Un día en la Feria José María Caro, la más grande de Santiago

Manuel Lobos trabaja en su pescadería y hace un año formó el sindicato de la feria para trabajar por mejores condiciones. Fotos: Pablo Sanhueza Gutiérrez.

Comerciantes de la feria ubicada en Lo Espejo dan el barómetro de un año difícil, donde se ha notado el alza de precios debido a la inflación que afecta a Chile y gran parte del mundo. Aún así, y desde sus negocios, dicen que siguen marcando la diferencia, con precios más bajos que los de los supermercados.


Son pasadas las nueve de la mañana de un jueves en esta, la feria más grande de todo Santiago, con más de 1.500 puestos autorizados que se reparten a lo largo de la avenida Salvador Allende y sus calles contiguas. Los feriantes están terminando de acomodar las lonas de sus puestos y de ordenar las últimas frutas y verduras en los mesones, mientras otros beben un tazón de té caliente y un sándwich como desayuno. Algunos compradores comienzan tímidamente a aparecer con sus carros y bolsas al mismo tiempo que empieza a calentar el sol.

Desde hace al menos un año, el valor de frutas y verduras ha sufrido una seguidilla de alzas a nivel nacional y ha obligado tanto a feriantes como a consumidores a ajustarse. Un escenario que, aseguran, ha ido agudizándose en el último semestre producto de la inflación, una cifra que en los últimos doce meses alcanzó un 10,5%, algo que no sucedía desde 1994 en el país.

Sergio Cortés lleva trabajando más de 20 años en la feria José María Caro. Su oferta siempre ha sido la venta de tomates y paltas, y según la temporada le agrega otras frutas; ahora tiene manzanas, naranjas y plátanos. “Uno trata de mantener no tan caro para poder vender. Pero, por ejemplo, el kilo de palta Hass, que yo vendo, está a $3.500 más o menos en Lo Valledor, mientras la palta peruana está a $2.400. Es harta la diferencia, pero cuando la gente la lleva se da cuenta de que calidad no es la misma, pero es más barata y eso es lo que hoy se prioriza”, dice en su puesto.

Elena Vásquez vende cebollas, cebollines, cilantros, aceitunas y otros productos hace diez años en la feria.

Juan Carlos Sánchez tiene repartidos en sus mesones zanahorias, repollos de Bruselas, apios, porotos verdes, tomates, coliflores, lechugas, ajos y castañas. Relata que se ha hecho común que en los últimos meses los clientes les reclamen directamente del alza de los precios. “Son los proveedores los que tienen los precios así. A veces la gente nos reclama, nos echan la culpa, que somos sinvergüenzas, pero no es así, porque pueden ir directamente a Lo Valledor, que es de donde viene todo, que las cosas están caras. Por ejemplo, la coliflor antes uno la compraba a $300 o $400 pesos, ahora cuestan $1.000; un repollo grande está costando unos $1.000, antes valían $500, y uno tiene que venderlo a $800 la mitad. Un cajón de tomates de los mejores vale como $16.000″, detalla el feriante, que trabaja desde fines de la década de 1990 en el lugar.

No es la única manera en que ha afectado a los comerciantes de la feria. En el caso de Elena Vásquez, quien lleva más de una década trabajando en el lugar, ha tenido que trabajar más días a la semana para poder acercarse al nivel de ventas que tenía antes. “Es por obligación. Antes no trabajaba los miércoles, por ejemplo, ahora lo hago. Uno tiene que sacar la plata de lo que invierte y después ver las ganancias”, asegura.

La feria José María Caro tiene su arteria principal en avenida Salvador Allende, pero se extiende por las calles Santa Anita, Acapulco, Veracruz, Monterrey y Buenaventura.

Frutas, verduras y artículos varios

La feria José María Caro recorre la avenida Salvador Allende desde la avenida Cerrillos hasta Del Ferrocarril donde se pueden encontrar cientos de puestos frutas, verduras, hortalizas, abarrotes, pescados, artículos de aseo, de cocina, de baño, útiles escolares, entre otros más. Luego se extiende por las calles Veracruz hacia el norte, y Monterrey hacia el sur, que se repleta de puestos de ropa usada. Al llegar al límite oriente, la feria recorre desde Santa Anita hasta Buenaventura con otros cientos de puestos de artículos de hogar, ferretería, calzado, y aseo. Más allá, sobre todo los domingos, se instalan comerciantes informales con artículos usados, hasta avenida Lo Ovalle.

Manuel López, en su carro de pescados y quien desde el año pasado oficia como presidente del sindicato de la feria, estima que el comercio informal es de un volumen de unas mil personas más que los 1.500 que son ellos. Pasadas las 11 de la mañana la feria tiene un ritmo más ajetreado, los personas empiezan a hacer pequeñas congestiones en algunos sectores, las ruedas de los carros se enredan con las de otro que viene en dirección contraria y el ruido ambiente aumenta con el correr de los minutos. Los feriantes comienzan a vociferar sus productos, a hacerse bromas desde un puesto a otro y a atender a sus clientes con la calidez que los caracteriza, pero hay algo en lo que coindicen: el flujo y las ventas han bajado.

Ismael Lobos ha trabajado en la feria desde que se instaló durante la década de 1960. "Se vende poco, aunque un poco más los domingos. Antes la gente compraba tres cortes para la semana, ahora uno", asegura.

De todos modos, la gente llega a la feria porque encuentra mejores precios, sobre todo en comparación a los supermercados donde la diferencia es notoria. Por ejemplo, un precio promedio de tomates en una cadena de supermercado bordea los $2.000 mientras el precio promedio en las ferias se acerca a los $1.200. En la feria José María Caro el valor fluctúa entre los $1.000 y $1.300 según su tamaño y calidad. El kilo de papas se puede encontrar entre $400 y $500, las lechugas desde $600, las manzanas desde $700, las naranjas desde $600, los limones desde $700 y las cebollas desde $1.000 las siete unidades. Todos esos productos tienen una diferencia de unos $600 en promedio en comparación a las grandes cadenas.

“Pasamos del 100% que vendíamos a un 40%. Las cosas están caras. Yo antes llenaba los mesones, de punta a punta y me quedaban cajones para seguir rellenando. Ahora tengo que poner la mitad no más. La gente está comprando menos. Las caseras compraban diez o doce mil pesos, ahora compran con suerte unos dos mil pesos. En mi caso, no está para hacerse rico, sino para mantenerse”, relata Sergio Cortés.

Juan Carlos Sánchez lleva 25 años trabajando en la feria más grande del país.

Coincide Ismael Lobos, que está trabajando desde los inicios en la feria José María Caro en la década de los 60. “Ha bajado mucho la venta, vendo a mil y dos mil el corte de zapallo. Se vende poco, aunque un poco más los domingos, que es cuando aquí a veces se llena. Antes la gente compraba tres cortes para la semana, ahora uno”, dice Lobos, quien es apodado “el rey del zapallo”. “Vendo hasta las semillas”, dice mientras troza las calabazas con un pequeño serrucho y bromea con el resto de los feriantes.

Jorge Kirmayer tiene 72 años y trabaja doce horas de rondín. Su diagnóstico no varía con relación al resto: está todo caro, pero agrega que ahora hay que comprar menos productos. “Yo ahora gasté en mariscos, porque tengo una visita de Estados Unidos que quiere comer empanadas fritas, pero si no, no lo haría. Ahora todo se compra justo, las verduras, el aceite, los huevos, el pan”, reflexiona apoyado en su bicicleta.

Isabel Paleto vende ropa usada en su puesto en la calle Monterrey, perpendicular a avenida Salvador Allende.

El rubro de las frutas y verduras no es el único que se ha trastocado. Isabel Paleto lleva 33 años en la feria. Hoy está instalada en la calle Monterrey, que tiene decenas de puestos de ropa. Narra que al sector también ha visto una disminución en las ventas. “Los precios se fueron a las nubes. Comprábamos a un precio y ahora estamos casi al doble. Uno vende a mil o dos mil pesos una prenda y la gente aun así dice ‘qué caro’.”.

Manuel López, quien se dedica a la pescadería, subraya que para él y sus colegas las ventas no se han visto afectadas. “Para nosotros, que trabajamos en el pescado, no se ha sentido, se ha mantenido. La gracia es que nosotros trabajamos con pescadores artesanales, entonces este producto, que es del pueblo, no sube más de $2.000. Las ventas han sido buenas, las personas que han llegado de otros países consumen harto pescado y la gente en general no deja de comerlo”, detalla el presidente del sindicato, quien agrega que están en las gestiones finales para acceder a la compra de 140 máquinas para pagar con tarjetas, gracias a la ayuda de Sercotec.

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