Hace tres años, en una entrevista, planteé: "El país se está cayendo y entre todos tenemos que levantarlo". Sin quererlo, ese titular me metió en una trinchera donde salieron varios profesionales de la política a criticarme y a cambiar mi frase por una falsa: "El país se está cayendo 'a pedazos'", me atribuyeron... Lo dramático es que ahora esa segunda frase, que no es la mía, podría estar haciéndose realidad.

Desde el ring de la política, pocos escuchan o se escuchan entre sí, pocos se informan antes de opinar, y la mayoría parece calcular los votos antes de pensar en serio en su país. Yo no busco votos ni los buscaré. Supongo que pocos leyeron entonces mi llamado a trabajar juntos por Chile, lo cual es natural, porque era una opinión más entre muchas otras, pero salieron a criticar antes de siquiera mirar los párrafos que sustentaban mi diagnóstico.

¿Qué decía?

Que "tenemos que cuidar el país, tenemos el imperativo de hacer los cambios necesarios. Parece que estuviéramos siempre esperando que estallen los problemas para actuar. (…) Pasan años, pasan gobiernos y en algunos casos parece que las cosas empeoran, porque no se está poniendo el foco en lo que realmente importa. Hagamos que este país funcione definitivamente mejor".

El 2016 puse como ejemplos el problema de las pensiones, del Sename, del conflicto en La Araucanía, y me referí especialmente al Transantiago y al impacto que tiene en la rabia de las personas: "Eso es inequidad de verdad. Es fácil hablar de desigualdad cuando se va en auto al trabajo, mientras muchos chilenos pasan horas a la intemperie, con transbordos y colas, en un sistema quebrado. Lo que se vive en los paraderos de micro es indigno y los esfuerzos han sido ineficaces para dar con una solución definitiva. Abrámonos incluso a pensar en un Transantiago estatal. ¿Por qué no? El Metro lo ha hecho bien. Las personas se merecen un servicio de transporte digno".

Resulta muy frustrante repasar esas últimas frases justo ahora, cuando grupos de violentistas ya arrasaron precisamente con lo mejor del sistema, el Metro, paradójicamente estatal, dándole un golpe a la calidad de vida de las personas que habitan en comunas apartadas del centro de Santiago. Tal como afirmé entonces, cuando me referí al Instituto Nacional como un emblema, un símbolo de excelencia que se está dejando caer, considero una tremenda irresponsabilidad que sigamos tolerando esa violencia y no esté aprobada la ley contra los encapuchados. Una cosa son las marchas pacíficas a cara descubierta; otra muy distinta es el vandalismo, el incendio, la destrucción y el terror.

Tres años después, luego de la poca acción de la clase política, de nosotros los empresarios y de todos los que podemos hacer más por Chile, vemos cómo un nuevo terremoto y tsunami arrasan el país. El terremoto es la violencia descontrolada de grupos probablemente organizados, capaces de quemar decenas de estaciones de Metro simultáneamente, y desatar una ola de saqueos, incendios en supermercados y destrucción de miles de tiendas de pequeños emprendedores, causando enormes daños que sólo empobrecen a los pobres y a la clase media. El tsunami es social y es la manifestación paralela de muchas personas, especialmente jóvenes, que festejan que "Chile despertó" y salen a recordarnos que hay problemas que seguimos sin resolver.

La República de Chile, su democracia, con representación de todos los sectores, en unidad y con liderazgo, supo levantarse del duro embiste de la naturaleza en 2010. Hoy hay que volver a levantarse, todos juntos y enfrentar esta nueva emergencia. Derrotar, aislar y neutralizar a los que causan la violencia, pero atender de una vez por todas los desafíos pendientes.

Para salir de la crisis se necesitan acciones concretas: fijar correctamente las prioridades y recursos; y que los que podemos, ayudemos a pagar la cuenta. Algunos dicen que para eso es necesario un impuesto del 1% al patrimonio de los más ricos, y otros opinan que con eso estamos abriendo la puerta al descalabro de la economía.

Pienso que, si queremos soluciones de verdad, no podemos seguir haciendo lo mismo. ¿Quieren discutir de ese impuesto al patrimonio? Perfecto, ningún problema. Abrámonos a evaluar todas las alternativas, pero aprendamos también todas las lecciones: discutamos cómo se administrarán esos nuevos recursos. Pongamos más, pero ¿para qué? ¿Para seguir llenándonos de más y más ministerios, subsecretarías, gobernadores sin atribuciones, mesas de trabajo, seremis y tantos otros cargos para repartir, de asesores parlamentarios y programas sociales probadamente ineficientes? No, para eso no estoy dispuesto.

Cuenten conmigo si quieren estudiar ese impuesto u otro mecanismo para ayudar a "pagar la cuenta", pero asegurémonos que ahora sí habrá un buen servicio al país y a los que más lo necesitan. Pongámonos de acuerdo en un presupuesto nuevo, eficiente, sin arrastres de amiguismo y repartijas de cargos públicos, sin negarse a cerrar ministerios o disminuir parlamentarios, y sin negarse tampoco a hacer más eficiente y flexible la administración pública. Como planteé el 2016 "el Estado de Chile está en deuda".

Mejoremos los salarios nivelando para arriba, ¡hasta cuándo nivelamos para abajo, con ideologías que fracasaron en todo el mundo! ¿Tarde? Sí, puede ser, pero es el momento de dar un primer paso con fuerza y convicción. ¿O vamos a seguir esperando?

Mejoremos las pensiones sin consignas, el transporte público, la salud, la educación, la seguridad. Hagámoslo ahora, ajustemos todo lo que sea necesario, pero sin retroceder lo mucho que hemos avanzado, porque la fórmula chilena ha sido exitosa para sacar a muchos de la pobreza. Mejorémosla, pero cuidémosla. Avancemos en paz, con energía y sin poner más obstáculos al crecimiento, condición esencial para el progreso y el bienestar. Contribuyamos con más recursos, que ahora sí lleguen a las personas. Demos juntos, con respeto por la democracia, el salto que nos falta para que los beneficios del desarrollo lleguen a todos los rincones y a cada habitante del país.

Asumamos todos nuestros errores, dejemos los prejuicios de lado y construyamos un Chile mejor de verdad.