PIMS: La pesadilla infantil que sigue al coronavirus

Semanas después de contraer el Covid-19, algunos niños desarrollaron una reacción inflamatoria aguda que los llevaba rápidamente a la UCI. Los casos están al alza en Chile y, pese a que existe un tratamiento eficaz, el misterioso síndrome ha refutado la tesis de que los más jóvenes eran casi intocables.


Cristóbal Merino (9) dice que el sueño que tuvo la noche del 22 de junio fue como una película. Había muchos bichos a su alrededor, sobre todo arañas, montones de arañas que cargaban sus huevos mientras subían lentamente por su cuerpo hasta que terminaban aplastándolo. La pesadilla, cuenta, se repetía cada vez que tenía fiebre, pero esa noche se sintió particularmente vívida. La temperatura que registró al despertar le quedó grabada: “39,8. Ese es mi top, porque siempre había tenido 38. Pero no me asusté, me asombré nomás”, dice Cristóbal, que en sus sueños más agradables aspira a ser futbolista cuando grande y patear penales como Charles Aránguiz.

Un día antes de la fiebre, había sentido una molestia en el lado izquierdo del cuello.

“Al principio, cuando lo notamos medio inflamado, pensamos que era porque jugaba mucho al Fornite y pasaba mucho rato frente a la televisión”, cuenta su papá, Miguel Ángel Merino. Desde que se habían cancelado las clases, su hijo había aumentado las horas que pasaba frente a la pantalla, concentrado en el videojuego que le permitía, de forma más directa, permanecer en contacto con sus compañeros del tercero C en el colegio Academia de Humanidades, de Recoleta.

Estaba en pleno juego cuando comenzó a sentirse afiebrado, al punto que decidió detener la partida e ir a la pieza de sus papás para decirles que no se sentía bien. Sus síntomas calzaban con las paperas, muy comunes en los niños de su edad. Era una teoría que le hacía sentido a Miguel, pues él también las había padecido cuando era niño. Ese mismo día llegaron a la urgencia de la Clínica Indisa para ratificar lo que ellos pensaban: “Le hicieron una radiografía y nos dijeron que lo más probable era que fueran paperas, así que lo dejaron con ibuprofeno y lo llevamos de vuelta a la casa”, recuerda Ximena Gutiérrez, mamá de Cristóbal.

Los síntomas solo empeoraron durante los días siguientes. A la inflamación del ganglio en el cuello y la fiebre, se sumó la percepción de que las paredes se le venían encima. Tenía los ojos hinchados. También le aparecieron unas manchas rojas en las axilas y en las piernas, de las rodillas hacia abajo. Más tarde, la lengua se le enrojeció y le aparecieron unas pintas blancas que la hacían ver “como una frutilla”. “La fiebre no se le bajaba con nada, no comía, no quería ver monos, solo dormía”, relata Ximena.

Cristóbal regresó a la urgencia de la Indisa el miércoles 24 de junio. En un principio, nadie pudo dar con un diagnóstico certero. “Es angustiante no saber qué tiene. Los doctores nos decían que no tenían muchos antecedentes”, agrega su madre.

La incertidumbre recién terminó el domingo 28. Tras un negativo en el examen PCR, se le tomó un test de anticuerpos que resultó positivo, indicando que ya había tenido Covid-19. De hecho, toda su familia había tenido coronavirus, menos su papá, y todos habían sido asintomáticos. Ninguno sabe bien cómo se contagiaron.

Solo entonces los médicos de la Clínica Indisa lograron dar con un diagnóstico: Síndrome Multisistémico Inflamatorio Pediátrico asociado a Sars-CoV-2, un misterioso mal bautizado como PIMS.

Cristóbal Merino (9) lleva más de una semana hospitalizado en la Clínica Indisa. Solo le queda cumplir tres días sin fiebre para irse de alta.

Uno tras otro

La primera alerta llegó a fines de abril. A un chat de WhatsApp con 60 integrantes, donde se encuentran todos los jefes de intensivo pediátrico del país, entró un documento del Reino Unido que advertía sobre un cuadro inusual que estaban presentando algunos niños después de haber contraído el Covid-19. Se trataba de una inflamación generalizada de diversos sistemas del organismo, muy intensa, y que de alguna forma derrumbaba la teoría de que la pandemia casi no tocaba a los niños.

Luego de analizar varios reportes de España e Italia que describían el mismo fenómeno, el 15 de mayo, la OMS lo denominó Síndrome Inflamatorio Multisistémico Pediátrico asociado a Covid-19, o PIMS, por sus siglas en inglés. “El sistema inmunológico se desregula completamente, aunque el coronavirus ya no esté presente. Por eso que se afectan muchos órganos, como pueden ser corazón, sistema digestivo, coagulación, y, a diferencia de los adultos, casi sin compromiso pulmonar”, explica Cecilia Piñera, infectóloga y pediatra del Hospital Exequiel González Cortés, y la segunda hija del Presidente Sebastián Piñera.

Según lo que se sabe hasta ahora, esta reacción afecta a los niños dentro de un período de dos a seis semanas después de haber contraído el virus. Generalmente, se manifiesta a través de fiebre persistente, intenso dolor abdominal, conjuntivitis, brote cutáneo e inflamación de la boca y lengua. Este grupo de síntomas se asemeja bastante a los del Síndrome de Kawasaki, pero a diferencia de este último -cuyo promedio de edad es de cinco años-, el PIMS afecta a niños más grandes, entre los seis y 10 años.

Los especialistas coinciden en que el cuadro puede tornarse grave rápidamente, pero que gracias a la información recopilada en todo el mundo puede manejarse con éxito. En Nueva York, por ejemplo, el 80% de los casos de este síndrome ha terminado en una UCI, aunque la letalidad está en un 2%.

“Tiene varios elementos que son nuevos, que le dan una mayor complejidad y ante los cuales tenemos que actuar rápido y de manera multidisciplinaria”, advierte la pediatra infectóloga de la Universidad de Chile, Lorena Tapia.

A nivel mundial, la llegada de pacientes con esta condición a las UCI pediátricas ha sido tardía en comparación con el número de pacientes adultos con Covid que entraban a hospitalizarse. Se cree que en cuanto se produce un descenso en los contagios, aumentan los casos PIMS, ya que los niños contraerían posteriormente el virus, que provocaría esta reacción un tiempo después.

Algo así comenzó a suceder en Chile. Las unidades pediátricas nacionales no habían recibido ningún caso hasta el 8 de mayo, cuando se confirmó el primero en el Hospital Calvo Mackenna. Al 1 de julio, de acuerdo con el informe emitido por la Sociedad Chilena de Pediatría, habían ingresado 35 niños con PIMS a las unidades de paciente crítico, aunque los expertos estiman que el total estaría sobre los 50 casos.

“Hace dos semanas tuvimos como un boom de estos cuadros inflamatorios, que coinciden con los que se observaron en otros hospitales, como el Roberto del Río”, comenta Cecilia Piñera.

Aunque ella y la pediatra e infectóloga Giannina Izquierdo, quien también forma parte del equipo del Exequiel González, estaban al tanto de que podían presentarse pacientes con el síndrome, reconocen que la llegada de niños fue abrupta. “El primero que ingresó a la UCI fue el 13 de junio, pero luego empezaron a ingresar día por medio, uno seguido del otro. Fue impactante cómo fueron apareciendo”, cuenta Izquierdo.

El Hospital Exequiel González Cortés y el Roberto del Río concentran la mayoría de los casos, pero no son los únicos. En la Clínica Indisa, por ejemplo, ya suman dos pacientes, incluyendo a Cristóbal, que fue su primer caso de PIMS.

Marcela Concha, la pediatra que lo atendió cuando llegaron, cuenta que fue difícil comunicarle el diagnóstico a su familia. Su cuadro era complejo. “Tú sabes de lo que les estás hablando y que los estás conectando con la muerte. Se les explicó que era de riesgo vital y verlos sufrir así hace que tu alma de pediatra también sufra. Pero luego te empoderas y les das la confianza suficiente, diciéndoles que hay tecnologías, tratamientos y que nos preparamos para esto”, relata Concha.

Ese domingo 28 de junio, el día del diagnóstico, fue crítico. El equipo de pediatras les informó a Ximena y Miguel que para suministrarle un medicamento a Cristóbal habría que ponerle un catéter, lo que implicaba ingresarlo a pabellón por unas horas. “Eso nos dio terror. Los 45 minutos que duró la operación fueron como si hubieran sido tres días”, recuerda Ximena, quien junto a su marido pudieron acompañar a su hijo en todo momento.

Los miedos

En el Calvo Mackenna, Karumy Arteaga (seis años) no tuvo la misma suerte.

Su familia ha pasado por diversas dificultades durante la pandemia. A su papá, Iván Arteaga, le suspendieron el contrato que tenía como asistente de cocina en un restorán de La Reina, quedando solo con el seguro de cesantía, mientras que a Fiorella Polo, su mamá, la despidieron de la casa donde trabajaba como asesora del hogar en Peñalolén. En mayo recibieron otro golpe: el abuelo de Fiorella falleció de Covid-19 en Lima, donde vive el resto de su familia.

Pese a que tomaron todos los resguardos para no vivir lo que habían pasado sus familiares en Perú, el 19 de junio, Karumy empezó con un extraño malestar abdominal, que siguió con vómitos y diarrea.

“Era demasiado el dolor, cada 10 minutos gritaba que le dolía la guata y de pronto comenzó a estar pálida y con los ojos hundidos”, cuenta Fiorella. Entonces decidieron llevarla a la urgencia del Calvo Mackenna, donde quedó internada. Tras el resultado positivo del examen PCR, los médicos -asumiendo que ambos padres también estarían contagiados- les dijeron que tendrían que hacer su cuarentena y no podrían ingresar al hospital hasta cumplirla.

Fiorella no entendía lo que estaba pasando; ni ella, ni su marido, ni su hija Gabriela (11) habían presentado síntomas. No comprendía entonces por qué no podía acompañar a su hija. El miedo evocó el recuerdo aún fresco de su abuelo, que murió solo. “Salí a un paradero en la esquina del hospital y me senté a llorar. Pensaba que no la iba a ver más, no quería regresar a la casa, no quería dejarla sola”, recuerda Fiorella, con la voz quebrada.

Junto a Karumy habían llegado cinco niños más al Calvo Mackenna. Muchos de ellos hicieron una reacción inflamatoria similar al shock séptico, que se activaba en cosa de minutos. Pero Carlos Acuña, jefe de la UCI pediátrica, ha confirmado la tesis internacional en sus pacientes: si bien los cuadros iniciales son dramáticos, la recuperación también es bastante rápida.

“Hay algo que gatilla el virus en el paciente pediátrico que hace que tenga una respuesta inmune muy florida. Una teoría es que esta respuesta inmune es intensa porque el niño tiene una capacidad de defenderse muy buena, y con esa misma capacidad -que es lo que genera el problema- también se defiende y lo frena rápido”, explica Acuña.

Después de tres días, Karumy comenzó a recuperarse. Se mostró más activa y le pasaron una tablet para que hablara por videollamada con sus papás. “Ahí me vino un poco más la alegría, pero ella lloraba y me decía ‘mamita te extraño, tengo miedo, yo ya estoy bien, ya no me duele nada’”, cuenta Fiorella, ahora mucho más aliviada, esperando que le den el alta a su hija.

No más Fortnite

Cada vez que le preguntan por el coronavirus, la cabeza de Cristóbal rescata una cumbia que circula en redes: “Coronavirus, coronavirus, lávense las manos, háganlo seguido”, canta ya más recuperado y animoso desde su cama en el box cuatro de la Unidad de Paciente Crítico Pediátrico de la Clínica Indisa.

Los médicos habían aplicado con éxito el tratamiento para PIMS que la experiencia internacional avalaba: inmunoglobulinas, esteroides y antibióticos. “Ahora se queja de los ruidos de las máquinas de la UCI que lo tienen chato, porque no lo dejan dormir. Como quiere ser futbolista, con eso lo alentamos para que coma y se recupere totalmente”, cuenta Marcela Concha.

Según lo que se ha visto en Reino Unido, EE.UU. e Italia, los pediatras aseguran que el peak de casos PIMS ocurre después del peak de casos de coronavirus. Sin embargo, aún es muy pronto para determinar a qué porcentaje de niños con Covid les afectaría. Pero para la doctora Concha, “esto es el inicio de una nueva carrera, vendrán muchos niños como Cristóbal, pero estamos preparados, y tenemos que adelantarnos para salvar muchas vidas más”.

Cuando Cristóbal relata lo que le pasó, sus padres no dejan de comentar lo distinto que era hace unos días, cuando apenas abría los ojos unos minutos, para volver a dormir.

“Ahí soñé que había una mancha en mi mano que se abría y se transformaba en una araña gigante peluda, así como una tarántula, y me atacaba, hasta que me desperté y grité. ¿Cierto, papá? ¡Tú me escuchaste!”, dice asombrado.

Ahora solo le queda esperar a que se cumplan tres días sin fiebre para volver a su casa, donde sus hermanos le prometieron una fiesta de bienvenida con sus dulces favoritos: Chocman y Superocho. Lo que Cristóbal ya ha decidido que no hará cuando regrese a su hogar será jugar Fortnite. Aunque los médicos incluso lo autorizaron a jugar en el hospital, él se niega.

“No sé por qué pienso que si ahora juego, me va a dar fiebre de nuevo”.

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