinta de época de una manera novedosa y cautivadora, poco vista en Hollywood. Aquellos estilos le darían prestigio a una cinematografía nacional que con los años sería el orgullo de Cora del Sur y que a inicios de año tuvo su epifanía con los cuatro Oscar para Parasite de Bong Joon-ho.

25 por 24

A diferencia de compatriotas como Hong Sang-soo (El día después) o Lee Chang-dong (Burning. 2018), Kim Ki-duk no contó siempre con el irrestricto apoyo de la crítica. Por el contrario, la irregularidad es la cuestionable marca registrada de quien hizo 25 largometrajes en 24 años de carrera artística. Tal vez es difícil pedir calidad unánime a razón de una o más películas por año, aunque Hong Sang-soo no está lejos de él en fecundidad creadora.

Tomando las palabras de Edith Sepp, la directora del Instituto de Cine de Estonia, Kim Ki-duk tiene la innegable virtud de no dejar a nadie indiferente con sus obras. Su cine es menos difícil que el de algunos de sus compatriotas y tal vez por eso a veces es mirado por bajo el hombro por la comunidad crítica. La misma razón lo hizo durante mucho tiempo, antes de que el streaming dejara ver las obras de Lee, Hong o Bong en todo el mundo, el cineasta coreano por defecto que lograba estrenarse en salas de cine en Chile. Y, entre esos estrenos cupo de todo, aunque no siempre lo mejor.

A la fábula del muchacho que se cria en un templo budista de Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera, le siguieron largometrajes bastante más intensos y desequilibrados. Uno de ellos fue Samaritan girl (2004), cinta de Kim que se llevó el León de Plata en el Festival de Berlín a Mejor Director y que nos contaba un cuento moral mucho menos apacible: era la historia de Jae-Young, la historia de una prostituta menor de edad engullida en la selva criminal de Seúl.

A esta película le seguirían otros tres estrenos en los cines locales: Hierro-3 (2004), la historia de un muchacho que invadía las casas de sus dueños mientras estaban de vacaciones y por la que obtuvo el León de Plata a Mejor director en el Festival de Venecia; Time (2006), que se inmiscuía en el sensible tópico de la obsesión nacional por la cirugía plástica; y La red (2016), original propuesta sobre un pescador de Corea del Norte que por accidente iba a parar a Corea del Sur.

Lamentablemente no se estrenó en salas locales Pieta (2012), la película por la que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y que contaba la parábola de un infame prestamista visitado por una mujer que dice ser su auténtica madre. En los años siguientes, Kim Kim-duk siguió envuelto en su fiebre creadora, pero cada vez surgieron más cuestionamientos a su manera de trabajar en el set, con denuncias de maltrato animal que él mismo terminó admitiendo. En el 2017, en medio del escándalo del productor Harvey Weinstein, Kim Kim-duk fue objeto de denuncias de agresión laboral y acoso sexual por varias actrices de su país: aunque la corte desestimó los últimos cargos, si lo hizo pagar multas por violencia en el set de rodaje.

Fue en este clima que el director comenzó a buscar productores de otros países y a mirar hacia Europa. Ya había dado el primer paso: había hecho en co-producción con Kazajistán la película Dissolve, una historia de identidades cambiadas y personalidades en crisis con actores de ese país. Su próximo paso, inconcluso, era en Estonia.

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