Los hombres también lloran




Los hombres lloran cuando dicen que no lloran. Así parte explicando el médico forense especialista en masculinidad y violencia de género, Miguel Lorente, la relación que tienen la mayoría de los hombres con el llanto. “En el sentido de que la misma reflexión sobre la ausencia de llanto deja en evidencia que se trata de algo artificial, que hemos vivido como una imposición producto de una construcción cultural que identifica la identidad masculina”, dice. “No como algo natural e innato”.

En esa construcción cultural el llanto, los sentimientos y la expresión de las dudas y los miedos son propias de la imagen de la mujer y se asocian a la debilidad. Un hombre que llora, entonces, sufre una doble consecuencia: es visto como débil, vulnerable e incapaz de asumir ciertas responsabilidades, pero además se lo identifica con lo femenino. Y el hombre, en definitiva, construye su identidad en base a la negación de la identidad de la mujer.

Pero si los hombres no lloraran, en términos absolutos, significaría que no tienen capacidad para sentir. Y eso, como explica Lorente, no es así. “Nos entristecemos, añoramos, dejamos cosas atrás y luego queremos recuperarlas. Pero lo hacemos en silencio. La masculinidad no es que signifique una incapacidad para sentir, sino que una necesidad de ocultar la emoción y, al mismo tiempo, para facilitar ese proceso e incluso manifestarnos como más masculinos, lo que hacemos es transformar ese sentimiento que supondría el llanto si se dejara fluir libremente, en expresiones de ira”, explica. “Recuerdo cuando un amigo me comentó que llamaron a su padre para decirle que había fallecido su mejor amigo y su reacción fue la de colgar el teléfono y pegarle una patada a la puerta hasta romperla. Lejos de ser víctimas, porque nuestros privilegios se construyen sobre la limitación de los derechos de la mujer, sí creo que muchos hombres lloran a patadas, a insultos o en silencio. El llanto no es sino una manera de expresar los sentimientos y de reflejar esa tristeza”.

Los hombres, aunque de otra manera, también lloran. Pero muchos no han llorado con lágrimas. Aquí tres historias que dan cuenta de cómo se relacionan los hombres con el llanto.

Nunca he llorado

“Tengo 38 años y desde que dejé de ser niño, no he llorado ni una sola vez. He querido varias veces, y por supuesto me he sentido triste en múltiples ocasiones, pero podría decir casi con certeza absoluta que nunca me han salido lágrimas. Es tanto lo que aprendí a reprimirlas, que aunque quisiera, realmente he logrado que no salgan.

Hasta hace poco, pensaba que era mi manera de ser y no me conflictuaba al respecto. Pero fue una amiga la que me hizo ver que no se trataba de algo natural, o incluso biológico como yo pensaba. No es que los hombres lloraran, por esencia, con menos frecuencia. No había algo que nos diferenciara químicamente en eso. Los que teníamos dificultad para hacerlo, estábamos tomando nuestro propio remedio. En este sistema, por cierto construido por nosotros, es mejor valorado ser fuertes y violentos que dejar caer unas lágrimas.

No puedo sino preguntarme cómo hubiese sido la historia de la humanidad si hubiese sido a la inversa. O si es que hubiese visto, por ejemplo, a mi padre llorar en vez de gritar o irse hacia adentro y no hablar con nadie durante semanas. Era otra manera de tramitar lo que le estaba pasando. Otra manera que seguramente para él era más masculina, correcta y valorada. Así reforzaba su hombría. Y así aprendí a hacerlo yo también.

En todo este tiempo, y de manera casi inconsciente, si he querido llorar, he recurrido a otras maneras de desahogar. Confieso que me sale más natural abrir el refri y sacar una cerveza que sentarme y dejar pasar unos minutos para que mis emociones salgan a la superficie. Porque llorar no tiene cabida en la construcción que he hecho de mí. Si me junto con amigos, por ejemplo, la intención es la de distraerse. No poner foco en lo que nos tiene inquietos. Y me pregunto si alguno de ellos también estará reflexionando en torno a esto. Son más bien mis amigas mujeres las que en este tiempo me han hecho darme cuenta de que, contrario a lo que hemos pensado tiempo, no llorar no es lo más valioso”. Ivo Noguera (38).

Lloro en privado

“Qué irónico que para muchos de nosotros el espacio seguro se de con un extraño. A mí, en lo personal, me resulta más fácil abrirme con alguien que no conozco más que con mi círculo cercano. Suena raro decirlo, pero ahí, donde se supone que hay confianza y afinidad, no podría manifestar mi tristeza o mi sentir. Ahí donde hay hermandad, también hay risas, burlas y una incesante necesidad por cubrir lo que está más abajo. Justamente con risas y burlas.

Entonces yo he preferido llorar solo. Y estoy seguro de que muchos de mis amigos también, por miedo a que los molesten y que se lo saquen por siempre en cara. Y es que, aunque se hable de que hay indicios de cambio, y seguramente los hay, sigue existiendo un estigma muy grande en torno a los hombres que lloran. Porque somos más débiles si lloramos y no estamos cumpliendo el rol que vinimos a la tierra a cumplir. Nunca voy a olvidar cuando mi papá me dijo, de hecho, que él no lloraba porque tenía que mantener a flote el resto de la familia. Que eso era lo que se esperaba de un hombre. Lo que él no sabía, me imagino, es que fue mi madre la que siempre nos mantuvo a flote. Y ella sí lloraba.

Aun hay fuertes resabios de esa mentalidad de mi papá. Y aunque haya cambiado el discurso, la verdad es que en la práctica muchos de nosotros nos seguimos sintiendo incapaces de darle tiempo a lo que nos aqueja o entristece. Si lo hablamos, no queremos molestar a nadie y por ende cerramos la conversación en menos de cinco minutos. Y aunque lo hablemos, igual se nos hace más cómodo mantener el llanto y después ir a llorar a algún baño durante poco rato. Pero eso es porque nosotros mismos lo vemos como algo negativo. Y así vamos reforzando un círculo vicioso”. Damián Medina (32).

No lloro frente a mi familia

“En mis 29 años de vida, nunca he visto a mi padre llorar. No solo eso, lo he visto mantener una aparente calma durante momentos críticos en los que la reacción más lógica hubiese sido la de llorar, gritar y perder la calma. Pero él, por lo contrario, no se inmutaba. De chico lo veía como algo positivo, porque veía a mi madre que lo increpaba -así me parecía a mí- y él no dejaba que eso lo afectara. Yo soñaba con lograr eso. Y en parte, lo fui logrando. Pero nunca con tanta seguridad como él. A mí igual siempre hubo algo que me incomodara.

Con el tiempo me di cuenta que no podía ser como él, y que probablemente él tampoco era como yo lo había visto de chico. Se me hace difícil pensar que no tenga sus momentos de rabia, tristeza o frustración. Que realmente no se inmute con nada. Ahora más bien pienso que lo hace pero lejos de todos, cuando la casa está en silencio, y escondido en algún baño.

Y muchas veces he querido decirle que lo haga al descubierto, que yo también quiero hacerlo y me vendría bien tenerlo de referente. O más bien me habría venido bien de chico. Pero no lo he hecho y probablemente no lo haga. Porque así se da entre nosotros. Hay una especie de pacto tácito que nos hace callar y asumir que los hombres somos fuertes, somos hombres, y sobre todo, no somos mujeres. Como si hubiera menos valor en eso. Y eso le ha hecho un daño enorme a nuestro entorno, y nos ha hecho daño a nosotros. Pero por supuesto, pocos nos atrevemos a hablarlo. Cada vez más, y estoy seguro de que solo va a haber un avance. Pero aun hay miedo y aun existe la norma. Y mientras exista, ese pacto entre hombres sigue vigente”. Mauricio Corbalán (29).

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