¿Cepillo sin dientes? La crisis de salud bucal que afecta a niñas y niños en Chile
Mientras en Chile algunas niñas y niños se lavan los dientes cada noche con su propio cepillo, otros comparten uno entre las distintas personas que viven en su casa. Así de crítico llega a ser el problema bucal en menores de 6 años que viven en contextos vulnerables y que, según la evidencia, afecta profundamente sus trayectorias de vida y suele heredarse de generación en generación. En Chile el tema se puede describir como grave y urgente: 36% de los niños en parvularia tiene caries y un tercio nunca recibe tratamiento.
Cuando Raúl Valdivia, director ejecutivo de Fundación Sonrisas, conoció a Catalina, no pudo evitar compararla con su propio hijo, José Manuel. Tenían la misma edad, 5 años, pero vivían realidades muy diferentes. Catalina vivía con dolor. Le costaba comer, dormía mal y evitaba sonreír porque sabía que sus dientes estaban dañados. A esa edad, su boca, afectada por un sinfín de caries, ya marcaba una diferencia profunda con la de José Manuel.
Los dos eran curiosos, vivaces, con todo el futuro por delante. Pero mientras José Manuel tenía todos sus dientes sanos, Catalina ya había perdido un par de dientes definitivos. Ella cargaba con una enfermedad que suele comenzar temprano y que, cuando no se trata, acompaña toda la vida; no solo por el dolor, sino también por la baja autoestima y los problemas psicológicos que conlleva.
La distancia entre sus sonrisas no era biológica: era social. Era el resultado del lugar donde vivían, de la historia de sus familias, del acceso (o la falta de él) a controles preventivos y educación en salud bucal. Y es una escena que se repite en todo Chile.
Según los datos del Observatorio Niñez Colunga –centro que recopila y sistematiza información de niñez en Chile–, 36% de las niñas y niños en educación parvularia tiene caries y un tercio de ellos no recibe tratamiento. “Estos datos, que levantó la más reciente Encuesta de Vulnerabilidad Escolar, se aplica solo en establecimientos que reciben algún nivel de subvención estatal, y son, precisamente, donde se concentra mayor vulnerabilidad”, explica Paloma Del Villar, directora del Observatorio Niñez. “Es nuestra mejor fuente para entender la salud bucal infantil, pero no incluye a los particulares pagados. Por eso en Chile no tenemos una foto completa de todos los niños y niñas, sino sólo de quienes están en el sistema público”.
Catalina y José Manuel tenían la misma edad, pero no las mismas oportunidades para sonreír. “La capacidad de sonreír está desigualmente distribuida en Chile”, afirma Raúl Valdivia, de Fundación Sonrisas (@sonrisas_chile). “Hoy puedes estimar, sin temor a equivocarte, que hay una correlación altísima entre el nivel de pobreza y el nivel de daño en la salud bucal. No tener dientes es una realidad muy común entre personas con menos recursos. Es un sello de la pobreza en Chile”, agrega.
Por eso, este año lanzaron una campaña que se llama Cepillos Sin Dientes: “Era un símbolo”, explica Valdivia. “Un cepillo sin cerdas, simboliza la sonrisa incompleta; es un cepillo que no tiene nada que limpiar y simboliza sonrisas que faltan”.
Una raíz desigual
La Encuesta de Vulnerabilidad Escolar (EVE) 2024 muestra esta brecha con claridad. Mientras que el 35% de las niñas y niños nacidos en Chile que asisten a educación parvularia presenta caries, la cifra sube a 41% en la población migrante. Y la diferencia se amplía en primero básico, donde el 42% de las niños y niñas chilenas versus el 47% de aquellos migrantes tiene al menos una carie; de ellos, solo la mitad recibe tratamiento.”
Si miramos las regiones, Tarapacá concentra las mayores dificultades. Apenas el 45% de los menores de siete años accede a un proceso de salud bucal, dejando a más de la mitad sin atención oportuna. Raúl Valdivia, director ejecutivo de Fundación Sonrisas, ha visto esta realidad de manera directa, especialmente en contextos de alta migración. “Ellos están más dañados que la población nacional. Migran en condiciones muy desfavorecidas, durante meses. La salud bucal deja de ser una prioridad”, explica.
Paloma Del Villar, directora de Observatorio Niñez Colunga explica que este es un indicador social: “Lo que muestran los datos es muy consistente: la salud bucal no es un tema individual, es un reflejo directo de las condiciones en que crece un niño o niña en Chile y de su historia familiar”.
A nivel nacional, la desigualdad se consolida muy temprano. “A los 6 años, los niños de más bajos recursos tienen tres veces más daño que un niño que tiene más oportunidades”, señala Valdivia. Esa distancia, enfatiza, no se explica por genética ni por “mala suerte”, es la acumulación de diferencias en acceso, educación, ambiente y condiciones materiales.
La odontopediatra Javiera Rojas –conocida en redes por su cuenta @mama_odontopediatra, donde entrega educación en salud bucal para la primera infancia– lo ha observado bien en sus 15 años de trabajo. “El daño que vemos en niñas y niños no es casual, refleja las condiciones en que crecen. Y esas condiciones no son iguales para todos”, dice.
El daño temprano
Detrás de las brechas en salud bucal no hay factores aislados: las prácticas cotidianas, los hábitos, el acceso a información y los controles preventivos van de la mano y se entrelazan con las condiciones sociales de cada familia. En los sectores más vulnerables, donde hay menos tiempo, menos acompañamiento y menor acceso a educación en salud, es más probable que el daño aparezca temprano. No por falta de interés, sino porque las prioridades diarias suelen ser otras.
Uno de los elementos que más influye es la alimentación. “El azúcar no debiera existir antes de los dos años”, explica la odontopediatra Javiera Rojas, pero en la práctica muchos niños y niñas la consumen desde muy pequeños. Lo hacen por tradición, por costumbre o porque es lo que está más disponible. En ese escenario, las caries avanzan rápido.
El cepillado también es un desafío. “Muchos papás creen que su hijo puede cepillarse solo a los tres o cuatro años, y eso es imposible. Si él se lava solito, no todos los dientes van a quedar limpios, porque no tienen la motricidad aún para hacerlo de la manera correcta”, explica Rojas. Sin acompañamiento adulto, enfatiza, el hábito simplemente no se instala, y cuando falta en la casa, ninguna intervención posterior logra revertir completamente el daño acumulado.
Valdivia lo observa en terreno: “Hemos visto un cepillo para ocho personas”, señala. “Esto se reproduce: abuela sin dientes, mamá sin dientes, niña que va en camino a perder sus dientes”. El daño de transmite de generación en generación. No es descuido, remarca el director de Fundación Sonrisas, es pobreza, urgencia y otras prioridades.
Otro factor que persiste según los expertos, es el mito de que “los dientes de leche no importan porque se van a caer”. Para la mayoría de las familias, la idea de llevar a una guagua al dentista parece innecesaria. La prevención, entonces, comienza tarde, cuando ya existen caries visibles o dolor. “A veces llegan guaguas de seis meses con dientes destruidos. Es necesario entender que los dientes de leche tienen muchas funciones que son importantes para el desarrollo y el bienestar del niño, y también para cuidar el espacio para los dientes definitivos”, agrega Rojas.
Dentistas para el sistema de salud público
Aunque existen programas públicos orientados a la salud bucal infantil, como Sembrando Sonrisas en educación parvularia, el programa CERO en la atención primaria y las prestaciones odontológicas de JUNAEB, su alcance sigue siendo limitado. La cobertura es baja, los recursos no siempre llegan donde más se necesitan y las horas disponibles en la atención primaria no logran absorber la demanda real.
Para Raúl Valdivia, el problema es estructural. Los programas existen, pero no conversan entre sí ni logran sostener una trayectoria de cuidado continua. “Están completamente desarticulados”, advierte. Hay controles puntuales, pero no una trayectoria de cuidado que acompañe a la niñez desde el primer diente.
A esto se suma la carga del sistema público. La lista de espera odontológica es la más grande del país. En los centros de salud familiar, conseguir una hora preventiva puede tomar meses, especialmente en las comunas con mayor índice de vulnerabilidad.
Javiera Rojas lo ve en consulta cuando recibe niñas y niños que podrían haber sido atendidos mucho antes. “Cuando llegan con dolor, ya perdimos la oportunidad de adaptarlos y acompañarlos bien”, explica. El miedo aumenta, el tratamiento se vuelve más invasivo y la experiencia, más traumática. Prevenir temprano es más efectivo, menos costoso y menos doloroso, pero el sistema rara vez logra llegar a tiempo.
El problema no es solo de acceso, sino también de distribución de profesionales. “En Chile no faltan dentistas, faltan dentistas en el sistema público”, dice Rojas. Mientras en el sector privado la oferta es abundante, explica, en la atención primaria la disponibilidad es limitada, y en algunas zonas rurales simplemente no existe.
En Chile contamos, aproximadamente, con 35 mil dentistas: uno por cada 660 habitantes. Esta cifra está muy por sobre lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud: un dentista por cada 2 mil habitantes. Entonces, ¿cuál es el problema? “De esos 35 mil, solo 5 mil trabajan en el sector público, sector que atiende al 80% de la población”, explica Valdivia. “Entonces no faltan, sino que tienen que distribuirse mejor. Y para eso necesitamos mejores mecanismos de subsidio. La salud bucal tiene muy poca cobertura en el sector público, a diferencia de otras patologías”, concluye.
La sonrisa como poder de cambio
Según los expertos en el tema, cuidar la salud bucal infantil con una perspectiva preventiva es una estrategia costo-efectiva y clave para el desarrollo, pero sigue fuera de las prioridades del país. Para revertir la tendencia, los especialistas coinciden en que se requiere una estrategia nacional que combine educación temprana, acceso oportuno y un sistema más coherente.
Para Rojas, la base está en los hábitos. “Depende de lo que nosotros hacemos día a día, que nuestros hijos se mantengan sanos. Y no requiere un gran esfuerzo ni económico, ni de tiempo. Cuando educamos a las familias, logramos un cambio real”, enfatiza.
Valdivia plantea tres medidas urgentes: una política universal de promoción de hábitos en las escuelas; una mejor distribución de profesionales en el sistema público; y colaboración entre Estado, municipios y organizaciones de la sociedad civil. “Necesitamos una política universal de hábitos desde las escuelas”, insiste. “Necesitamos más dentistas en el sector público, que estén mejor distribuidos. Y la colaboración es clave: si articulamos lo que existe, podemos avanzar mucho más rápido”.
Desde el Observatorio Niñez Colunga, Del Villar subraya que este es un tema de derechos. “La salud bucal infantil no es un tema estético ni secundario. Afecta la alimentación, el aprendizaje, el bienestar y la inclusión. Cuando un niño vive con dolor o vergüenza, eso limita su desarrollo”, señala. Para ella, la prevención debe entrar en la discusión pública al mismo nivel que otras áreas de salud infantil.
El desafío no es menor, pero tampoco inabordable. Chile ya tiene programas, profesionales y experiencias comunitarias valiosas. Lo que falta es escala, coordinación y una decisión política que entienda que una sonrisa sana no es un lujo: es un punto de partida para que todas y todos los niños puedan crecer, aprender y relacionarse sin dolor.
“La sonrisa tiene un poder de cambio. Debemos entender que la sonrisa es un factor de inclusión social, entender que la sonrisa es un factor de crecimiento. Humano, social, económico y emocional”, concluye Valdivia.
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