Los hombres no van a terapia




Cuando Felipe Leyguarda (36) fue por primera vez a terapia en 2020, lo hizo después de evaluar la idea por un largo tiempo. Si bien se decidió a contactar a una especialista por iniciativa propia, solo se convenció después de ver la positiva experiencia que, en ese entonces, tenía su pareja con su propia psicóloga. “Me costó empezar todo el proceso. Desde asumir que existía un problema, hasta la búsqueda de la terapeuta”, recuerda. “Estaba súper nervioso, ansioso. No sabía qué decir o cómo empezar a relatar el porqué había decidido empezar una terapia”.

Al igual como le ocurre a la mayoría de los hombres, para Felipe, abordar la salud mental buscando ayuda profesional a través de una terapia psicológica, fue un proceso que le resultaba ajeno. Algo que su género no hace. “Básicamente me costó porque asumir un problema no es fácil”, comenta. “Además tenía muy internalizado el chip que me decía que yo podía resolver solo mis problemas. Dudé harto”.

Si bien tendemos a asociar al género masculino con aquellos que han gozado de los beneficios de una sociedad eminentemente patriarcal, para muchos, la masculinidad tóxica también ha traído perjuicios. Una de los más graves quizás, son las heridas emocionales que no han sido tratadas producto de concepciones en torno a lo que significa ser hombre y de cómo deben vivir sus emociones. Según el estudio Males and Mental Health Stigma, publicado en 2020 en el American Journal of Men’s Health, uno de cada cinco adultos sufren de alguna condición de salud mental en Estados Unidos. Y si bien la prevalencia de este tipo de enfermedades es mayor en la población femenina, es en los hombres en quienes suelen no ser diagnosticadas ni tratadas. “Los hombres son más reacios a buscar ayuda y más propensos que las mujeres a incurrir en comportamientos poco saludables y peligrosos”, explica el documento. “Incluso cuando existen diversas modalidades de tratamiento disponibles, todavía existe una desproporción notoria entre el número de hombres que experimentan problemas de salud mental versus aquellos que finalmente buscan ayuda”. Además, el estudio agrega que la salud mental entre los hombres se ha vuelto el otro “asesino silencioso” y que, entre las causas, los expertos apuntan al rol del estigma que existe en torno a este tema.

Daniela Bellinghausen, psicóloga y Directora de Salud Mental de Ilusión Viril explica que, uno de los fundamentos por los que a los hombres se les hace más difícil ir a terapia, es el sistema sexo-género que actúa como orden social. “Durante el proceso de socialización se interiorizan estereotipos de identidad binarios de género rígidos que definen los comportamientos socialmente aceptados”, comenta la especialista. En este contexto, agrega que los rasgos en el estereotipo de masculinidad actual están asociados a la fuerza, la inteligencia y la racionalidad por sobre lo emocional. “A esta configuración de género masculino se le puede atribuir el que para el hombre sea más difícil la decisión de iniciar un proceso de psicoterapia porque es un acto de pedir y recibir ayuda”, comenta Daniela. Y esto, según explica la especialista, se contrapone a las ideas de autosuficiencia e independencia que caracterizan lo masculino. “La terapia implica relacionarnos con aquello que nos resulta conflictivo. Entramos en contacto con nuestras propias vulnerabilidades y eso también se identifica como una señal de debilidad”, agrega la especialista.

El psicólogo clínico Alexis Alderete concuerda con que la salud mental es un tema que ha estado acompañado, por mucho tiempo, de estereotipos. Agrega muchos de ellos se han ido deconstruyendo en la sociedad, pero que, en el caso de la cultura del machismo, aun se encuentran muy vigentes. Agrega que se trata de nociones que refuerzan la falta de autocuidado y el abandono de la salud física y mental como parte de ser fuertes e independientes. Los hombres “tienden hacia el aislamiento que es visto como independencia. A la dureza que se percibe como fortaleza y la autocensura de las emociones”, explica el especialista.

Felipe Leyguarda explica que, una vez que logró superar los prejuicios, detectar que, en su caso, el estrés laboral y otros problemas asociados a su trabajo estaban afectando de forma profunda su bienestar emocional, llegó a la decisión de iniciar un tratamiento y entendió que, lo que lo había detenido, en el fondo, eran solo incertidumbres, ideas preconcebidas erróneas y desinformación. “Finalmente todo resultó muy bien. La conversación con la psicóloga fluyó y me di cuenta de que esta persona tenía herramientas que me hacían reflexionar sobre mis problemas. Así fui desatando nudos que me aquejaban en ese minuto”.

Pero, una vez superadas las primeras barreras —reconocer el problema y pedir ayuda— la comunicación de sus sentimientos y emociones, fluyó para Felipe con relativa facilidad. En cambio, para otros, es un muro imposible de sobrepasar. “La expresión de cualquier señal de sensibilidad es vista como signo de debilidad entre los pares”, explica Alexis Alderete. Esta idea, agrega el especialista, ha perpetuado que el hombre perciba como fuera de su rol el acto de pedir y recibir ayuda. “A menudo intentan resolver los problemas afectivos por sí solos sin involucrar a más personas, ya sean profesionales o no. Esto la no expresividad de estas problemáticas”, explica.

Pero muchas veces no solo se trata de no querer compartir los problemas del mundo emocional con otros, sino que, más grave aún, de la inhabilidad para hacerlo.

El expresidente de la Sociedad Americana de Psicología, Ronald Levant, acuñó el término alixtemia masculina normativa para referirse a la incapacidad que sufren muchos hombres de describir con palabras sus emociones. Esto se traduce en una enorme dificultad para ser parte e involucrarse en un proceso de terapia que requiere compartir con el especialista, los sentimientos, emociones y reflexiones. Pero, además, dificulta que ellos mismos identifiquen sus estados internos y puedan determinar, por ejemplo, cuando se sienten ansiosos o deprimidos. Y la consecuencia de no saber expresar en palabras la emoción es que no pueden realmente beneficiarse del proceso terapéutico si logran sortear las barreras sociales y acceder a él. La psicóloga Daniela Bellinghausen explica que la terapia requiere de una implicación activa. “A veces sucede que voy a psicoterapia para que me solucionen el problema y eso implica una postura pasiva con respecto al proceso y la terapia psicológica requiere una implicación de ambas partes”, explica.

Tal como ocurrió con Felipe, muchos pacientes posponen su primera consulta un tiempo. Pero otros, la retrasan hasta llegar al límite. Alexis Alderete explica que, en su experiencia clínica, ha observado que lo que finalmente los hace consultar en la mayoría de los casos son los desbordes emocionales, la falta de control en el manejo de las emociones, la violencia familiar y hacia terceros y la impotencia sexual.

“Consultan cuando la situación los desborda y ya no pueden resolver por sí mismos”, explica. “Lo que hay que romper es la complicidad que todos tenemos en el mantenimiento de estas normas tan dañinas y tóxicas. Hay que crear una cultura que detenga la narrativa sobre el sufrimiento silencioso y las expectativas de que los hombres deben ser fuertes, estoicos y reservados”, agrega.

Y es que el no pedir ayuda o realizar un proceso terapéutico cuando realmente es necesario, puede tener un costo demasiado alto. Si bien las cifras indican que la incidencia de trastornos de salud mental en mujeres es mayor que en hombres, la tasa de suicidios en este último segmento de la población supera con creces a la femenina. De acuerdo con datos publicados por la OMS, en Chile se registraron 1,700 suicidios en 2019. Del total de chilenos fallecidos por esta causa 1,394 fueron hombres.

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