Opinión

¿Por qué Francisco?

El Papa Francisco fue un pastor, sirvió a los más pobres y supo inspirar desde el Verbo a hombres y mujeres de buena voluntad.

¿Por qué Francisco?

La sorpresa inicial de la muerte del Papa Francisco fue seguida por una reacción generalizada de lamento emocionado por su pérdida. No hay muerto malo, podría decir usted, pero tal impresión pronto resultó amagada por comentarios críticos a su gestión, que clamaban: ¡Progresista! ¡Conservador! ¡Peronista!

Tratándose de un Papa, aun cuando todavía no se decantan los hechos como para formular opiniones definitivas, la evaluación debe ser analítica, ponderada, en el contexto del rol que jugara durante más de 12 años en una institución tensionada, ante un mundo incrédulo, en especial la juventud.

Se le reprocha una cierta ambigüedad doctrinaria en temas de fondo, por abordar materias bajo una aproximación más social que teológica, como lo referido al mundo gay, los divorciados, los migrantes o al medio ambiente. Sin embargo, lo que se olvida es lo que motiva la acción del pontífice: llevar la palabra a quién pudiera oírla y hacerla suya, sin renuncios dogmáticos. Le preocupa el pecador más que el pecado, a diferencia de ciertos moralistas que se ocupan de lo objetivo, no de la persona.

Esta apertura de Francisco a temas y desafíos contemporáneos es leída como una forma de acomodarse al mundo y no de influir en él. ¿Cuál es el camino? La fe y la moral, consustanciales a la religión, deben conservar una distancia prudente de la realidad, evitando ser contaminada y distorsionada por sus transformaciones, manteniéndose prístina e incólume, influyendo por la enseñanza y fuerza de sus principios; o su deber consiste en asumir los signos de cambio en la existencia, revisitar los fundamentos que sustentan dichos ideales, para desde ahí encontrar las respuestas que ese credo le puede ofrecer a las interrogantes que surgen en cada era. ¿Mantener el rumbo de la nave más allá de las inclemencias del tiempo o evitar las olas furibundas buscando por algún costado encontrar calma y vientos favorables?

Tal disyuntiva, admito, carece de respuesta única, pero ilumina el dilema. Como ocurre cuando se intenta relativizar su papado comparándolo con el de su antecesor, Benedicto XVI (J. Ratzinger), un gran teólogo, de admirable pontificado. No es pertinente, pues no son comportamientos contradictorios, sino que espiritualidades diferentes para impulsar la fe, como existe entre las congregaciones religiosas –jesuitas, salesianos, franciscanos o benedictinos- sin que ello represente conflictos doctrinales.

Es cierto que su obra debe ser objeto de estudios rigurosos y valorativos que permitan un juicio más acabado. Mas queda una convicción: el Papa Francisco fue un pastor, sirvió a los más pobres y supo inspirar desde el Verbo a hombres y mujeres de buena voluntad.

Su funeral tuvo una convocatoria singular: fue universal, fruto del reconocimiento a una vocación y entrega distintivas. Su impacto ha sido inesperado, cual si fuera la pérdida de la persona más importante del orbe, como lo fue sin advertirlo, alguien ante quien enaltece inclinarse y que ahora nos habla desde el silencio sepulcral.

Por Hernán Larraín F., abogado y profesor universitario

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