El humor, la última virtud
La virtud de los griegos (areté) es alcanzar lo que uno está llamado a ser. Es la excelencia encontrada en el justo medio, esa que emerge entre el exceso y el defecto. Una vida virtuosa es aquella que desarrolla, en equilibrio, capacidades humanas como la justicia, la templanza, la valentía, la prudencia. El humor es ahora para mí una parte importante de esa armonía de vida virtuosa. Es una forma de sabiduría profunda, vasta, trascendente, que lustra todo lo demás. Cuando otros sobreactúan lucidez, el humor es un antídoto, un acto virtuoso que no se burla. Es inteligencia que sabe hacer reír sin herir y que permite mirar el mundo con distancia, porque en la risa compartida hay algo profundamente humano: es el gesto que le devela al otro lo ridículo, sin ridiculizar, o que le hace visible lo invisible. Este tipo de humor no es ingenio, es amor.
Por cierto, muy pocos alcanzan esta virtud. Uno de ellos es mi amigo Felipe Schwember, cuya presencia en el mundo es ahora intangible. Filósofo de los buenos, cargado con una pluma aguda, brillante, valiente a rabiar, Felipe desarrolló el humor como su forma de máxima humildad, pues el humor virtuoso exige también prudencia. No todo humor da risa, no todo humor une. Hay bromas que humillan, pero esas no eran parte de su repertorio, mostraba con amor las flaquezas del mundo. Pero su más virtuoso humor, sagaz y humilde, era el que le permitía reírse de sí mismo. Con ello mantuvo siempre abierta la posibilidad de equivocarse y de compartirlo con los demás. Su vulnerabilidad estaba expuesta en cada risa.
De un modo propio, Felipe Schwember desplegó el humor habitual de sus relaciones más cercanas en la filosofía, en su quehacer profesional. Como en una comedia griega, sus intervenciones públicas delinean una crítica político-social, de lo absurdo y de los riesgos que muchos pasan por alto, aun con las mejores intenciones y también con las peores. Creo que sus columnas son un guion, los diarios fueron su teatro, y que cada uno de nosotros le ofreció un personaje risible. Hizo de coro incluso, portando la defensa de aquellos sin voz en una sociedad aturdida.
Los últimos años trabajó sobre las utopías, cuyas promesas de mundos terrenales perfectos justifican su fin a través de cualquier medio, y también ahondó en las distopías, que ahogan las libertades obligando a las personas a dejar de ser lo que están llamadas a ser o excluyéndolas. Notar que toda utopía contiene una distopía, es una manera irónica de mostrar cuán tiránicos pueden ser esos proyectos que nos ofrecen felicidad en cajas de cereal. Felipe nos ayuda a no caer en el peligro de esclavitudes mentales. Su propósito fue provocar discusiones sobre los delirantes escenarios terrenales que han emergido, buscando siempre mejores formas que el cinismo, elevando el nivel de los argumentos, despejando lo inútil, alzando un mejor mundo. En ese camino, el humor le ayudaba, porque tiene una potencia extraordinaria para abrir nuevos espacios y darnos herramientas para reconstruirlos. Su humor es la fisura que crea posibilidades, libera tensiones, que resiste. Fue su rebelión, su libertad.
Felipe Schwember nos enseña que el humor es un ejercicio ético: él vislumbraba las consecuencias, aligeraba lo pesado, y en su brutal sinceridad cuidaba de los otros. Su humor virtuoso me recuerda la idea de hospitalidad de Humberto Giannini. Proveniente del latín hostis, que significa huésped y enemigo al mismo tiempo, la hospitalidad es el ofrecimiento de una casa a “otros”, de una visión del mundo compartido y de una relación que necesita tolerancia mutua. El humor es una forma de hospitalidad emocional en la que nadie pierde su dignidad porque acoge al otro incluso en lo molesto. Sin duda, es el ejercicio más difícil, y por tanto la última virtud. Gracias también por reírte de mí tantas veces, Felipe.
In memoriam Felipe Schwember 1976-2025
Por Nicole Gardella, Directora de Incidencia Pública y Cátedras, Escuela de Gobierno, UAI
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