Arnaud Desplechin, heredero ilustre de la Nouvelle Vague

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Este jueves, el destacado cineasta francés conversará con el escritor Alan Pauls en el marco del ciclo La Ciudad y Las Palabras.




"La vida es extraña", comenta Paul Dédalus y luego calla. En un esclarecedor pasaje de Tres recuerdos de mi juventud (2015), el antrópologo encarnado por Mathieu Amalric pareciera advertir, de repente, que hay algo inasible y misterioso en la existencia, más allá de lo que él mismo ha vivido, sentido y pensado, que no ha sido poco. En ese mismo momento el espectador, que lo ha seguido en sus aventuras y desvaríos, puede llegar a ser consciente de lo desbordado, misterioso, tragicómico y multiforme del cine que tiene frente a sus ojos. El cine de Arnaud Desplechin.

Es muy probable, sin embargo, que el lector de esta nota no haya visto ni esta película ni aquella a la que sirve de "precuela" (Mi vida sexual, 1996), como tampoco Reyes y reina (2004) y Un cuento de Navidad (2008), todas ellas exhibidas en el Festival de Cannes: atrapada como está entre la comedia facilona y los gustos adquiridos del arte y ensayo, la distribución local de cine francés ha obviado a este realizador inesquivable, heredero a carta cabal de la Nueva Ola francesa.

Sin embargo, nunca es tarde para empezar. Flamante invitado del programa La Ciudad y Las Palabras, dependiente del Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la U. Católica, el director y guionista tendrá este jueves una conversación con el escritor argentino Alan Pauls. Antes de que llegue ese momento, dio a La Tercera una visión de su cine y del cine en general, como quien desentumece las manos.

Películas para cualquiera

A Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960) le han buscado filiaciones desde temprano. Más de alguien comparó su ópera prima (La sentinelle, 1992) con La guerra ha terminado, el clásico de la Guerra Fría de Alain Resnais (1966). Y cuando Mi vida sexual le permitió reversionar su propia experiencia amatoria -ya con Amalric como alter ego-, salió necesariamente al ruedo François Truffaut, "el hombre que amaba a las mujeres". Y, con él, la Nouvelle Vague como espacio de libertad, audacia y ocurrencia.

"El cine al que aspiro", confirma Desplechin, "se inscribe en la descendencia de la Nueva Ola", movimiento cuya cinefilia, ligereza y mix de realidad y fantasía lo ayudó, dice, a desentenderse de un realismo francés que lo asfixiaba. Sobre Truffaut, a quien señala como su mayor influjo, dice que "fue una revelación tardía. A los 20 años, yo era godardiano como todos los cinéfilos franceses de esa época. Con los años, fui descubriendo la energía subversiva de Truffaut y sus increíbles invenciones formales".

Dada a mutar tonos y géneros en el metro cuadrado, tributaria de la literatura y del teatro (como el cine de Bergman), su filmografía habla de la familia y el amor, de relaciones que nunca son fáciles ni predecibles. También de la enfermedad, la disociación síquica y la muerte, así como del gusto tan francés por la discusión intelectual a pito de lo que sea. Para esto se ha valido de intérpretes recurrentes, que han mutado en estrellas internacionales.

Fue este último el caso de Emmanuelle Devos. También el del mencionado Amalric, más conocido como el villano Bond de Quantum of solace (2008). Junto a él ha ido "componiendo" con los años el personaje de Paul Dédalus, que figura ya en tres de sus películas, tal como otros nombres que se repiten. Y no tiene mucha idea de cómo seguirá tras su próximo filme (Los fantasmas de Ismael, 2017), pero sí de su método: "En cada nueva película, es como si reencontrara un baúl en un ático, con una decena de nombres de personajes, algo de vestuario y algunos accesorios. Con todas esas máscaras, trato de inventar algo nuevo".

Así las cosas, Desplechin despunta hoy como un autor desinhibido a la hora de pasearse entre clasicismo y modernidad. Más aún, reivindica la fusión de los elementos ("Hitchcock, ¿es un cineasta clásico o un experimentador genial? En el cine, lo clásico es lo moderno"). Y no cree en absoluto que su prestigio crítico deba condenarlo a nicho alguno, cosa que por lo demás parece probar el éxito de taquilla de filmes como Reyes y reina: "Si bien no sé hacer películas para todo el mundo, mi ambición es hacer películas para cualquiera, que puedan hablarle a cualquiera. Mi mayor orgullo es cruzarme con una espectadora popular de 16 años a quien pudo ayudar una de mis películas, vista un día por casualidad en TV".

Curiosidad, finalmente, no le ha faltado. Ha hecho dos películas en inglés, la última de las cuales (Jimmy P., 2013) reclutó a Benicio del Toro. Dice que son filmes más austeros que el resto, que le han enseñado a ir al grano a través del relato, permitiéndole ganar en simplicidad. De la TV, hasta ahora, ha sido sólo espectador. De series estadounidenses, como The wire y True detective, y de muy pocas francesas, que le atraen menos. Por ahí se explica su negativa a las ofertas que le han hecho en este ámbito. Aunque espera cambiar de opinión. Piensa, por ejemplo, que la Revolución Francesa daría para una tremenda serie: "Me encantaría contar esa historia en episodios".

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