Paula

Hablemos de amor: cómo se ama cuando la salud mental está en juego

A los 30 años, Andreé creyó haber encontrado el amor perfecto, pero terminó perdiéndose a sí misma. Su historia muestra lo que se calla cuando la salud mental está en juego: cómo el amor, la dependencia y la herencia emocional se entrelazan. De ese derrumbe nació un proceso de reconstrucción, una novela y una nueva forma de mirarse con compasión.

Siempre soñé con encontrar el amor, que tanto leía en novelas. Tenía el anhelo permanente de estar con un hombre que pudiera amarme tanto, sentirme acompañada, considerando que siempre fui una mujer que maduró mucho antes de lo que se esperaba. Cuidé de mi madre desde muy pequeña. Nuestros roles eran diferentes. Buscaba, muchas veces, un respiro. Y esa pausa la quería encontrar con alguien.

Al tiempo después lo conocí, tal como tanto había imaginado. El romanticismo y la forma en cómo me trababa me hicieron sentir que era única y especial. Y de alguna manera me ayudó a sobrellevar una vida que era bastante compleja para mí.

Mi madre padecía de bipolaridad, y muchas veces se automedicaba para no sufrir, dormía mucho, y sus excesos a veces la llevaban a caerse, y a orinarse, a no apagar la cocina y estar en un desorden constante. Yo cada día, me despertaba para mantener todo limpio y atenderla. Tenía miedo permanente, de que no me quisieran por tener una vida que requería del cuidado de mi mamita. Pero él, todo lo comprendía, me ayudaba, me sostenía cuando no tenía fuerzas. Y de alguna manera también vino a salvar a mi madre, porque con su presencia ella se sentía feliz, porque me veía contenta.

Siempre he estado en observaciones y sesiones bajo un psicólogo, porque sabía que yo repetía ciertos patrones. Sufría muchos ataques de ansiedad y pánico, sobre todo cuando el apego hacía mi ex pareja se hacía más latente. Entraba en un colapso emocional del cual, muchas veces, solo podía salir con pastillas. Mi madre me miraba mientras lloraba. Porque cada vez que no lo veía sentía un vacío.

Estaba consciente que estaba generando una dependencia emocional potente, pero en ningún momento le pedí ayuda. Siempre callé. Hubo días en que me autodestruía, no comía, lloraba, y muchas veces eran tan fuertes mis crisis que apretaba mis manos, me pegaba en las rodillas, porque no lograba entender ese abandono esporádico cuando él debía volver a casa.

Mas allá del romance, empecé a cuestionar que durante años se ha romantizado la idea de que el amor puede con todo, que “si hay amor, todo se supera”. Pero, no es así, amar a alguien no siempre basta si no tenemos las herramientas de cuidar nuestra mente y emociones. Y mi mente estaba siendo mi gran enemiga.

Las relaciones amorosas no son islas; están atravesadas por nuestras historias, heridas, ansiedades, traumas y formas de vincularnos aprendidas, sobre todo en la infancia. En ese sentido, la salud mental no es un tema individual. Cuando una o ambas personas arrastran dolores no tratados, la relación se convierte, muchas veces, en un espejo que amplifica esas fracturas. Y me sentía rota, desolada, porque estando con él, aún así, me sentía invisible.

Con el tiempo, vivimos juntos, comencé a desarrollar más inseguridades que antes, estaba ansiosa, me desbordaba todos los fines de semana y anhelaba que mi mamita estuviera conmigo consolándome. Sabía que tenía que pedir ayuda, pero no quería que él viera que estaba con una mujer así.

Luego, en el pasar, aquel hombre que tanto amaba conoció a otra chica y mi historia de amor se comenzó a derrumbar. Todas las noches me cuestionaba lo que había hecho mal. La humillación personal que sentía por querer retenerlo me hacía sentir una mujer miserable. No sabía como actuar. Todas las noches tomaba de su mano para ver si algo de su amor quedaba. Y no. Todo estaba quebrado, incluyéndome.

Decidí marchar, con mucho susto y fueron los meses más terribles que pude vivir, sin mi familia de por medio no hubiese podido seguir viviendo. Porque quería morir, ya que todo lo mágico se convirtió en una pesadilla.

Pasaron meses sin poder comer, solo compraba unas sopaipillas, porque no me alcanzaba con mi sueldo ya que le pagaba el arriendo a mi mamá y el arriendo de mi departamento. Bajé de peso, y estuve sin terapia durante mucho tiempo. Me sentí sola y miraba el celular para ver si existía la posibilidad de comunicarnos. Pero nada. Durante ese tiempo, también, junto con mi ansiedad y angustia se desató mi Trastorno de la Conducta Alimentaria. Era mi mecanismo para botar todo el dolor y sentirme vacía del dolor inminente.

Un día me levanté, llamé a mi madre, y le comenté que escribiría una novela sobre el viaje del amor y desamor, y los procesos de autonocimiento, que muchas veces nos llevan a remirar nuestra salud mental. Mi madre se sentó al lado mío durante dos semanas, porque eso me demoré en escribir la novela. Era mi manera de reconectar con aquella Nicolle que se había perdido.

Mi madre falleció de un momento a otro, una situación que aún no he podido superar, porque una parte de mi vida se había ido con ella. No tenía a quién cuidar. No estaba. Y no la alcancé a abrazar como yo hubiese querido. No me pude despedir. Eso sí, me reconforta haber estado con ella todo el tiempo que Dios nos regaló. Pero, sin mi flor de oro mi vida carecía- aún más- de sentido. Y los síntomas de mis trastornos iban en alza.

En un proceso tan doloroso de duelo, encontré una salida, y fue el camino de Jesús. Sabía que, a pesar de todas mis dificultades emocionales, había una salida, y esa era mi fe. También decidí publicar mi novela en honor a mi madre, estaba consciente de que era la luz y bendición que Dios tenía para mí.

“Cuando nos encontremos” nace de una experiencia que, quizás, muchos han vivido. ¿Seré realmente suficiente si padezco de trastornos? ¿Me amarán con todas mis cicatrices?

Es una invitación a cuestionar los modelos de amor romántico que aprendimos —ese amor que exige, que salva o que absorbe— y propone una mirada más adulta, donde el amor no reemplaza la terapia, ni la terapia reemplaza al amor. Ambos pueden convivir, pero sólo cuando existe una disposición a convertirse en una mejor versión.

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  • Cuando nos encontremos es la novela que escribió Andreé como parte de este proceso. Disponible AQUÍ.
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