Felipe Schwember Augier
Existen unos pocos seres humanos que, como los cometas, aparecen esporádicamente y son tan excepcionales que apenas logramos ver la estela que dejan a su paso. Sólo la perspectiva del tiempo permite apreciarlos y aquilatar su legado. A esa reducida categoría pertenecía Felipe Schwember.
Dedicó sus esfuerzos a promover con brillantez y profundidad las ideas que conforman un orden social libre. Combatía el estatismo en todas sus formas, desde el socialismo hasta el comunitarismo, respecto del cual tenía una especial aversión intelectual, pues consideraba que confundía y desviaba a la derecha de su mejor proyecto, aquél que encuentra sus raíces en el liberalismo clásico.
La derecha, sostenía, no conoce realmente su proyecto y al no conocerlo lo promueve de una manera débil y demasiadas veces en forma equivocada, lo que lleva a muchos de sus representantes a ser incluso capturados por el discurso de sus adversarios que le imputan ser la mera defensa de intereses, deslegitimando el conjunto de su accionar. Así, cae fácilmente presa del relato que concede a la izquierda una cierta superioridad moral. Esa idea, tan equivocada como extendida, de que la izquierda tendría “mejores ideales”, pero la derecha ofrece políticas públicas más eficaces.
Pensaba que el probado éxito del liberalismo económico debía ir necesariamente acompañado de su correlato en el orden político y social, pues es en un sistema en que los seres humanos actúan de manera integralmente libre donde se desarrollan al máximo sus capacidades y se obtiene el mejor resultado posible de cooperación, progreso y justicia.
Reunía tres cualidades que lo convertían en un aporte excepcional en la vida académica y en la discusión de los temas públicos: una inteligencia absolutamente privilegiada, la independencia propia de los espíritus verdaderamente libres, y la valentía para plantear sus puntos de vista sin importar a quién pudieran incomodar.
A lo anterior habría que agregar su mayor cualidad, Felipe era lo que se podría describir como un alma bella. La alegría y la humildad definían su carácter. Enfrentaba la vida y sus adversidades con una sonrisa, aparejada de un sentido del humor excepcional a tono con su extraordinaria agudeza, lo que se acompañaba de una humildad impresionante, lejos de esas actitudes de sencillez impostada, tan frecuentes en el medio público.
De manera brutalmente inesperada e intempestiva ha partido. Como un verdadero cometa pasó demasiado rápido por nuestras vidas, marcó una huella imborrable en quienes lo conocimos y nos dejó una rica estela de enseñanzas en sus escritos, para que simples “escribidores” y comentaristas de la actualidad, como este columnista, aprendamos y apliquemos con esmero.
En esta hora de profunda tristeza sólo me queda decir, con Violeta Parra, gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio incluso el privilegio de ser su amigo y tenerlo durante más de veinte años en el seno de mi familia, regalándonos con su alegría, su cariño y sus enseñanzas. Hasta siempre querido Felipe.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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