Tutores al rescate: los voluntarios que apuestan por disminuir la brecha educacional

Tutores y alumnos de la fundación Conectado Aprendo.

No todos los alumnos han sabido adaptarse con la misma velocidad a las clases telemáticas. Por eso es que se han levantado opciones de apoyo. Una de ellas son los tutores: una ruleta que alinea a voluntarios con estudiantes que, además de ayuda pedagógica, ha generado conexiones sorpresivas.


Las clases online que le hace Belén Rivera (28) a Diego Flores (10) son diferentes a las que tiene en su colegio. Acá no hay más alumnos que él, puede pedir que le vuelvan a explicar un ejercicio las veces que quiera y hay tiempo para hablar sobre lo que hizo en su día o conversar sobre si les tiene miedo, o no, a los truenos. Diego Flores también puede compartir su pantalla y resolver, junto a su tutora, un ejercicio de Excel donde tiene que colorear las celdas y columnas que ella le va indicando. Lo hacen a su ritmo, repitiendo la instrucción cada vez que él se equivoca.

Hay otra cosa que también es diferente: ninguno de los dos se conoce en persona. Y aunque apenas llevan tres clases virtuales, nada de eso es impedimento para que ambos se sientan cómodos. La clase fluye como si se conocieran de hace tiempo.

Diego Flores es de San Antonio y cursa cuarto básico en el Colegio Bicentenario Lyon School de Cartagena. Vive con su abuela materna los fines de semana -quien tiene su tuición-, y de lunes a viernes, con Virginia Machuca (60) -su antigua tía del jardín que lo conoció cuando él tenía dos años-. Desde 2016 que ella acordó con su abuela cuidarlo durante la semana, además de encargarse de su educación. Machuca también se hace cargo de su nieto, Gaspar Fritz (11), un niño casi de la misma edad de Flores con el que, según cuenta ella, son como hermanos: juegan, comparten pieza y van al mismo colegio.

Pese a que ambos sortearon bien las clases el año pasado, Virginia Machuca notó que se fueron quedando atrás con algunos contenidos. “Gaspar estaba muy inseguro, me decía que no se la podía, que él no sabía hacer algunas cosas. A Diego, en cambio, le estaba costando la lectura, no tiene comprensión lectora y tampoco alcanzaba a copiar las cosas que le pasaban en el Zoom”, recuerda ella. Eso, sumado a que no los veía anímicamente bien, hizo que tuviera que buscar otras opciones para apoyarlos con el colegio. Fue ahí que dio con Conectado Aprendo, una fundación que une a tutores con alumnos de todo Chile, y que realiza reforzamiento académico gratuito desde primero a cuarto medio, a través de plataformas virtuales.

Diego Flores y Belén Rivera en su primera clase de reforzamiento.

Desde abril del año pasado que ambos niños están en ese programa. Diego Flores ha pasado por varios tutores, pero este año conoció a Belén Rivera: una ingeniera en construcción recién egresada, que vive en Vitacura. En marzo, Rivera había visto en Instagram una publicación en la que buscaban tutores voluntarios que pudieran dedicar un par de horas semanales a hacer clases online a niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad. Como ya había hecho clases particulares antes, sintió que podía ser un aporte y decidió postular.

Al principio, Rivera reconoce que “estaba ansiosa, quería conocerlo luego. Y nerviosa también, porque no sabía la situación del niño que me iba a tocar”. Tras una reunión de presentación en la que estaba ella junto a las fundadoras, Virginia Machuca y Diego Flores, Belén Rivera se contactó personalmente con la apoderada para saber más de su alumno. Fue entonces que se dio cuenta de algo: ella y Flores tenían algo en común.

Conexiones fortuitas

Bernardita Comandari (21) y Cristóbal Vergara (7) no tenían nada en común, pero han ido construyendo un lazo especial. Comandari es estudiante de Pedagogía y una de las fundadoras de Conectado Aprendo. Desde abril del año pasado que conoce a Cristóbal, un niño que ahora cursa segundo básico en el Colegio Fernández León de San Antonio.

El encuentro se dio luego de que su mamá, Hortensia Pavez, se enterara de la fundación por un link que enviaron al grupo de curso de su hijo. Pavez tiene tres hijos, es educadora de párvulos, y hace 15 años que tiene un jardín particular subvencionado en San Antonio. La pandemia en lo económico le ha pegado fuerte: pasó de tener una matrícula de 60 niños a 22, tuvo que despedir a gran parte de su personal y, el año pasado, estuvo a punto de cerrar. Su marido ahora es el principal sustento de la familia, aunque no pasa mucho en la casa. Trabaja de lunes a domingo en el puerto de la ciudad, como supervisor de grúas. El único día libre que tiene son los martes.

Cristóbal Vergara y Bernardita Comandari en clases durante el 2020.

Por eso que en los últimos meses, para ambos, llevar el trabajo y, a la vez, el aprendizaje de su hijo menor se ha hecho difícil. “Uno ve en las clases que los niños de las mamás que son dueñas de casa son secos, de inmediato le contestan a la profesora. A Cristóbal igual le ha costado más. Y uno como mamá se cuestiona el tema de tener que trabajar, estar en la casa, después ir al jardín y que la última prioridad tenga que ser educar a tu hijo, es complicado”, dice Hortensia Pavez.

Con el tiempo, Cristóbal Vergara ha ido mejorando en lo que más le estaba costando: aprender a leer. Pero no solo eso ha sacado de las tutorías: la amistad que se ha dado con Bernardita Comandari ha hecho que ambos generen un vínculo más allá de lo académico. “El encierro lo ha tenido triste, y cuando está con la tía Bernardita lo pasa bien. Eso para una mamá es impagable”, comenta Pavez.

Sobre todo en los momentos más complejos de la cuarentena el año pasado, cuando tanto Pavez como Comandari notaban que Cristóbal no estaba bien. “Me decía que estaba asustado con la pandemia, de repente se aburría. Ahí lo fuimos ayudando con habilidades psicoemocionales, le mostré unos cuentos para ayudarlo a entender qué es una pandemia. Entre los dos entendíamos que había que cuidarse y que luego podríamos volver a vernos”, recuerda Bernardita Comandari.

Al principio comenzó como un simple reforzamiento académico. Un grupo de seis mujeres -tres profesionales y tres estudiantes- pensaron en un proyecto que pudiera ser una aporte para disminuir las brechas educacionales que se harían más evidentes con la pandemia. Por eso, en mayo de 2020 partieron probando con 10 niños y tutores cómo funcionaba una clase personalizada por Zoom. Más tarde llegaron a los 700 alumnos, y este año ya son 1.500 tutorías que se realizan a lo largo del país.

Con el tiempo, Conectado Aprendo se ha ido transformando en algo mucho más grande que solo clases de reforzamiento. “Aquí el contacto emocional lo es todo. Nuestra apuesta está ahí: que sea esta relación el terreno fértil que permita que ese alumno no deserte, sino que se motive, que se descubra a sí mismo en campos que jamás se hubiera atrevido a explorar”, dice Francisca Lewin, directora ejecutiva de la fundación.

En las clases online, Comandari siempre comparte su pantalla con el Power Point del contenido que le va a enseñar a su alumno. Así, Cristóbal con las herramientas de Zoom puede dibujar encima e ir respondiendo a los ejercicios.

En ese contacto emocional, a veces se dan conexiones fortuitas. Mientras Belén Rivera hablaba con Virginia Machuca sobre Diego, se dio cuenta de que su marido había sido profesor de ella en el Duoc UC. Y no solo eso: hace cinco años, ese profesor -al verla dejar una prueba en blanco- le dio la oportunidad de darla otro día, cuando se sintiera más segura.

Gracias a esa oportunidad, posteriormente Rivera sacó la mejor nota de su generación y se presentó con un 7 para su examen final. “Yo en ese tiempo tenía muchos problemas de confianza. Pese a que entendía perfecto las clases, dar las pruebas de ramos difíciles era traumático, me bajaba la presión, me ponía helada. Ese profesor tuvo la capacidad de ver más allá en mí, de ver un potencial. Se saltó todos los protocolos para dejarme hacer la prueba de nuevo sin que yo se lo hubiera pedido”.

Walter Fritz, el esposo de Virginia Machuca, se acuerda de esa alumna. “Son pocas las veces que nos volvemos a encontrar con exalumnos en la vida. Por eso me puso contento saber que era ella quien le iba a hacer clases a Diego. Todavía no se da el momento para que hablemos, pero de todas maneras lo quiero hacer”, dice él.

De alguna manera, ahora era ella quien le devolvía la mano a ese apoderado que la ayudó a superar sus inseguridades.

Las expectativas

La materia que repasan la tarde del martes Nicolás Moenne (22) con Benjamín Victoriano (16) es de la Unidad de Estadística: representación y análisis de gráficos. Como el contenido es más complejo, ambos miran concentrados la pantalla que tiene una serie de tablas y fórmulas que el alumno va analizando. La dinámica aquí es más directa: Moenne le explica cómo distinguir un gráfico de otro, cuáles son los conceptos que tiene que saber y Victoriano escucha. A veces, incluso, demorando un poco más en responder si entendió o no alguna explicación.

Moenne vive en Las Condes y está en su último año de Ingeniería Comercial de la UC. La primera vez que supo que tendría un alumno más grande en las tutorías estaba nervioso. Pensó en que podría haber contenidos difíciles que quizás en el momento no se acordaría y en lo complejo que sería encontrar una buena forma de explicarlos. Había hecho clases particulares antes, pero siempre en cursos de básica. Por eso sentía que esto era distinto.

Benjamín Victoriano y Nicolás Moenne se conocieron el año pasado. Desde ahí que Moenne le hace clases de matemáticas una vez a la semana.

Pensó también en la dinámica que tendría con su alumno y no estuvo exento de inseguridades: “Estaba un poco nervioso, porque la edad del Benja sí puede ser complicada a veces. Uno a esa edad no siempre está muy motivado con las cosas académicas, entonces no estaba 100% seguro de si él realmente iba a tener interés por las clases o iba a ser más una obligación o favor que le estaba haciendo a su mamá”, recuerda él.

Benjamín Victoriano al principio tampoco tenía muchas expectativas. Vive en Chiguayante, Concepción, y cursa tercero medio en el Instituto de Humanidades. Llegó a Conectado Aprendo por su mamá, Carol de Luján. Ella es auxiliar de farmacia. Como su trabajo es presencial, decidió tomar las tutorías, porque sentía que no podía apoyarlo con los contenidos. “Al principio me imaginé que el tutor podría ser más pesado, pero al final terminó siendo buena onda, atento cuando necesitaba ayuda o alguna clase que hacer”, cuenta Victoriano.

Sobre todo porque las clases han dado frutos: el año pasado, Benjamín terminó con un 6,8 de promedio en matemáticas. Moenne sintió en algún momento esa presión de verlo mejorar, aunque no necesariamente en las evaluaciones: “Más que en las notas, me fijo en si el alumno está realmente entendiendo la materia que repasamos. Siempre trato de que le encontremos la lógica detrás de cada tema”.

Desde la sala de clases, María Cecilia Santander, profesora jefa de Cristóbal Vergara, reconoce que ha sido difícil poder abarcar todas las necesidades que sus alumnos requieren a la distancia. “Ha sido complejo el proceso de atención y concentración de los chicos considerando que sus momentos de atención son bastantes acotados. Lo que nosotros antes podíamos manejar dentro de una sala de clases ahora se vuelve complejo: son 45 realidades distintas”, explica Santander. Como los horarios son pocos, cuenta que con los otros profesores siempre intentan abarcar en la clase lo emocional, el contenido, y otras necesidades en esa hora, aunque no siempre se logra. “Aun cuando tengamos la mejor disposición, en ocasiones se debe “priorizar” en virtud del tiempo, a pesar de no ser lo mejor”. Por eso que valora iniciativas como Conectado Aprendo, pues son un apoyo para ellos, para los alumnos y sus familias.

Belén Rivera está consciente de que hoy con Diego Flores no solo tiene que abarcar lo académico, sino que también su situación emocional. Virginia Machuca ya le contó que lo ha visto inseguro. Por eso las clases siempre parten con al menos 10 minutos de una conversación relajada, sin abordar contenidos. Y ya lo ha aprendido a conocer: “noté que es un niño un poco disperso y muy metido “en su onda”. Va a ser un proceso lento de adaptación, pero estoy segura de que quiero ser parte de eso y que todo saldrá bien”.

Mal que mal, después de saber la coincidencia con su profesor, Rivera tiene una certeza: “En este momento estoy justo en el lugar donde tengo que estar”.

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