Chris Manhey, el chileno que está cambiando la forma de escuchar la música nacional

En los trabajos de Chris Manhey, “el audio inmersivo y la Inteligencia Artificial están al servicio de la obra, más que la obra en función de la tecnología”, dice.

Este productor, compositor y músico chileno de impresionante trayectoria -incluyendo el Grammy latino-, renunció a trabajar en los mejores estudios de Nueva York, Los Ángeles y Miami para reencontrarse con el arte tras el negocio. Lo hace buceando en la más alta tecnología, en un cambio de paradigma sónico revolucionario que desplaza la lógica estéreo. Su nuevo conocimiento lo utiliza ahora para rescatar joyas de la música local.


En la sala retumba un clásico de la música popular chilena de todos los tiempos. “Retumba” no es la palabra precisa; connota una especie de ataque sin mucha escapatoria. Esto es distinto; una experiencia amable, progresiva, sensorial. Rodeado de parlantes distribuidos estratégicamente -unas cajas acotadas-, el sonido envuelve en una extraordinaria diversidad de planos. Estás sumergido mientras esta pieza histórica se despliega a lo largo y ancho en ángulos sorpresivos, con detalles lejanos y otros inmediatos.

En comparación, el viejo y venerable estéreo de izquierda a derecha y viceversa, parece mezquino.

Chris Manhey (35) dirige este despliegue que incluye comparar el registro original -delgadito, plano-, y esta nueva versión en Dolby Atmos, por ahora en secreto. Cuenta que los artistas, leyendas nacionales, se emocionaron al escuchar los resultados. En sus cabezas, así debió sonar siempre la música. Como una aventura inmersiva.

Manhey deja correr otro de sus trabajos recientes, la reedición de La Voz de los 80 (1984) de Los Prisioneros bajo este formato. Haber trabajado en aquel álbum histórico resultó emotivo. “Fue mi primer disco favorito de rock”, cuenta Chris, sobre un proyecto que implicó que “el audio inmersivo y la Inteligencia Artificial están al servicio de la obra, más que la obra en función de la tecnología”.

Antes que ingeniero de sonido, en esta clase de trabajos Manhey se identifica con un arqueólogo “reconstruyendo pieza por pieza”.

“Todas estas canciones”, continúa, “al ser pulidas en ciertas frecuencias que molestaban un poquitito, daban espacio para que aparecieran otros instrumentos”.

Manhey convirtió a Dolby Atmos Mira niñita (1972), de Los Jaivas; Recordando a Chile (1965), de Violeta Parra, y Fuera de campo (2013), el tercer álbum de Dënver.

Manhey considera que esta versión del debut del trío de San Miguel “toma aire”. Quiere creer que así imaginó la obra Jorge González.

Chris también convirtió a Dolby Atmos Mira niñita (1972), de Los Jaivas; Recordando a Chile (1965), de Violeta Parra, y Fuera de campo (2013), el tercer álbum de Dënver, mientras otros grandes títulos de nuestra música se mantienen como proyectos en progreso.

Días más tarde, envía unos videos trabajando en un montaje de audio e instalaciones lumínicas con una firma top desde Berlín. Parecen imágenes del futuro, en una alucinante combinación de colores, brillos, formas y sonidos copando una gigantesca sala.

Chris se divisa fugazmente operando equipos de alta tecnología. Parece un químico en su laboratorio.

“En las marchas me di cuenta de lo importante que era la expresión sonora para una sociedad; cómo agarrar una olla y una cuchara puede expresar tanto de los valores y visión de mundo”, dice Manhey.

Para llegar a este punto, la secuencia inicial del productor arrancó en las marchas post estallido social de 2019. Cumplida la treintena, atravesó un periodo de crisis “en el buen sentido” evaluando su carrera, y hacia dónde quería dirigirse.

“En las marchas me di cuenta de lo importante que era la expresión sonora para una sociedad; cómo agarrar una olla y una cuchara puede expresar tanto de una ideología, una situación de país, valores y visión de mundo”.

De formación autodidacta, Chris Manhey ya tenía uno de los estudios más reputados de Santiago como La Salitrera, un par de Grammy latinos en la repisa y una carrera soñada en los mejores estudios de Los Ángeles, Nueva York y Miami, entre distintos logros de producción y composición para las más grandes discográficas, junto con trabajar componiendo hits para artistas de Brasil, México y Colombia.

Dominaba el negocio y ganaba buen dinero, pero el arte que lo había atrapado desde adolescente aprendiendo guitarra y arreglos con reputados maestros locales, se había esfumado.

El ganador del Grammy

9 de enero de 2009. Chris tiene 20 años y acaba de llegar a Ciudad de México. Es el flamante guitarrista de Fahrenheit, banda que sigue desde que tocaban en el House of blues de Irarrázaval. El representante que debía llevarlos de gira nunca aparece. Como una manera de sobrevivir en la vorágine del DF, se integra como guitarrista de Kudai. A pesar de la corta edad, asume la dirección musical de la exitosa banda pop.

Tiene carrete. Instruido por el reconocido músico Roberto Lecaros, además del rock de Fahrenheit, ha tocado en sonoras y un trío de jazz desde los 16.

Mediante Kudai, Chris Manhey conoce a Koko Stambuk. El líder de Glup! estaba por lanzarse como solista y le pide armar una banda. Así, terminó repartido en México entre Kudai, Stambuk y Fahrenheit.

Chris se fue a vivir a la Colonia Roma del DF, con un colectivo donde circulaban artistas chilenos y locales como Natalia Lafourcade. “Había una economía circular”, detalla, que se traducía en colaboraciones. Su especialidad eran las máquinas.

“Grabé un montón de discos y uno de esos fue un hit, Déjenme llorar (2012), de la Carla Morrison”, cuenta. “Cuatro nominaciones al Latin Grammy, ganamos dos, y una nominación a los Grammys gringos. Lo hicimos en el departamento”.

De pronto Chris estaba en la premiación en Las Vegas, explicando a afamados productores cómo había grabado baterías y cuerdas en la casa.

“Estábamos todos corriendo, dando la vuelta a la rueda del hámster para ver quién corría más rápido (...) me pregunté dónde estaba el espacio de ocio para la creatividad”, recuerda Manhey de su paso por Estados Unidos.

Las oportunidades se multiplicaron. Pasajes a Los Ángeles para trabajar con la leyenda chilena de la producción Humberto Gatica. De ahí, a Nueva York para asumir junto a Koko Stambuk encargos de sellos como Warner, Universal y Sony. “Llegué a un peak de éxito en la industria musical”, relata, “y de repente me empecé a cuestionar”.

Se radicó en Miami para finalmente darse cuenta “que la cultura gringa no me gustaba, no me impactaba a nivel espiritual”.

“Tengo historias bacanes con productores de Kanye West, desayunando con Björk, almorzaba con Moby”, recuerda. “Pero estábamos todos corriendo, dando la vuelta a la rueda del hámster para ver quién corría más rápido; la vida es tan cara allá, y te exige trabajar tanto por la competencia, que me pregunté dónde estaba el espacio de ocio para la creatividad”.

“Al ritmo de Estados Unidos -concluye- no habría podido hacer el disco de la Carla Morrison”.

Volvió a Chile y fundó La Salitrera junto a Tomás Pérez y Pablo Stipicic en 2016, donde laboran algunos de los más reputados productores e ingenieros locales como Gonzalo “Chalo” González. Manhey se declara contento con el estudio al que califica como “un pequeño semillero” de la música nacional, al que concurren artistas “desde Marcianeke hasta Los Jaivas”.

Solo en tu cabeza

Tras la epifanía sónica en las marchas post 18O, Chris hizo un máster de arte sonoro en la Universidad de Barcelona, para aprender a “observar el sonido desde un lado no musical”, sino desde la perspectiva proveniente de artistas como “Marcel Duchamp y los futuristas italianos”, explica.

Se introdujo, entre distintas áreas, en los planteamientos de Murray Schafer, un canadiense que en los años 70 acuñó el concepto de paisaje sonoro. “Busca entender y ordenar las especies sonoras que habitan con nosotros”, describe Manhey. “Califica el sonido en biofonía, los sonidos generados por seres biológicos; geofonía, los sonidos de la Tierra; y antropofonías, los sonidos que emite el ser humano”.

Este aprendizaje lo llevó a comprender la composición y la música en una perspectiva distinta, “a entender que mientras estamos hablando puedes escuchar en 360 grados”.

De ahí Chris dio otro salto en busca de herramientas para que la audiencia integre una obra, mientras se preguntaba en paralelo cómo revalorizar la música, considerando que el volumen de canciones es creciente y a mayor oferta, desciende el valor.

“Empecé a seguir un estudio que se llama Monom en Berlín. Ellos utilizan una tecnología que se llama 4DSound, totalmente distinta a Atmos, que también es para efectos de performance de audio inmersivo”.

Los astros alineados o lo que sea, Chris se hizo cargo de una instalación de la marca que justo venía para el Hotel W, cuyo personal no alcanzó a ingresar al país por el cierre de fronteras, debido al Covid.

“Empieza a sonar y casi me puse a llorar”, recuerda. “Imaginas tanto algo y lo escuchas solo en tu cabeza. Era un arreglo 18.9 que hicimos, 18 parlantes y nueve subwoofers. Fue muy emocionante”.

En septiembre de 2020 Monom lo llama para trabajar unos meses en Berlín. Hasta hoy, sigue viajando a Alemania y otros destinos en Europa con distintos proyectos.

Con la tecnología Dolby Atmos, explica Chris Manhey, la mezcla no se termina “hasta que se reproduce en el aparato que quieras, gracias a un formato inteligente de audio adaptativo”.

“Cuando me metí al mundo del sonido inmersivo encontré una razón para reencantarme con lo que hacía”, reflexiona, “quizás ya no desde la música o de la industria musical, sino de otra área que me abre mucho más campo para estudiar, investigar y desarrollar”.

Chris Manhey subraya la diferencia de la experiencia inmersiva respecto de formatos como el 5.1 o el 7.1, “tecnologías basadas en canales”, apunta. “Fueron muy buenas ideas, pero pocos sabían calibrar un sistema de esos”.

“Para producir discos en esas mezclas”, continúa, “había que hacer una mezcla estéreo, otra 5.1 y una 7.1; o sea, triple budget”.

La diferencia hoy en día, ahonda Manhey, consiste en que la mezcla no se termina “hasta que se reproduce en el aparato que quieras, gracias a un formato inteligente de audio adaptativo”.

Si bien por ahora plataformas musicales masivas como Youtube Music y Spotify no ofrecen experiencias inmersivas, Chris Manhey cree que es cosa de tiempo. “Muy difícil que Spotify, por ejemplo, no se suba al carrito”, vaticina. “Se viene una avalancha de adopción de estas tecnologías, que también empuja a las compañías a ciertos comportamientos. Es como que una empresa no quisiera ser más ecológica hoy en día. Son cosas que el mercado te obliga”.

No está muy seguro si en el futuro inmediato con este nuevo escenario donde la música grabada se adapta a los reproductores, labores como el proceso de mastering seguirán teniendo sentido, “o las mezclas incluso”, acota.

“Se viene una avalancha de adopción de estas tecnologías, que también empuja a las compañías a ciertos comportamientos. Es como que una empresa no quisiera ser más ecológica hoy en día. Son cosas que el mercado te obliga”.

Chris Manhey

Los cambios tecnológicos se suceden voraces. Manhey cuenta de un próximo modelo de AirPods con electrodos. “Van a detectar tu estado, ‘este compadre necesita energía”’, explica. “El algoritmo va a generar una melodía o una obra uplifting, y eso va a ir ligado a la medicina y otros aspectos como el ambient computing, un entorno inteligente que se adapte y nos de soluciones, por ejemplo, de salud”.

Escuchamos otra pieza histórica nacional cuya única fuente es un viejo vinilo. Más allá del detalle romántico, el crepitar de la aguja se convierte en un zumbido innecesario. Chris Manhey lo puede quitar si acceden los herederos. Confía en que los podrá convencer, y traer de regreso esa obra y otras como nunca antes se han experimentado, sin dictaduras monoaurales o en estéreo. La música, con total libertad.

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