Opinión

La duda inevitable

Foto: REUTERS.

Escozor causaron las declaraciones de la ministra del Trabajo de Cuba, María Elena Feitó, quien afirmó frente a la Asamblea Nacional del Poder Popular que en la isla no hay mendigos, sino personas “disfrazadas” de tales.

“Cuando usted les mira las manos, les mira las ropas que llevan, están disfrazadas de mendigos. Cuando hay personas que están en la calle limpiando parabrisas (...) han buscado un modo de vida fácil, pidiendo, y posiblemente después con ese dinero lo que van a hacer es tomar”.

Obviamente, las declaraciones provocaron un fuerte rechazo en la población, al punto que la ministra fue cesada rápidamente de su cargo por los jerarcas del régimen.

Es sabido que los socialismos reales del siglo XX solo produjeron miseria y opresión. Pero Cuba es una tragedia inmune al paso del tiempo. Hoy la isla enfrenta una de las peores crisis de su historia, incluso más grave que el éxodo del Mariel (1980) o la Crisis de los Balseros (1994), producto de las desastrosas políticas económicas impulsadas por la dictadura castrista. A los cotidianos apagones y la falta de combustibles se suman la escasez crónica de alimentos y medicinas, y una economía que se ha desplomado en los últimos cinco años, con una caída del PIB de 11 puntos porcentuales desde 2020.

Según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, el 89% de la población vive en la pobreza extrema. No por nada, según datos del gobierno de EE.UU., en los últimos cinco años han ingresado 600 mil cubanos a territorio norteamericano, elevando las cifras del exilio hasta cerca de tres millones de personas.

El drama es que aún hay 11 millones en la isla, quienes enfrentan condiciones paupérrimas de vida (la pensión mínima de los jubilados bordea los 1.500 pesos cubanos, unos US$ 5 en el mercado informal), lo que las vuelve completamente dependientes de las remesas que puedan recibir desde el exterior. Y, para peor, sin ninguna esperanza o expectativa de que la situación cambie a mediano plazo.

Este episodio, si bien puede parecer anecdótico, tiene mucha relación con el debate político local. En los últimos días se ha discutido latamente sobre las implicancias de que la candidatura presidencial de la izquierda esté encabezada, por primera vez, por una representante del PC, partido que ha mantenido históricamente vínculos muy estrechos con sus pares de La Habana. Quienes (¿habrá que recordarlo?) lideran una brutal dictadura de partido único, de inspiración marxista-leninista, que no tolera la más mínima disidencia, sin libertad de prensa ni respeto por las libertades fundamentales de sus ciudadanos.

Algunos piensan que el hecho de que el PC chileno vaya en coalición con el Socialismo Democrático atenúa parte de los riesgos. Se argumenta que el caballo sería chúcaro, pero que se le podría poner riendas. Sin embargo, el hecho de que los comunistas locales en 65 años jamás hayan emitido el más mínimo reproche al régimen cubano y, por el contrario, suelan alabar sus bondades, genera una duda más que razonable. La propia Jeannette Jara lo calificó de “democracia diferente”. Es más, la única vez que el Presidente Boric advirtió sobre la gravedad de la situación, el PC se le cruzó frontalmente.

Las dudas se acrecientan al recordar las propuestas de la Convención Constitucional, liderada precisamente por el PC, que debilitaban fuertemente las instituciones democráticas, el rol de la judicatura, las libertades económicas, la provisión mixta de bienes públicos, entre otras trascendentales materias. Ni hablar de la conducta de los comunistas en los días posteriores al estallido social, donde no solo avalaron la violencia, sino que hicieron todo cuanto estuvo a su alcance por echar abajo al Presidente de la República. Por lo mismo, la duda es inevitable.

Por Gonzalo Blumel, Horizontal.

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