La Tercera PM

Palta negra

Sería una pena, de todos modos, que desapareciera la palta de nuestras grises cotidianidades. Habrá que racionalizar. ¿Suprimir el sushi? ¿Incluir ofertones de palta en el CiberDay? ¿Hacerla cundir con leche, aunque quede más desabrida que el primer trimestre del Gobierno?

FOTO:FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

Creció tanto el consumo nacional de paltas en los últimos diez o quince años que un brasileño llegó a definir a los chilenos como "gente fea que come palta todo el día".

Pero hubo un tiempo en que la palta era un lujo. Un lujo, pero no un descaro como hoy, donde el kilo pasó los $5.000. Antes, la ciudadanía se permitía, a modo de celebración o premio, echarle palta al pan tostado una vez a las mil. Suficiente, en todo caso, para que el paladar patrio se enamorase de esa incomparable mezcla de calidez tipo mousse y frescura frutal. La palta podía incluso devenir epifanía, como en un viejo poema de Bertoni: "Sucedió algo maravilloso / entre las hojas de lechuga / había un pedazo de palta".

Cuando vino la masificación, hace una década, la palta se socializó rápido, especialmente la Hass, que es menos pelusienta o aguachenta que otras delicias como la Negra de La Cruz, pero más estandarizada. Y lo estándar siempre termina mal: la Hass encabezó un proceso de promiscuidad paltífera o paltera (mas no paltona) que suponíamos saludable y hasta equitativo, pues bajaba el precio del aguacate (como horriblemente le llaman en Centroamérica y España), multiplicando en las casas y fuentes de soda los ave-palta, los italianos, los tacos. "Entró a nuestra dieta", como dijo Arturo Guerrero, vocero de la Vega Central.

Los empresarios del cuesco, los clanes palteros, apostaron por la palta a lo bestia, como años antes otros agro-emprendedores habían puesto todas las fichas en el kiwi, llenando el país de esos erizos ácidos que nadie apetecía y que terminaron valiendo nada. La vocación de país in-creativo, copión y bueno para las "pasadas" fáciles que se ostentó en el desborde noventero del kiwi es algo digno de análisis, da para libro de Pablo Huneeus.

La desatada hiperproducción de paltas del último tiempo no iba, claro, en beneficio del chileno medio (que igual gozó untando suave palta molida), sino del gringo, el chino y el europeo y, más que nada, del propio productor, pero lo podrido no es eso, sino que iba en directo y artero perjuicio de las comunidades de la provincia de Petorca, a las que el indiscriminado cultivo de paltos en la zona dejó en sequía crítica. ¡Sin agua, que es un derecho humano desde 2010! Los palteros le metían litros y litros a sus árboles como plata y plata a sus bolsillos, ofreciendo al mundo sus más finas paltas (las cuesconas y las más charchas podían colarse en el mercado local, al modo de ese patrón del cuento "La mano pegada" de Baldomero Lillo que se vanagloriaba de haber metido piola unas vacas tísicas en una venta de ganado al por mayor).

Surfeando códigos de agua, los platudos palteros chuparon tanta agua que todo se secó; es la gobernanza tácita y sempiterna que en Chile tiene una antigua y severa ley: la ley del gallinero.

Sería una pena, de todos modos, que desapareciera la palta de nuestras grises cotidianidades. Habrá que racionalizar. ¿Suprimir el sushi? ¿Incluir ofertones de palta en el CiberDay? ¿Hacerla cundir con leche, aunque quede más desabrida que el primer trimestre del Gobierno?

Igual las paltas venían muy desmejoradas. Entre las buenas, siempre podían tocar últimamente unas mañosas, esas que pasan en un lapso ínfimo (¿horas?) de estar duras como paco entrando al Instituto Nacional, a estar blandas como el gobierno a la hora de condenar dicho desquiciado ingreso de Fuerzas Especiales pateando alumnos y tirando sillazos. Pero hablar de Carabineros nos llevaría del tema paltas al tema platas, lo que supondría entrar en una zona oscura, misteriosa, como lo es la relación que se da entre la parte comible de la palta y su cuesco: este, una vez extraído, si es dejado a cierta distancia dentro de un vaso con agua, evita que se ennegrezca la palta molida. Así, telepáticamente. Quizás a los palteros les falte eso, un cuesco fiscal –un inspector, un supervisor: la ley bien aplicada– para evitar el ennegrecimiento. No hay nada más malo que la palta negra.

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