Bitácora de un científico en la Antártica: Espera, cocina, trabaja

La tradición antártica señala que los domingos cocinan los científicos.

Llevamos casi una semana en Antártica y aún estamos a la espera de nuestro equipamiento científico, que si todo va bien debería llegar mañana. Han sido días solo de trabajo de escritorio, mientras la mirada se mueve entre la pantalla del computador y la ventana por donde observo bahía Fildes. Como si mirar más veces hacia el horizonte fuese a acelerar la llegada del buque. Pero no todo es trabajo, también hay que alimentarse y consumir litros y litros de café.

A diario la labor de alimentarnos recae sobre el equipo de cocina, quienes trabajan largas jornadas y hacen maravillas culinarias con las limitadas materias primas que tienen. Aquí no abundan los supermercados o los mini-markets de barrio y esa carencia la suplen con imaginación y esfuerzo. En el continente blanco la comida es algo muy importante y por eso hay que dar descanso al cocinero, quien pasará varios meses por estas latitudes. Así que la tradición dice que el domingo, los científicos cocinan y este primer domingo fue nuestro turno.

Arrancamos a las 8.30 am sacando las cosas para el desayuno y terminamos de limpiar la loza de la cerca de las 9 pm. Así de largas son las jornadas de la cocina y con la presión añadida de alimentar bien a toda la base. El menú fue sencillo, pero sabroso: porotos con riendas para el almuerzo y papas con lomo de cerdo marinado para la cena. Las ganas de hacerlo bien y lo grande de las cantidades siempre le añaden un poco de picante extra a la situación, sin embargo, uno se tranquiliza cuando en el comedor no se oyen voces, sino mandíbulas batientes. La relajación es total cuando la gente pregunta si se puede repetir. Con la sensación de misión cumplida termina nuestro domingo, mientras el cuerpo protesta por las largas horas de pie. Cocinar 12 o 13 horas debería ser un nuevo deporte olímpico.

Por fin llegado el ansiado día. Es lunes y por la bahía resopla ya el buque Aquiles de la Armada de Chile. En unas unos minutos comenzará la faena de descarga, que tardará muchas horas entre material científico, de construcción y alimentos. Una vez que arranca el desfile de cajas comienza la actividad frenética de mover, agrupar y ordenar cajas. Todo ello mientras, con lista en la mano, comprobamos si han llegado todas las cosas que enviamos. Ha habido suerte y nuestras 34 cajas han llegado sanas y salvas con su contenido intacto.

Ahora nos movemos contra el reloj con el objetivo de montar todo el laboratorio en menos de 24 horas. Cuanto antes terminemos, antes podemos salir al mar a tomar muestras. El proceso es como hacer una mudanza solamente que en lugar de ropa, muebles y enseres de cocina, nos dedicamos a desembalar y montar sistemas de filtración, bombas peristálticas, tubos, frascos, reactivos químicos y organizar los espacios, entre otras actividades. Una vez que tenemos todo montado, comienzan las horas de lavado, aclarado y esterilización del material que vamos a usar los próximos meses. Es una labor que debemos hacer cuidadosamente, pero que es imprescindible y no podemos retrasarla si queremos salir al mar esta semana. Porque como no podía ser de otra manera, Eolo y Antártica juegan con nosotros. Si el parte meteorológico se mantiene, podremos trabajar los próximos dos días antes de que llegue el mal tiempo. De ahí nuestro apremio: muestrear ahora o perder otra semana de muestreo.

Hemos dormido poco durante las últimas 48 horas, pero eso no importa. Este proyecto se viene gestando en mi cabeza desde noviembre 2019. Luego tuve que escribirlo, postularlo y tener la fortuna de adjudicármelo para terminar con una locura logística pre-campaña que comenzó en abril de este año y aún continua. No voy a dejar que unas pocas horas de sueño perdidas nos impidan muestrear esta semana. No, después de trabajar dos años para llegar hasta aquí. Así es el trabajo científico en altas latitudes. Como bien saben mis colegas antárticos, el día que uno llega o toma su primera muestra es la culminación de meses y/o años de trabajo. Pero ahora esas penurias se me empiezan a olvidar, mientras mi sonrisa crece por momentos. Estamos preparados y la espera de que nos den el zarpe. ¡Poseidón, ahí vamos!

* Juan Höfer es oceanógrafo español del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (Ideal) de la U. Austral (Uach), y académico de la U. Católica de Valparaíso (PUCV).

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