Opinión

La breve saga del Frente Amplio

En Lampa, por cerca de 50 minutos, el Presidente Gabriel Boric entregó explicaciones por el caso de Manuel Monsalve.

Hace dos años, cuando por todos lados se anunciaban conmemoraciones de los 50 años del golpe de Estado que cortó en dos el siglo XX chileno, Daniel Mansuy, intelectual de derecha, publicó en abril Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular, un libro que se animaba a identificar los principales vacíos de la izquierda ante su fenómeno definitorio. Acaso sin pretenderlo, fue el libro que inauguró el cincuentenario. Mansuy se adelantó a todos.

Ahora, su nuevo libro, Los inocentes al poder. Crónica de una generación (Taurus, 222 páginas), hace algo parecido: se anticipa al balance del gobierno de Gabriel Boric y la experiencia del Frente Amplio, que ha sido uno de los temas subyacentes de la campaña electoral y probablemente lo será en forma abierta en los meses previos al término del cuatrienio. Esto último hay que decirlo con prudencia, porque la izquierda de los 30 años no hizo nunca un análisis crítico de sus derrotas.

La pregunta fundamental que se formula Mansuy no es “¿cómo fue el gobierno?”, sino “¿quién estuvo en el gobierno?”. Para desarrollar su respuesta, elige la conferencia de prensa de 53 minutos que Boric ofreció tras la caída de Monsalve, el 18 de octubre del 2024, donde el Presidente intenta demostrar que, en forma personal, es inocente de lo que ha ocurrido, que es sincero al explicar su actuación y que el poder no lo ha cambiado. En suma, concluye Mansuy, Boric se revela como “un rebelde que no quiere renunciar a serlo por ser Jefe de Estado”.

Esto sería relativamente inocuo si no constituyera la definición de todo el Frente Amplio y de la generación que ascendió con él. En su origen etimológico, “inocente” significa “que no causa daño”, y por eso es un término asociado a la pureza, a lo que no ha sido contaminado por la oscuridad del mundo y, en el sentido negativo, a lo que no tiene experiencia, incluyendo la experiencia del mal. De allí que los símbolos siempre sean niños, pajarillos, corderos.

El mayor contraste con esa situación lo ofrecía, en la década del 2000, el Presidente Ricardo Lagos, que “ha sido siempre algo así como la bestia negra del Frente Amplio” (Mansuy recuerda que Boric no lo mencionó en su discurso inaugural). Lagos -esto no lo dice Mansuy- fue maltratado por los jóvenes “rebeldes” como lo fueron los padres, simbólicos o reales, alineados con la Concertación, a los que acusaban de entreguismo, connivencia o, derechamente, corrupción. Por uno de esos designios que rigen la conducta humana, muchos de esos padres aceptaron los reproches y se plegaron a la causa común de cambiar el mundo.

Mansuy se remonta al origen del Frente Amplio, las movilizaciones estudiantiles del 2011, que empezaron contra el costo de las universidades, pero fueron “asumiendo un tono de denuncia global sobre el estado del país”, rechazando las propuestas del primer gobierno de Piñera y las de la agónica Concertación, que era, en realidad, “el auténtico adversario”. La Concertación no se dio ni cuenta, ni siquiera sus figuras más lúcidas.

Eran sus hijos. La pregunta -que no se hace Mansuy, no es su tema- es quién educó a esos hijos, dónde les enseñaron todas sus extrañas versiones sobre la historia reciente, cuáles fueron esos profesores. Como sea, lo que traen los dirigentes estudiantiles es una aguzada idea de la culpa social. Giorgio Jackson lo dice así: “Buscar que los estudiantes privilegiados tomaran conciencia de su situación y les generara angustia, culpa y rabia”. Mansuy lo denomina por eso “apóstol de la angustia”. Se escucha, en efecto, un repique cristiano en el coro de fondo.

En el 2013, estos dirigentes ganan su primera batalla a la Concertación ya muerta, con la ayuda de Michelle Bachelet, que los incorpora al gobierno de otro artefacto, la Nueva Mayoría, al que ellos se niegan a ingresar, aunque aceptan cargos. Un pie adentro, otro afuera.

La principal tesis política de los jóvenes es que “el pacto de la transición” (que nunca nadie define con precisión) excluyó a las mayorías. Mansuy lo denomina “el mito originario”. Boric lo dice en el 2018 de manera menos pulida: la Concertación “decidió excluir al pueblo de los procesos sociales”. La nueva generación se propone unir la política con el movimiento social, pero no logra resolver el problema de que uno de sus líderes, Boric, se muestra decidido a ganar batallas electorales donde predominan las instituciones, no los movimientos.

Estos fantasmas acompañan al desarrollo del Frente Amplio hasta el 2019. Mansuy diagnostica: “En septiembre del 2019 el Frente Amplio se encontraba en un estado de completa desorientación”. Octubre del 2019 lo pilla en crisis, al punto que no sabe cómo reaccionar ante la violencia ni el descalabro institucional; unos días después se rompe y pierde cinco fracciones. Y se pierde al firmar el acuerdo para una nueva Constitución (Boric lo firma solo). La Nueva Mayoría está un poco peor, excepto los comunistas, que piensan en el “momento leninista”: cuando una revuelta se convierte en revolución. El PC se resta de todos los acuerdos: está a la espera.

Después vienen la elección presidencial, la Convención Constitucional, el categórico triunfo del Rechazo. Hasta la derrota de septiembre del 2022, que lo desbarata todo, el Frente Amplio mantiene su relación hostil con la Nueva Mayoría. Para ellos, lo peor es el PPD (fundado, hay que recordar, por Lagos), al que procuran distanciar una y otra vez. Como “monistas apasionados y mensajeros de lo absoluto” (Milan Kundera), los inocentes “no admiten transacciones con un mundo contaminado”, pero su agenda debe dar un giro con la llegada de Carolina Tohá. Una especie de rajadura en el manto de la pureza.

La nueva izquierda ya no tiene mucho que hacer: ha sido víctima de su ausencia de relación con la sociedad. Mansuy: “El anclaje social tenía mucho de simulacro: lo primordial es la identidad. No hay preocupación alguna por comprender el mundo y dejarse interpelar por él”.

¿Está muerto el Frente Amplio? Mansuy no llega hasta allí, pero es probable que la respuesta sea no. ¿Qué necesitará para sobrevivir? Una revisión de sus premisas, un ajuste a su realidad política (un grado menos de electoralismo) y un recambio de dirigentes. Es lo que deduce del libro, no lo que dice.

El libro de Mansuy no oculta el punto de vista desde el que habla y a veces lo inunda cierto aire de indignación intelectual y moral. Se esfuerza por ser fiel a los hechos y las palabras y, al fin, establece un relato que parece más coherente que la caótica realidad de estos años. Hasta ahora no se había intentado.

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