Columna de Gonzalo Blumel: Autocrítica
Al igual que en las historias de Condorito, se exige una explicación. Esa es la primera reacción que surge al escuchar a la ministra vocera, Camila Vallejo, afirmar con vehemencia que tanto el Gobierno como su sector ya han realizado una autocrítica sobre el rol de la izquierda durante el 18-0. “En varias oportunidades”, señaló, como intentando confirmar el punto.
En el caso de las historietas de Pepo, las explicaciones se pedían al final de aquellos chistes que terminaban de manera absurda o imprevista. Sin embargo, en esta ocasión no estamos frente a una situación anecdótica o caprichosa. Mucho menos un chiste. El estallido de octubre de 2019 fue un momento límite de nuestra democracia, como pocos en nuestra historia, en el que amplios sectores de la izquierda se plegaron a la radicalización y el delirio de manera oportunista e irresponsable.
Fueron largos meses de desvarío, en los cuales se persiguió la caída del gobierno, se promovió la refundación de Carabineros, se amparó la violencia callejera y se propugnó una refundación quimérica de nuestro país, a partir de un modelo de sociedad voluntarista y ajeno a nuestros más de doscientos años de evolución republicana. En síntesis, abdicaron de sus responsabilidades democráticas más esenciales para alcanzar por la “vía de los hechos” sus sueños redentores. Esto quedó en evidencia en la vergonzante declaración del 12 de noviembre de ese año, la cual fue suscrita por catorce partidos opositores, desde la DC hasta el PC, y que convenientemente prefieren no recordar.
A cinco años de distancia, los chilenos parecen haber hecho los aprendizajes. Según las últimas encuestas conocidas, la violencia no tiene mayor cabida en la sociedad, los sueños refundacionales perdieron su atractivo, y hemos ido entendiendo —a punta de porrazos, algunos bien dolorosos— que los países avanzan paso a paso, sobre la base de reformas y no de revoluciones. El estallido ha envejecido mal, tanto que la mayoría hoy le hace la desconocida.
Sin embargo, en el oficialismo la reflexión ha sido casi inexistente. Salvo casos puntuales—algo ha deslizado el Presidente Boric, aunque con exceso de timidez, lo mismo la presidenta del PS, Paulina Vodanovic—, en la izquierda chilena la autocrítica ha brillado por su ausencia. Aquel silencio es particularmente llamativo dada su naturaleza proclive a los seminarios, el intelectualismo y los libros. Por el contrario, lo que se ha escrito desde dicho sector (que no es poco) va en general desde el ensalzamiento de la revuelta hasta la retórica justificatoria.
El problema, además, no es solo que se afirme algo que no ha ocurrido. La ministra sostuvo que dicha autocrítica incluso habría tenido consecuencias, “acciones” le llamó, que dan cuenta de sus aprendizajes. Y ahí es donde la cosa se complica. Porque, ¿a qué se refiere exactamente? ¿A los indultos a los integrantes de la primera línea? ¿Al apoyo irrestricto brindado a la Convención Constitucional? ¿Al rechazo de los parlamentarios de Apruebo Dignidad a la Ley Nain-Retamal? ¿O quizás al desagrado que ahora les provocan las acusaciones constitucionales, luego de haberlas impulsado una y otra vez?
El punto -a riesgo de ser majadero- es que mientras no haya una autocrítica verosímil, una reflexión mínimamente argumentada, será difícil confiar en la sinceridad de sus convicciones democráticas. Peor aún, todo indica que, apenas cambie la dirección del viento, buena parte de la izquierda volverá a incendiar las instituciones, como en octubre de 2019.
Por lo mismo, se equivoca la vocera cuando sostiene que exigir una autocrítica es evadir los temas de fondo. No hay un tema más de fondo para nuestra convivencia que exigir una adhesión inquebrantable a las reglas de la democracia.