Columna de Óscar Contardo: Los malagradecidos
La ovejas son animales tímidos, apacibles, sociables. Tal como ocurre con las mascotas, se las considera inteligentes en virtud de su capacidad de obedecer órdenes de su pastor. El rebaño de ovejas es una suerte de metáfora hecha de lana, leche y carne, una unidad económica y una clave cultural dúctil usada en diferentes contextos, siempre bajo el rumor de un destino sacrificial. Esa cualidad de sumisión en el vínculo entre el pastor y las ovejas tiene un eco en el uso que la epidemiología le da a la expresión “inmunidad de rebaño”: alguien diseña un plan para lograr que un microbio amenazante se esparza en un grupo, logrando inmunidad futura. Es el modo adecuado para evitar una catástrofe mayor. Medicina y política; ciencia y poder. La perspectiva supone que algunos enfermarán gravemente o morirán, es el costo para asegurar el bienestar de la mayoría en el caso de que esa inmunidad efectivamente exista. Fue la ruta que tomó en un principio el gobierno británico, un plan que desechó cuando los datos sobre los efectos del coronavirus cuestionaban que la población quedara efectivamente protegida por la inmunidad. También fue el plan descrito públicamente por el exministro de Salud Jaime Mañalich en una extensa entrevista emitida el 2 de abril por Canal 13, en donde sostuvo que “la única manera de protegernos para el futuro es que la mayor cantidad de gente se contagie, pero que lo hagan de una manera lenta”. El frustrado carnet que iba a certificar a las personas que se recuperaban de la enfermedad estaba claramente concebido bajo la misma lógica: que los pacientes que superaban el coronavirus quedaban inmunes, al menos por algunos meses. ¿Tenían evidencia directa para pensar que tal cosa ocurriría? Todo indica que no. Finalmente, el carnet fue suspendido, pero no por razones epidemiológicas, sino para evitar discriminaciones, al menos esa fue la excusa.
Frenar el contagio de manera drástica no estaba en los planes de la autoridad sanitaria chilena. La propia subsecretaria de Salud, Paula Daza, advirtió el 14 de abril, en una entrevista a La Tercera, que antes que una cuarentena total, lo mejor era “lograr que las personas se vayan enfermando progresivamente, para que los servicios de salud puedan dar adecuada respuesta”. Apretar y soltar, era la figura tras las cuarentenas dinámicas.
En la conferencia de prensa del 30 de abril, el exministro Mañalich volvió sobre el tema y mencionó específicamente la “inmunidad de rebaño” -usó esas palabras- durante su encuentro con los medios. Bajo esa estrategia cobraba sentido el plan de “retorno seguro” difundido intensamente por el gobierno. ¿Contó ese plan con la participación de expertos? No. Al menos eso dijo el actual ministro Enrique Paris -en ese momento miembro de la Mesa Social Covid 19- en una entrevista publicada en El Mercurio el 17 de mayo. El doctor Paris fue muy claro, dijo: “Yo no sé de dónde salió esa idea”. Según el actual ministro de Salud, el mensaje “retorno seguro” no fue discutido en las reuniones, a pesar de las implicancias que tendría para la población. En esa nota, el actual ministro indicaba que era probable que la máxima “expresión viral” ocurriera durante las primeras semanas de mayo. No fue así. La curva de contagio y muerte no ha parado de trepar, tal como lo habían advertido médicos y matemáticos mientras la autoridad defendía un modelo epidemiológico que luego se desplomaría como un castillo de naipes, parafraseando al propio doctor Mañalich. El derrumbe, sin embargo, no significó que el gobierno reconociera errores. Muy por el contrario, el oficialismo decidió hacer de una gestión sanitaria, internacionalmente criticada, una especie de gesta heroica que debía ser despedida entre aplausos, y aun más, reinterpretada oficialmente: esta semana la vocera de gobierno y la subsecretaria de Salud negaron que la inmunidad de rebaño fuera el corazón de la estrategia durante los primeros meses de la epidemia en Chile. Pese a los hechos, a sus propias declaraciones y a contramano de los registros.
Seguramente, todo lo que escuchamos, vimos y leímos durante estos meses de boca de las autoridades fue un delirio colectivo, o un invento de los malagradecidos que no saben distinguir a las verdaderas víctimas de los victimarios, y que en lugar de obedecer órdenes se atreven a pedir explicaciones.
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