Chalecos amarillos
Un fenómeno nuevo ha aparecido en Chile a partir de los acontecimientos del 18 de octubre. Se vio primeramente en sectores residenciales de comunas afectadas por el saqueo y la violencia aquel fin de semana oscuro y en este movimiento de las marchas hacia el sector oriente ha vuelto a aparecer. Se han denominado los chalecos amarillos, en recuerdo de aquellos manifestantes de Francia, que reclamaban por el alto costo de la vida. En Chile han partido como grupos de autodefensas para evitar los saqueos e incendios. Las ausencias de fuerza pública en muchos de estos eventos, justificada por el general director de Carabineros como una "estrategia de persecución penal inteligente", acentúa más el temor en muchas personas que ven que el asunto no tiene fondo. Una lista de distribución de Telegram que busca coordinar dichos grupos crece día a día, y en el momento de escribir estas líneas tenía cerca de cinco mil inscritos.
Este fenómeno es peligroso, pues podrían ocurrir enfrentamientos entre estos grupos y manifestantes. Lo ocurrido ayer en Reñaca es una clara señal de alerta. Si hay por parte de la fuerza policial, lenidad en la protección de los barrios y brutalidad en los disparos a los ojos de los manifestantes es la mezcla perfecta que puede llevar a enfrentamientos callejeros.
No se ve un final de las protestas en el corto plazo. Las soluciones pasan por abrir en serio la discusión sobre la Constitución, un pacto contra la violencia y la violación a los derechos humanos, y medidas para reformar profundamente lo que la periodista Karin Ebensperger llamó "un capitalismo demasiado permisivo con colusiones y abusos". Aunque los nuevos ministros parecen ser los indicados para diálogos que se hagan cargo de los tres frentes, el Presidente no parece estar en esa lógica. La sobreexposición que implicó tres entrevistas, dos apariciones públicas incluyendo un polémico llamado al Cosena, atizan la situación en sentido contrario. Y sin duda, no puede resistirse a intentar culpar a la expresidenta Bachelet de parte del desastre. Hay algunos que culpan de estos desatinos a su segundo piso que no lee correctamente la agenda y no pagará costos políticos por las decenas de mutilados en su vista y la inseguridad derivada del comercio saqueado.
Las encuestas que mostraron un desplome en su popularidad generaron en el Mandatario un impulso a hacer lo contrario de lo que la prudencia indicaba. Un silencio generoso, dejando trabajar a sus ministros habría descongestionado bastante la temperatura de la calle. Por otro lado, las fuerzas políticas no han sido unánimes en condenar los actos violentos. Los daños a la sede de la UDI es un asunto grave que afecta a toda la institucionalidad y no fue condenado con la suficiente fuerza. Al igual que ocurrió con el caso de financiamiento de la política, varios apuestan que se queme la UDI, sin sospechar que después vendrán por todos, pues el descontento callejero con la política se reparte por igual. Con respecto a las quemas y saqueos, se ha instalado la misma relatividad moral que con las violaciones a los derechos humanos que día a día comete la fuerza policial. Unos dicen que el sistema con sus injusticias hace necesaria la violencia y otros agregan que ésta justifica las brutalidades policiales. Bajo ese círculo vicioso se acerca más el día de enfrentamientos entre manifestantes con pañuelos rojos y chalecos amarillos.
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