Las redes del odio
En las últimas semanas, la campaña electoral en Chile ha mostrado una preocupante alza en la polarización y la violencia digital, alcanzando un punto crítico con las amenazas de muerte contra el candidato presidencial del FA, Gonzalo Winter, a través de una cuenta de Instagram -cuyo nombre omitiremos-, donde se publicó un video con imágenes y una canción que llamaban explícitamente a “pitearse” al político. El episodio, ampliamente condenado, expuso cómo las plataformas digitales pueden facilitar la propagación de discursos de odio extremo.
Ciertamente, el fenómeno de la violencia digital es regional y se intensifica en los contextos político-electorales, facilitado por la falta de regulación efectiva en redes sociales y la impunidad que otorga el anonimato. Las llamadas “cámaras de eco”, donde los usuarios solo interactúan con personas afines, refuerzan y radicalizan narrativas violentas y discriminatorias, pero lo más peligroso es la forma en que esa información manipulada y nociva se distribuye.
Para Alberto Fernández, jefe del Programa de Digitalización y Democracia de IDEA Internacional, “la desinformación nunca ha sido un problema de oferta; siempre ha sido un problema de demanda. Con inteligencia artificial puedes crear un periódico falso y aumentar la oferta, pero manipular la demanda, es decir, la distribución, es otra cosa y es lo que realmente mueve la influencia. Esto funciona cuando refuerzas dos factores: la desconfianza en el sistema político y las identidades partidarias”, creando realidades alternativas, cuyo impacto es aún difícil de medir por la falta de acceso a los datos que manejan las plataformas.
La lógica de las cámaras de eco obedece a algoritmos que priorizan contenidos con alta interacción, lo que amplifica mensajes -incluidos los violentos- y profundiza la polarización. De este modo, ideas que en otros espacios serian consideradas marginales, adquieren visibilidad y legitimidad en redes sociales. Así lo explica la científica computacional Gabriela Arriagada: “Se han estado usando algoritmos y ahora sistemas de inteligencia artificial para impactar en normas, valores y percepciones de las personas y eso es lo que realmente nos tiene que importar (…); cómo se realizan perfiles psicográficos y motivacionales para manipular elecciones”.
La propagación masiva de desinformación, el uso malicioso de tecnologías como la inteligencia artificial y la generación de cámaras de eco que polarizan el debate público encuentran un caldo de cultivo en la desconfianza ciudadana en el sistema político y en las instituciones. Por lo tanto, el reto es doble: no solo se requiere crear mecanismos de control y sanción ante la violencia digital y los discursos de odio, también hay que partir por casa, promoviendo una cultura de diálogo político basada en el respeto, transparencia y responsabilidad, para frenar una tendencia que, lejos de ser anecdótica, va minando los cimientos mismos de la convivencia democrática.
Por Alejandra Sepúlveda, gta. Proyecto Integridad Electoral y Género (RLAC)-IDEA Internacional
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