Las alturas de Juan Pablo Mohr: la conexión sin retorno con la Montaña Salvaje

Juan Pablo Mohr, recostado, a horas de atacar la cima del K2.

El chileno llegó al campamento base del K2 el 29 de diciembre para desafiar a una cima traicionera.



Juan Pablo Mohr (34) quiso llorar apenas puso un pie en el campamento base del K2, la segunda montaña más alta del planeta (8.611 metros sobre el nivel del mar). Más de un año de espera, con pandemia y fractura en el pie izquierdo incluidas, pero con tiempo para estar con sus tres hijos como nunca antes lo tuvo. Entrenamiento silencioso, un proyecto arriesgado. Desafío a su paciencia. El 29 de diciembre de 2020, el mejor alpinista chileno de la actualidad estaba donde quería estar. En el único lugar donde realmente es feliz. Ya se sentía pagado.

“Más que la cumbre, lo importante es el camino”, el lema que JP siempre transmitió a sus seres queridos. Más real que nunca, mientras instalaba su carpa y equipos de alta montaña con vista al macizo ubicado en la cordillera del Karakórum, en la frontera de Pakistán, India y China. “Impresionante la energía de esta montaña, la primera vez que lo vi quise llorar”, escribió en su cuenta de instagram dos días antes del año nuevo. “Este invierno nos han tocado temperaturas extremas: solo en el campo base hemos registrado temperaturas bajo los -35ºc. El Karakórum es el lugar de la verticalidad real y hay muchas montañas inexploradas”, complementaba.

Un descanso en la carpa en la travesía que lo llevó al K2.

Ya pasaron 47 días desde aquel mensaje y la pregunta que hoy envuelve al escalador es una: ¿Dónde está? Su último contacto fue el viernes 5 de febrero, cuando intentaba un ataque a la cima, junto al pakistaní Ali Sadpara y el islandés John Snorri. El sábado 6, las autoridades reportaron a la expedición como desaparecida. A partir de ahí, cuando el invierno himalayo lo permite, la búsqueda no ha parado. Y aún no se sabe qué pasó, dónde, ni la suerte que tuvieron los tres alpinistas. Lo único seguro es que si el imprevisto los dejó atrapados sobre los 7.800 metros, hoy no están vivos. Es así de simple. Así de crudo, también. El K2 es conocido como la Montaña Salvaje, quizás la más voraz entre los 14 ochomiles que hay en el mundo. Y en invierno lo es más, porque hasta el pasado 16 de enero nadie había podido hacer cumbre en esta estación, donde los vientos alcanzan hasta 200 kilómetros por hora y el frío puede llegar a 60 grados bajo cero. El chileno quería ser parte de la segunda expedición exitosa, con su marca personal, que es no utilizar oxígeno suplementario.

Sueños

La relación de Juan Pablo y el deporte comenzó con el skate, de niño. Algo de fútbol también jugó, pero cuando descubrió el mundo de la montaña a los 17 años, nunca más salió. El cerro El Plomo fue la primera conquista (5.424). Se duerme pensando en subir y despierta igual. Literalmente, cuando está en su departamento de Las Condes, lo primero que hace al abrir los ojos es trepar por una de la paredes. Su dormitorio es la adaptación de un muro de búlder, que es una modalidad de escala deportiva. Para Mohr es más que un ejercicio. Es su necesidad. El cemento de la ciudad lo consume rápidamente. “Compadre, estoy un ratito acá (su casa) y tengo que ir a buscar un cerro, ir a botar lo negativo, limpiarme y renovar energías”, comentó a este diario tras volver de la conquista del Everest sin ayuda de oxígeno de apoyo, logro inédito para el deporte chileno.

“En la montaña es feliz. Medita, conectado con la montaña, compenetrados con una disciplina. Ojalá todos pudiéramos conectarnos así”, relata Federico Scheuch, primo en segundo grado, mejor amigo y mánager del especialista. El partner, de hecho, se embarcó el jueves rumbo a Pakistán. “Voy para traérmelo de vuelta”, sentencia con una confianza total, pese a la situación extrema. “No sé si existe una palabra grande para describirlo. Fuerza, yo creo. Es fuerte mental y físicamente. Su convicción para hacer las cosas es potente”, apunta.

JP, bailando junto al español Sergi Mingote, días antes del fallecimiento de su mentor.

Esa convicción, justamente, es la que lo puso en un desafío muy personal a nivel local. Cubrir las 16 cimas más altas del país y en cada una tirar líneas para la construcción de un refugio que ayude a los que deseen seguir sus pasos. Crear nuevas rutas y sumar a los lugareños en el plan. En otras palabras, crear cultura de montaña en Chile. A través de su fundación, Deporte Libre, y con el apoyo privado de CMPC, dejó andando el proyecto antes de volar a los Himalayas. Escalar por distintas regiones también le sirvió de entrenamiento para lo que vendría.

En ese mundo onírico y de retos que guía a JP, la ecuación siempre fue simple: a mayor altitud, mejores ideas. “Las montañas me dan todo, es una forma de meditación”, relató en otra de sus conversaciones con este medio. En su lista de chequeados, ya tenía el Annapurna (8.091), el Manaslu (8.163), el Lhotse (8.516) y el Everest (8.849). Todos en las mismas condiciones. Sin oxígeno complementario y sin apoyo de sherpas. Un montañista puro, “honesto”, como fue descrito en una revista internacional, cuyo mayor objetivo es completar todos los ochomiles.

Al límite

Su lucha en esta ocasión, eso sí, fue mucho más allá de lo físico y mental. Se transformó también en una prueba para su espíritu. Al mismo tiempo que 10 alpinistas nepalíes hacían historia, Mohr se enfrentó a una de sus mayores penas en la montaña. La muerte del español Sergi Mingote, su gran compañero de ruta, con quien planificó esta última travesía. El K2 se lo llevó a mitad de enero, tras una caída de varios metros que el chileno sufrió en primera línea.

“Han sido días durísimos, pensando y viviendo de cerca la muerte de nuestro amigo Sergi (...) Después de caerse hay que levantarse. Nuestro amigo Sergi ya no está con nosotros físicamente, pero sí espiritualmente. Así que como a él le hubiese gustado, volveremos por esa cumbre”, fueron dos relatos del arquitecto (de profesión) en sus redes sociales, el 18 y 22 de enero, cuando decidió seguir la empresa. Así terminó uniéndose después a Sadpara y Snorri.

Una de las últimas imágenes de Juan Pablo en Chile, durante el desafío de escalar 16 cumbres nacionales.

Posiblemente no imaginaba que casi tres semana después le tocaría a él tener un diálogo de frente con la tragedia, aunque siempre estuvo consciente de los peligros. “Ya llevamos 9 días en el campo base (5.000 metros). Ha sido una larga espera, preparándonos para la próxima ventana de cumbre, aclimatando, boulderiando, entrenando y esperando con paciencia. Ya se vendrá el momento para subir el K2”, escribió el 27 de enero en su bitácora digital. La vigilia terminó el 2 de febrero, cerca de las 5 de la mañana, cuando comenzó el verdadero ascenso. El programa estaba claro: llegar directo al C2 (6.760), subir al C3 (7.350) el miércoles 3, para retomar energías y el jueves 4 moverse al C4 (8.000), desde donde se haría el ataque final a la cima el viernes 5 de febrero. Lo que vino después fue la angustia que hoy tiene en vilo a familiares, amigos, montañistas y a muchos chilenos que a raíz de este infortunio han conocido parte de la historia de Juan Pablo. “Ahora la gente está valorando lo que realmente ha hecho durante años. Y él está a un nivel internacional de elite. Es de los mejores del mundo. La gente le está tomando realmente valor a lo que hace”, sentencia Federico Scheuch.

El amigo de Mohr tiene su teoría sobre lo que pasó en o cerca de la zona del K2 denominada el Cuello de Botella (8.211), a 400 metros de la cima. No sabe qué percance tuvieron los escaladores específicamente, pero sí cree que si Juan Pablo no fue el afectado, sí se quedó para asistirlo. “Es su forma de ver esto. El trabajo en equipo, ayudar al compañero, aunque sea un riesgo para ti. Para JP llegar a la cima nunca ha sido lo más importante. Todo lo contrario. Si debe postergar una cumbre por socorrer a alguien, lo hace sin dudarlo”, destaca Scheuch.

De fondo, la cima del monte donde hoy Mohr está en condición de desaparecido.

En las últimas 48 horas, hubo ventanas de mejor tiempo para retomar una búsqueda más larga. Se espera el milagro, pero hay consciencia de que en algún momento la misión de rescate pasará a ser misión de recuperación. El gobierno pakistaní ya anunció que el rastreo durará 60 días, como mínimo. Cuesta, la emoción está a tope, pero la esperanza sigue ahí. El consuelo de los más cercanos es que Juan Pablo Mohr está en el lugar donde es feliz. Cerca del cielo, cerca de sus ángeles guardianes, como el ha relatado. ¿Se apiadará el K2 con quienes lo están esperando? La respuesta la dio siempre el mismo JP con otra de sus consignas fundamentales: “La montaña manda”.

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