Guerra de memes

greta

Antes que como una batalla de ideas y proyectos, ahora debemos entender la política como una guerra de memes. Quizás esa es la verdadera batalla ideológica de nuestros tiempos, el lugar donde la conciencia del desastre terminará arraigando realmente.


La niña observa al hombre naranja. La niña está atrás, el hombre naranja aparece más adelante, casi de perfil. La niña tiene al lado a un policía y a un señor de traje oscuro. El hombre naranja tiene un peinado imposible, un pelo rubio que parece congelado como si tuviese un animal muerto y embalsamado sobre la cabeza. Lleva una corbata roja, él mismo cree ser la bandera de su país. Pero él no la ve porque el hombre naranja no ve a nadie salvo a sí mismo. El mundo es un espejo de sus deseos. La mirada de la niña, en cambio, es avasalladora. Tiene los ojos abiertos llenos de rabia antes que asombro. Los labios están apretados y levemente torcidos. Huele al enemigo, anticipa la batalla. Todos los músculos de la cara están tensos. Porque la niña y el hombre naranja se cruzan en un evento sobre el cambio climático. El lugar está lleno de líderes mundiales. Ella es una activista. Viene de Europa. Recorre el mundo dando conferencias, avisando un apocalipsis inminente. Tiene razón en lo que dice, todo sucede ahora mismo: se derriten los glaciales, el mar sube varios centímetros, hay tifones todos los días, ya no existe separación entre las estaciones. Por supuesto, el mundo ama y odia a la niña, lo que es fácil y más o menos automático porque también ella es un producto de su época y navega en él con una candidez que resulta sospechosa. Es la protagonista de su propio cómic de superhéroes o el personaje principal de una cinta oscarizable poblada de sollozos y de imágenes de catástrofe filmadas en alta definición: glaciales derritiéndose, selvas arrasadas por el fuego, lechos de ríos donde ahora solo hay piedras secas y aves picoteando el polvo. Pero nadie la va a escuchar hasta que ya sea demasiado tarde porque ese es el único destino para los agoreros en la películas de desastre. Como en el cuento de Poe, la música de la fiesta aplasta las voces de alerta mientras la muerte roja avanza por el castillo y la niña está ahí, gritando en medio de la pista de baile mientras nadie la escucha y los cuerpos caen al suelo. En esta versión, el techo del lugar será arrancado por un huracán. Pero eso lo sabe la niña, que vive cargando con su propia fábula a cuestas, sabiendo que ella misma es un personaje virtual, acaso un sticker de whatsapp, una consigna hecha de la volatilidad de las redes sociales. El hombre naranja también lo sabe. Por eso no la mira. El hombre naranja fue antes una estrella de la páginas sociales, un millonario de pacotilla y un personaje de su propio reality. Ahora gobierna su país como si fuese otro programa de televisión. Lo eligieron quizás por eso, por entender al espectáculo como el único relato nacional de los blancos desposeídos y olvidados mientras convertía su solipsismo de magnate trash en la promesa de una carrera de éxitos, en pura propaganda ideológica. Todo es triste. Ahora mismo, Orwell y Philip Dick son banalizados en un mundo hecho de muros y deportaciones, de populismo cristiano, de guerras comerciales, de hackers rusos y villanos de James Bond, de chistes sexistas, de oro y basura. Ahora mismo, la foto los contiene a ambos, a la niña y al hombre naranja. Ahora mismo el mundo es una idiocracia donde la única brújula moral son las películas Marvel y el shitposting y la única manera de entender toda consigna es resumiéndola y procesándola como un viral de internet. Así, antes que como una batalla de ideas y proyectos, ahora debemos entender la política, como una guerra de memes. Quizás esa es la verdadera batalla ideológica de nuestros tiempos, el lugar donde la conciencia del desastre terminará arraigando realmente. Es lo que va a sobrevivir de los discursos en este mundo evanescente: el hipervínculo fugaz, el chispazo en las manos de los usuarios que van a reenviar el GIF; el rostro de la niña convertida en un signo que está oponiéndose a otro signo. Los ojos de rabia de ella versus el pelo del hombre naranja como una mancha voraz en nuestra cultura.

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