Amenazas a candidatos presidenciales
El solo hecho de que existan grupos dispuestos a proferir amenazas de muerte o que relativicen de esa manera la violencia debe ser motivo de enorme preocupación, algo que la sociedad no siempre parece calibrar en toda su dimensión.
Ha coincido que por estos días tres candidatos aspirantes a la Presidencia de la República han sido objeto de amenazas de muerte. Por una parte, durante las manifestaciones en el centro de Santiago con motivo del 1 de mayo aparecieron colgados de los pies dos muñecos, que representaban a Johannes Kaiser y José Antonio Kast respectivamente, ataviados además con símbolos nazi. Las imágenes fueron difundidas en las redes sociales de las Juventudes Comunistas, colectivo que se ha desligado de la responsabilidad de lo sucedido. Días después, el candidato del Frente Amplio, Gonzalo Winter, fue objeto de un grave amedrentamiento, al circular un video donde se incitaba a atentar contra él.
Ambas imágenes han sido objeto de amplio repudio en el mundo político, enfatizando la importancia de erradicar la violencia y optar siempre por las vías pacíficas para expresar desacuerdos. Este rechazo transversal es ciertamente una señal valiosa, pero el solo hecho de que existan grupos dispuestos a proferir amenazas de muerte o que relativicen de esa manera la violencia debe ser motivo de enorme preocupación, algo que la sociedad parece no calibrar en toda su dimensión.
La incitación a la violencia es un mal altamente corrosivo, que no puede ser tolerado en ninguna forma, porque además de que puede resultar muy peligroso para las personas que son objeto de una amenaza, socavan las bases mismas de la convivencia en la sociedad. En efecto, en la medida que determinados grupos se sienten con el derecho a amenazar a otros, se va allanando el camino para que las víctimas de tales amenazas sean desprovistas de su dignidad y derechos fundamentales, y al degradarse de esa forma se justificaría insultarlas, agredirlas o en el extremo atentar contra ellas. Además, una sociedad donde la deliberación y el intercambio de puntos de vista es reemplazado por el amedrentamiento o el temor supone una derrota para la democracia misma.
Lo sucedido también amerita una reflexión respecto del clima altamente polarizado en que se desarrolla actualmente nuestra política. Es un hecho que la forma civilizada de debatir ha sido muchas veces reemplazada por insultos, descalificaciones o ataques mediante informaciones falsas, creando un ambiente de crispación que alimenta las reacciones febriles o incluso actitudes violentas, las que fácilmente pueden salirse de control.
Ciertamente es necesario que los propios partidos y los dirigentes políticos den el ejemplo y favorezcan conductas de moderación y de diálogo constructivo, repudiando toda forma de violencia. Pero también es indispensable que el conjunto de la sociedad tome conciencia sobre la importancia de asegurar que nuestra política y las campañas se puedan desarrollar sin temor a la agresión y en plena normalidad. Las amenazas de que han sido objeto estas tres candidaturas constituyen en ese sentido un potente llamado de alerta, recordándonos que este tipo de conductas en ningún caso pueden naturalizarse o banalizarse, porque ello inevitablemente puede dar origen a una peligrosa espiral de violencia.
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