Columna de Lucía Dammert: La muerte cruzada de América Latina

El Presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, se presenta ante la Asamblea. REUTERS


La democracia latinoamericana enfrenta desafíos cada día más estructurales. La última señal de crisis ocurrió el 17 de Mayo en Ecuador cuando el Presidente, utilizando potestades constitucionales, disolvió la Asamblea Nacional en la llamada estrategia de muerte cruzada. De los tres presidentes electos el 2021, es el segundo que busca mecanismos para cerrar el Legislativo. Si bien la situación con el autogolpe de Castillo en el Perú es muy diferente, ambos tienen de telón de fondo la crisis democrática.

Los datos son claros, según el Latinobarómetro del 2021 el apoyo a la democracia en la región no logra superar el 50% y los sentimientos que genera son indiferencia y pragmatismo de aquellos que sienten que otro régimen político podría traer respuestas a sus necesidades. Sensación que se vincula con una realidad marcada por un contexto de instituciones deficientes, estancamiento o crisis económica, aumento de la violencia y el crimen, y una elite política muchas veces divorciada de los problemas de la gente.

Los partidos políticos, salvo en algunos casos excepcionales, son cada días más frágiles, menos representativos y fragmentados. Situación que trae de la mano presidentes de minorías con limitado poder sobre un legislativo entendido como débil y en muchos casos obstruccionista. De la mano de esta debilidad se consolidan los liderazgos hiperpresidenciales que tienden a fortalecer discursos y prácticas autoritarias que incluyen presidentes de ambos lados del espectro político como Bolsonaro, Bukele, Ortega o Maduro.

Las herramientas para consolidar el poder político son los discursos polarizantes y las constantes campañas de desprestigio que, como los reality shows, muestran que todo vale con tal de eliminar a tu oponente. Los ejemplos son múltiples y conocidos, en algunos casos incluyen limitación de libertad de expresión, intervencionismo en ya débiles instituciones públicas e incluso justificación a la evidente violación de derechos humanos.

Ante este escenario, se consolidan estallidos ciudadanos que desde inicios de los 2000 en Argentina, empujan por respuestas a los problemas urgentes. La pandemia del COVID19 vino a poner un paréntesis a estos procesos de frustración, pero la ciudadanía sigue reclamando por resultados con un pragmatismo ideológico y político que solo se puede entender por el deterioro de la identidad política de las grandes mayorías. Sin cambios, los estallidos sociales seguirán.

La llamada ola rosada de gobiernos de izquierda parece tener corta duración y su alternativa se constituye con mensajes claros de duda frente al rol del Estado y la posibilidad real que la democracia pueda resolver los problemas ciudadanos.

No necesariamente hay un “vuelco a la derecha” en un continente donde Lula, Boric, Petro y Castillo no ganaron por aplastantes mayorías sino más bien por coaliciones con intereses y voluntad de poder definidas.

La muerte cruzada nos muestra una verdadera amenaza donde lo que está en juego no es la posición o capacidad gubernamental de un gobierno, sino la convicción sobre los valores democráticos en la región. Los desafíos son claros, el Estado tiene que resolver los problemas principales de las personas de forma rápida, eficiente y justa. Los partidos necesitan restituir identidades políticas con base y respaldo social cotidiano, dejando de lado la hiperfragmentación y enfrentando la corrupción como mecanismo de funcionamiento. Por que seamos claros, cuando la muerte cruzada afecte los principios y valores democráticos en nuestros países, perderemos todos.

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